'Cántabros con Historia' es un blog en el que intentaremos sacar brillo a los logros de todos esos personajes ilustres por cuyas calles paseamos a diario sin tener ni idea de cuáles fueron sus méritos. En los textos que siguen intentaremos trazar la biografía de unos hombres y mujeres que, desde una pequeña tierra en el norte de España, contribuyeron con sus aportaciones al desarrollo de la ciencia, la literatura, la política o el arte. Este blog, patrocinado por la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria, está escrito por el periodista Miguel Ángel Chica y tiene como única pretensión reivindicar su memoria, para que sus nombres permanezcan en el recuerdo. Los estudiantes del Ciclo Formativo de Técnico Superior en Ilustración de la Escuela de Arte número 1 de Puente San Miguel son los encargados de retratar, a través de distintas técnicas pictóricas, a todos los protagonistas.
Leonardo Rucabado, arquitecto de la Montaña
La gripe española mató a casi 40 millones de personas en 1918. Fue la pandemia más mortífera de la historia de la humanidad. Y no se originó en España. Pero en plena I Guerra Mundial los periódicos españoles fueron los únicos que publicaron informes sobre la enfermedad y sus consecuencias, de ahí el nombre con el que pasó a la historia en los registros internacionales. Se cree que se propagó desde China y tocó Europa en Francia, desde donde pasó a España, uno de los países más afectados, con ocho millones de infectados y cerca de 300.000 muertes. Una de las víctimas fue el arquitecto cántabro Leonardo Rucabado, que sucumbió el 11 de noviembre de 1918.
Cuando se encontró con la enfermedad Rucabado tenía 43 años y un buen número de proyectos entre manos. Nunca llegó a ver terminada, por ejemplo, la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander, su obra más representativa, finalizada en 1923. En la inauguración, presidida por Alfonso XIII, faltó el hombre que para diseñar el edificio había buscado inspiración en los trabajos de otro cántabro, Juan de Herrera, jefe de obras y arquitecto de El Escorial, y en la arquitectura tradicional de Cantabria.
Rucabado pasó meses recorriendo la geografía de Cantabria, dibujando casonas, torres, viviendas rurales, caligrafiando con letra rápida de estudiante, inventariando ornamentos, detalles, matices en la piedra. En su juventud, recién salido de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, había apostado por el modernismo y el estilo inglés, deslumbrado por las obras de Gaudí y Berenguer. Pero un artículo de Domènech i Montaner titulado 'En busca de una arquitectura nacional' le hizo replantearse sus principios estéticos.
Las ideas de aquel texto maceraron durante años en el pensamiento de Rucabado, que una vez obtenido el título de arquitecto, en el año 1900, se instaló en Bilbao para trabajar bajo la tutela de Severino Achúcarro. La Barcelona que Rucabado dejó atrás era una ciudad fascinada con las teorías medievalistas y románticas de Violet Le Duc, el arquitecto y restaurador francés famoso por sus reinterpretaciones de edificios medievales. En sus restauraciones - Notre Dame o la Sainte Chapelle, entre muchas otras - Le Duc no dudada en añadir elementos de su autoría que en ocasiones rompían con el espíritu original de la obra y eliminaban elementos originales de valor arqueológico: cuando trabajó en la Ciudadela de Carcasona, por ejemplo, Le Duc construyó tejados de pizarra sobre las torres de la muralla.
Todas las corrientes de la época parecían confluir en el joven Rucabado, que en sus primeros años en Bilbao apostaba de manera natural por un estilo ecléctico, heredero de un modernismo catalán que miraba con curiosidad hacia las ideas historicistas que empezaban a abrirse paso en el panorama arquitectónico europeo.
En 1905 obtuvo el título de ingeniero industrial. Durante sus años en Bilbao a las órdenes de Achúcarro construyó principalmente viviendas en el barrio de Indautxu. Cuando le llegó el encargo de la casa de Escauriaza, una de sus obras más relevantes de sus años de aprendizaje, combinó los estilos europeos de moda. Buena parte de los edificios del ensanche de Indautxu llevan la firma de Rucabado. Sus clientes eran familias burguesas a las que se adaptaba como un guante el estilo ecléctico del arquitecto cántabro.
En 1911 la familia Allende le encargó la construcción de una iglesia en Indautxu. Rucabado diseñó la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, mezcla de románico y gótico. La iglesia, demasiado pequeña, fue demolida en 1967 para construir un nuevo templo que pudiera dar cabida al número creciente de feligreses. El edificio marca una frontera en la producción artística de Rucabado, que en adelante dejaría atrás el modernismo y las influencias inglesas para centrarse en la arquitectura historicista en busca del estilo nacional que defendía Domènech i Montaner en aquel artículo que nunca le abandonó del todo.
El arquitecto ecléctico que había defendido las corrientes modernistas en el VIII Congreso Internacional de Arquitectos de 1908, abrazó la corriente nacionalista promovida por Rovira i Rabassa, Domènech i Montaner y Puig i Cadafalch. La premisa era simple: huir de cualquier influencia extranjera. En su segunda y definitiva etapa Rucabado apostó por un estilo nórdico depurado por la influencia de la arquitectura tradicional cántabra, que tomaba elementos de Herrera y sirvió de inspiración para arquitectos como González de Riancho, que construyó el palacio de La Magdalena.
El estilo montañés de Rucabado quedó definido en su Proyecto de Palacio para un Noble en la Montaña, premiado en el I Salón Nacional de Arquitectura de Madrid de 1911. Sus edificios se basan en formas rectangulares, con arcadas, torres cuadradas, grandes entradas y abundantes elementos decorativos como parrillas y escudos de armas. Uno de los diseños que mejor representan la última etapa de Rucabado es la casa de Allende en la plaza de Canalejas de Madrid, de 1916. El edificio muestra al arquitecto en su mejor momento creativo, en una madurez espléndida que sería tempranamente oscurecida por la muerte.
Fue enterrado en Castro Urdiales - donde había construido entre otros, el Edificio de los Chelines y el chalet de Sotileza - en el cementerio de La Ballena, en el panteón de su esposa, Enma del Sel, que él mismo había diseñado.
La gripe española mató a casi 40 millones de personas en 1918. Fue la pandemia más mortífera de la historia de la humanidad. Y no se originó en España. Pero en plena I Guerra Mundial los periódicos españoles fueron los únicos que publicaron informes sobre la enfermedad y sus consecuencias, de ahí el nombre con el que pasó a la historia en los registros internacionales. Se cree que se propagó desde China y tocó Europa en Francia, desde donde pasó a España, uno de los países más afectados, con ocho millones de infectados y cerca de 300.000 muertes. Una de las víctimas fue el arquitecto cántabro Leonardo Rucabado, que sucumbió el 11 de noviembre de 1918.
Cuando se encontró con la enfermedad Rucabado tenía 43 años y un buen número de proyectos entre manos. Nunca llegó a ver terminada, por ejemplo, la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander, su obra más representativa, finalizada en 1923. En la inauguración, presidida por Alfonso XIII, faltó el hombre que para diseñar el edificio había buscado inspiración en los trabajos de otro cántabro, Juan de Herrera, jefe de obras y arquitecto de El Escorial, y en la arquitectura tradicional de Cantabria.