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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Matilde de la Torre, el compromiso de una mujer pionera

El 19 de noviembre de 1933 no es un día cualquiera en la vida de Matilde de la Torre. A punto de cumplir cincuenta años, se presenta por primera vez a las elecciones generales bajo las siglas del Partido Socialista Obrero Español. Espera noticias. Sabe que tardarán en llegar. Se impacienta. Podemos imaginarla nerviosa, intentando mantener la calma, ilusionada ante la perspectiva de convertirse en una de las pocas mujeres en el Congreso de la joven II República española.

Los pronósticos no son buenos. El PSOE de Julián Besteiro ganó las elecciones de 1931 con 115 diputados, pero la situación ha dado un vuelco en los dos últimos años. Aquel primer Congreso, que acogió a Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken, las primeras diputadas de la historia de España, fue el encargado de redactar una Constitución que debía sentar las bases de una república democrática y duradera.

El Gobierno de Azaña, sostenido por los socialistas y los radical-socialistas de Marcelino Domingo, ha intentado llevar a cabo ambiciosas reformas sociales, pero dos años después, y tras un tremendo desgaste provocado por las infinitas tensiones del Ejecutivo con la Iglesia, el Ejército y los grandes propietarios, la izquierda parece abocada al fracaso en los nuevos comicios.

No sabemos cuándo y de qué manera recibe la noticia Matilde de la Torre. Puede que le llegue a través de un telegrama urgente, puede que alguien bien informado acuda hasta su domicilio para comunicarle el resultado. La derecha, agrupada bajo las siglas de la CEDA de Gil Robles, ha ganado las elecciones. El PSOE, esta vez bajo el liderazgo de Largo Caballero, ha sufrido una caída brutal: pierde la mitad de sus diputados y se queda con 59 escaños. Pero no todo son malas noticias: De la Torre, que concurre por la circunscripción de Oviedo, será una de las cinco mujeres con asiento en el hemiciclo.

La forja del compromiso

La forja del compromisoEl país de la infancia de Matilde de la Torre, nacida en 1884, es un país que guarda muy pocas semejanzas con el país de su madurez. El país de la infancia es una casa de familia acomodada en Cabezón de la Sal y una educación burguesa entre montañas, a una hora de camino del mar.

La profesión de su padre, notario del pueblo, contrasta con los impulsos creativos que habitan en otras ramas de la familia. Su abuelo, Castor Gutiérrez de la Torre, fundó el periódico La Abeja Montañesa en 1856. Su tío Enrique Gutiérrez-Cueto hizo lo propio con El Atlántico treinta años después, en 1886. Una de sus primas hermanas es la pintora María Blanchard, que acabará resultando una influencia decisiva en sus años de juventud.

No es difícil imaginarse a estas dos mujeres, que comparten aspiraciones e inquietudes, nacidas en la misma familia con apenas tres años de diferencia, en una época en la que las mujeres siguen condenadas a un rol secundario, juntas en un atardecer de verano, conversando durante horas, trazando proyectos de futuro e intentando descifrar un mundo que está a punto de entrar en velocidad de crucero.

Años después, un cuadro de María Blanchard inspirará el primer libro de Matilde de la Torre, Jardín de damas curiosas, epistolario sobre feminismo, publicado en 1917. Ninguna de las dos, en aquellas conversaciones al atardecer, puede intuir que ambas acabarían sus vidas en el exilio.

Los últimos años de la década de 1920 son decisivos para Matilde de la Torre. Tras contraer matrimonio con su primo Sixto Gutiérrez, redacta varios ensayos que verán la luz durante la década siguiente. En ellos analiza la figura de Ortega y Gasset, defiende el sistema político de la Restauración y disecciona los problemas que, a su juicio, afronta la sociedad española.

Al mismo tiempo colabora con la prensa regional y prepara uno de los proyectos más ambiciosos de su vida, la Academia Torre, un centro educativo basado en los principios de la Institución Libre de Enseñanza. El objetivo de la academia, ubicada en Cabezón de la Sal, es ofrecer a los alumnos una educación integral, enraizada en el humanismo y los principios laicos, alejada de la ortodoxia educativa de la época monopolizada por la Iglesia católica.

Son los años que forjan el compromiso político de Matilde de la Torre, cuyas inquietudes no se detienen en la pedagogía. En 1924 impulsa la creación del Orfeón de Voces Cántabras, una agrupación musical con la que ayuda a recopilar y rescatar un buen número de danzas y canciones populares de Cantabria. Gracias a su labor arqueológica en el folclore regional se recuperó la Danza de Ibio, que Matilde y su orfeón representaron en el festival de la English Folk Dance de Londres de 1932. Aquella aventura británica quedó recogida en una serie de artículos que Del Corral publicó bajo el título La Montaña en Inglaterra.

Al comienzo de los años 30 los acontecimientos políticos se suceden a velocidad de vértigo. Miguel Primo de Rivera, el dictador que ha gobernado España desde 1923, se ve forzado a dejar su cargo y España entra en ebullición. Se acercan días históricos. El 14 de abril de 1931 la bandera republicana ondea en la Puerta del Sol de Madrid. Tres colores: rojo, amarillo y morado. Cambios profundos: Alfonso XIII parte al exilio y el país se dispone a celebrar las primeras elecciones generales desde 1923. En Cabezón de la Sal, Matilde de la Torre analiza el nuevo escenario y decide que ha llegado el momento de participar en la cosa pública.

