'Cántabros con Historia' es un blog en el que intentaremos sacar brillo a los logros de todos esos personajes ilustres por cuyas calles paseamos a diario sin tener ni idea de cuáles fueron sus méritos. En los textos que siguen intentaremos trazar la biografía de unos hombres y mujeres que, desde una pequeña tierra en el norte de España, contribuyeron con sus aportaciones al desarrollo de la ciencia, la literatura, la política o el arte. Este blog, patrocinado por la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria, está escrito por el periodista Miguel Ángel Chica y tiene como única pretensión reivindicar su memoria, para que sus nombres permanezcan en el recuerdo. Los estudiantes del Ciclo Formativo de Técnico Superior en Ilustración de la Escuela de Arte número 1 de Puente San Miguel son los encargados de retratar, a través de distintas técnicas pictóricas, a todos los protagonistas.
Juan de Herrera, el arquitecto que diseñó el Renacimiento español
[La historia comienza con un niño que observa una casa. El niño se llama Juan de Herrera. La casa está en Movellán. La escena transcurre en un día inencontrable durante la primera mitad del siglo XVI. Si uno observa la casa, y uno puede hacerlo, porque la casa todavía existe, resulta difícil entender por qué el niño le presta tanta atención. Hay dos respuestas. La primera es obvia: porque vive en ella. La segunda es interesante: porque está aprendiendo.
Sabemos muy poco de la infancia de Juan de Herrera. Nació en Movellán en 1530, en una familia con raíces en la aristocracia local. Ninguna biografía nos habla de los primeros años de su vida, pero no hay infancia que no pueda rastrearse en el carácter y los trabajos del adulto que crece a partir del niño. Su carácter fue inquieto. Sus trabajos, sobrios y austeros.
[El niño mira el tejado a dos aguas y los dos pilares que sostienen la fachada. Intuye la viga sobre la puerta de entrada. Recorre la casa intentando distinguir los muros de carga de los simples tabiques que separan las habitaciones. Busca el hueco en la pared por donde asciende la garganta de la chimenea].
De su educación sabemos que fue consistente y que le permitió ingresar en la Universidad de Valladolid, donde estudió Humanidades y Filosofía. Desde ahí sus intereses se diversificaron rápidamente hacia las matemáticas, la geometría, la astronomía y el arte. El trabajo de sus contemporáneos nunca le resultó indiferente. Fue un hombre incrustado en el Renacimiento que, acorde a su época, intentó abarcar todas las disciplinas posibles.
Cuando finalizó sus estudios, en 1548, entró a formar parte del séquito de caballeros de Felipe II, por entonces todavía príncipe. Tenía la ambición, la curiosidad y los contactos necesarios. También la voluntad para aprovechar las ventajas que su nueva posición le ofrecía. Recorrió Europa, fue cortesano y soldado, y a las órdenes del heredero del imperio pasó temporadas en Flandes, Alemania e Italia.
[En las pequeñas y alborotadas ciudades de Flandes, Herrera admira los altos chapiteles de pizarra que rematan las torres de los palacios y las iglesias. En Italia descubre y estudia la obra de los arquitectos renacentistas, maestros de la proporción y la perspectiva. Se interesa especialmente en las construcciones de Sebastiano Serlio y Iacopo da Vignola y descubre los principios de la arquitectura vitrubiana: belleza, firmeza y utilidad].
En 1553 participó como soldado en las campañas de Carlos I en Flandes. Fue la última ofensiva del viejo emperador, que en 1556 se retiró al monasterio de Yuste, donde murió dos años más tarde. Herrera formó parte de la comitiva que acompañó a Carlos I en su regreso a Castilla y permaneció siempre cerca de la familia real. Cuando Felipe II subió al trono, Herrera fue nombrado tutor del príncipe Carlos. Y en 1563 recibió un encargo que cambiaría para siempre su vida.
Carlos I había expresado en su testamento su deseo de ser enterrado en un edificio creado ex profeso para ello. Para cumplir la última voluntad de su padre Felipe II ideó un complejo palaciego que debía construirse en la sierra de Guadarrama, en el centro geográfico de la península Ibérica. Así empezó a gestarse El Escorial y así comenzó la carrera arquitectónica de Juan de Herrera, nombrado ayudante del arquitecto principal de la obra, Juan Bautista de Toledo.
El Escorial debía ser al mismo tiempo un palacio, un monasterio, una basílica y un mausoleo. Y debía ser algo único, un edificio majestuoso que diera testimonio de la grandeza de la Corona que regía el país más poderoso de la época. Es posible que el nombramiento de Herrera respondiera en primera instancia al deseo de Felipe II de tener a alguien de confianza en el entorno de unas obras que llegaron a obsesionarle. Si fue así, Herrera respondió a la confianza del rey. Y aprovechó para completar su formación al lado de Juan Bautista de Toledo, que trazó los planes originales y puso la primera piedra de la obra en 1564.
[Herrera vigila la marcha de los trabajos. Se encarga de que el diseño que su maestro ha trazado sobre el plano se refleje piedra por piedra en la estructura que comienza a levantarse a buen ritmo en medio de la sierra de Madrid. Tiene sus propias ideas para el edificio, algunas de las cuales contradicen la visión del arquitecto jefe, pero acepta su papel secundario en la obra].