La guerra y el exilio

La guerra y el exilioEn una de sus primeras acciones políticas De la Torre se propone impulsar las Casas Campesinas de Cantabria, una organización que tiene como objetivo resolver los problemas y necesidades de los jornaleros, arrendatarios y pequeños propietarios. El trabajo de organización y propaganda llevado a cabo por De la Torre da resultado. En el contexto de la reforma agraria promovida por el Gobierno de Azaña, las Casas Campesinas de Cantabria llegarán a aglutinar en 1934 a casi 2.500 afiliados repartidos en 49 secciones.

Después llega el salto al Congreso, el bienio derechista, la revolución de 1934. Su primera legislatura como diputada no será fácil. El nuevo Gobierno deroga una a una las reformas aprobadas por Azaña. La tensión crece y desemboca en la huelga revolucionaria de 1934. En Asturias, uno de sus principales focos, De la Torre dedicará sus primeros esfuerzos como diputada a defender a los huelguistas, reprimidos de manera brutal por el nuevo Gobierno.

Tras dos años de agotadora actividad parlamentaria, De la Torre repite como candidata en las elecciones de febrero de 1936. Las izquierdas se agrupan en torno al Frente Popular para intentar un nuevo asalto al poder. El ambiente en las calles es tenso. Predomina una sensación de angustia. El corazón de las grandes ciudades palpita con violencia. El país contiene la respiración. La vida de Matilde de la Torre, como la de tantos y tantos hombres y mujeres de España, está a punto de cambiar para siempre.

El Frente Popular consigue la victoria por un estrecho margen y Matilde de la Torre renueva su escaño. Pero la deriva violenta de quienes se niegan a aceptar la República y sus reformas es imparable. El 18 de julio un golpe militar contra el Gobierno democrático da inicio a la Guerra Civil. La contienda se alargará durante tres años. Las vidas cambian para siempre.

Durante la guerra Matilde de la Torre se convierte en una pieza importante del Gobierno de Largo Caballero en Madrid. Ocupa la Dirección General de Comercio y Política Arancelaria hasta 1937. Cuando Largo Caballero se ve obligado a dejar el Gobierno, De la Torre apoya a Juan Negrín, que se pone al frente del Ejecutivo republicano. Su adhesión al presidente Negrín se mantendrá inquebrantable durante la agonía de la República, que cae el 1 de abril de 1939. El final de la guerra es el comienzo del exilio. Matilde de la Torre marcha a Francia.

Durante su breve paso por el país vecino publica Mares en la sombra, una visión dramática de la guerra en Asturias. En la primavera de 1940 embarcó rumbo a México siguiendo el mismo itinerario de miles de hombres y mujeres obligados al exilio tras la victoria franquista. En México De la Torre sigue haciendo política, apoyando a Negrín en su labor como presidente del Consejo de Ministros en el exilio. Su defensa del último jefe de Gobierno de la República española le cuesta la enemistad de buena parte de su partido, que acusa a Negrín de haber alargado la guerra inútilmente siguiendo las directrices de Moscú.

En una de sus últimas cartas De la Torre define la “cacería” contra Negrín como “uno de los más grandes errores que se han podido cometer”. Esta y otras afirmaciones serán utilizadas en su contra por el PSOE que, en abril de 1946, aprueba la expulsión de Negrín y de otros treinta y cinco militantes. Entre ellos se encuentra Matilde de la Torre, que recibe la expulsión a título póstumo. Ha muerto solo unos días antes, el 16 de marzo de 1946.

Fue enterrada en el panteón español de la Ciudad de México. Su nombre y su recuerdo, sin embargo, no cayeron en el olvido. En los años 60, el entonces recién constituido grupo socialista femenino de México la reivindicó como uno de sus principales referentes. Su trabajo en el Congreso y en el Gobierno republicano contribuyó de manera decisiva a allanar el camino que ha conducido a las mujeres a participar con normalidad en la política española.

El epílogo de esta historia tiene lugar en 2008. Durante el XXXVII Congreso Federal del PSOE Matilde de la Torre fue readmitida a título póstumo en el partido que nunca pidió abandonar, como a título póstumo había sido expulsada en 1946. Junto a ella fueron readmitidos simbólicamente Juan Negrín y el resto de militantes expulsados sesenta y tres años antes. El acto, sencillo, sirvió para recuperar la memoria de una mujer que perdió la Guerra Civil, pero terminó ganando todas las batallas que creyó necesario librar.

El 19 de noviembre de 1933 no es un día cualquiera en la vida de Matilde de la Torre. A punto de cumplir cincuenta años, se presenta por primera vez a las elecciones generales bajo las siglas del Partido Socialista Obrero Español. Espera noticias. Sabe que tardarán en llegar. Se impacienta. Podemos imaginarla nerviosa, intentando mantener la calma, ilusionada ante la perspectiva de convertirse en una de las pocas mujeres en el Congreso de la joven II República española.

Los pronósticos no son buenos. El PSOE de Julián Besteiro ganó las elecciones de 1931 con 115 diputados, pero la situación ha dado un vuelco en los dos últimos años. Aquel primer Congreso, que acogió a Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken, las primeras diputadas de la historia de España, fue el encargado de redactar una Constitución que debía sentar las bases de una república democrática y duradera.