Juan Bautista de Toledo murió en 1567, cuatro años después del comienzo de las obras en El Escorial. Tras un breve interregno en el que el italiano Giovanni Battista Castello fue contratado como arquitecto principal, Herrera asumió la dirección de la construcción en 1572, primero de manera oficiosa y desde 1576 como aposentador real, trazador principal, matemático e ingeniero de la Corona, con todas las obras públicas a su cargo.
El arquitecto cántabro modificó los planes originales de su maestro. Simplificó el edificio, dándole un carácter más geométrico, y reorganizó el proyecto. Añadió una nueva planta a la fachada principal, redujo el número de torres, añadió patios, cambió la estructura de la basílica y diseñó la biblioteca. Tras dos décadas ligado al edificio, dejó la finalización del proyecto en manos de su discípulo Juan de Mora, que colocó la última piedra el 13 de septiembre de 1584.
En su cargo de arquitecto principal de reino, Herrera recibió numerosos encargos del rey, que compaginó con su trabajo en el Escorial. Amplió el Palacio Real de Aranjuez siguiendo nuevamente los planos de Juan Bautista de Toledo. Entre 1571 y 1585 levantó la fachada sur del alcázar de Toledo. En 1583 construyó la Lonja de Sevilla, reconvertida posteriormente en el Archivo General de Indias. Ese mismo año trazó los planos y dirigió las obras de la Casa de la Moneda de Segovia.
[A pesar de que la última piedra se colocó en 1584, las obras de El Escorial no finalizan hasta 1587, cuando se termina de construir la basílica. Desde una colina cercana Herrera contempla por primera vez el complejo en su totalidad y siente vértigo cuando comprende que el edificio es suyo. La horizontalidad, las soluciones geométricas y la austeridad no estaban en los planos originales de Juan Bautista de Toledo. Son las aportaciones de un matemático, un geómetra y un soldado. En los tejados, en las agujas y en la decoración sencilla de las fachadas, Herrera encuentra el recuerdo de sus viajes por Flandes e Italia].
Con El Escorial como modelo de referencia el estilo de Juan de Herrera se extiende por toda España acabando con el plateresco dominante hasta entonces. El Renacimiento sobrio y sin excesos defendido por el arquitecto cántabro se convertirá en la seña de identidad del reinado de Felipe II, y el estilo herreriano dominará la arquitectura española en la península y en América durante casi un siglo.
Pero la carrera de Herrera no ha concluido todavía. Le queda un último encargo, una obra en la que volcará su visión del espacio religioso y que nunca verá terminada: la catedral de Valladolid. Comenzó a trazar los planos en 1589 y supervisó su construcción durante ocho años. El proyecto, una iniciativa personal de Felipe II, era ambicioso e inverosímil. En la vejez de sus vidas el rey y el arquitecto planearon levantar la catedral más grande de Europa.
Herrera se entregó a la tarea con la dedicación de quien sabe que trabaja contra el reloj, pero ni las arcas de la corona ni el terreno sobre el que se asentaba el edificio permitieron terminar el proyecto. Los problemas de cimentación y de presupuesto impidieron a Herrera levantar una catedral que estaba destinada a convertirse en su obra maestra.
Lo que hoy puede verse en Valladolid es aproximadamente la mitad del proyecto sobre plano diseñado por el arquitecto cántabro. La catedral que nunca llegó a completarse sirvió, sin embargo, como modelo para dos de las catedrales renacentistas más importantes de América, la de Lima y la de Ciudad de México. En contraposición a El Escorial, que representa el triunfo de Herrera, la catedral de Valladolid es la derrota que humaniza al arquitecto y nos recuerda que la voluntad humana siempre encuentra un último obstáculo que no consigue salvar.
[La historia termina en Madrid, en 1597. Juan de Herrera tiene 67 años. Sabe dos cosas. Que está a punto de morir y que los edificios que ha construido vivirán mucho más tiempo que él. Es el don y la maldición de los arquitectos, cuyas obras permanecen durante siglos y no pueden ocultarse en el sótano de un museo. Cumpliendo su última voluntad, sus restos mortales son enterrados en la iglesia de San Juan Bautista de Maliaño. En Movellán, donde nació, una plaza lleva su nombre desde 2008. La casa donde creció todavía puede visitarse, como todos los edificios que construyó a lo largo de su vida].
[La historia comienza con un niño que observa una casa. El niño se llama Juan de Herrera. La casa está en Movellán. La escena transcurre en un día inencontrable durante la primera mitad del siglo XVI. Si uno observa la casa, y uno puede hacerlo, porque la casa todavía existe, resulta difícil entender por qué el niño le presta tanta atención. Hay dos respuestas. La primera es obvia: porque vive en ella. La segunda es interesante: porque está aprendiendo.
Sabemos muy poco de la infancia de Juan de Herrera. Nació en Movellán en 1530, en una familia con raíces en la aristocracia local. Ninguna biografía nos habla de los primeros años de su vida, pero no hay infancia que no pueda rastrearse en el carácter y los trabajos del adulto que crece a partir del niño. Su carácter fue inquieto. Sus trabajos, sobrios y austeros.