Adrián Almazán (Madrid, 1990) llega este viernes a la Librería La Vorágine - Cultura Crítica de Santander con un libro de cuya lectura es difícil salir indemne. Escrito junto a Luis González Reyes, Decrecimiento: del qué al cómo. Propuestas para el Estado español (Icaria) es un aullido en la tradición política del “decrecimiento”. El texto analiza los diferentes sectores de la economía española —minería, transporte, agricultura, turismo, energía, pesca, finanzas o construcción— hasta desmontar los mitos que respaldan su buena salud. Por eso, cada uno de los ámbitos de la estructura económica y social bombeados por los combustibles fósiles resultan tener un claro final tal como se conocen. “Es crucial frenar rotundamente las dinámicas destructivas asociadas al capitalismo”, afirman los autores a sabiendas del choque del sistema económico con los límites materiales y energéticos del planeta.
El libro lo descorcha la antropóloga Yayo Herrero con un prólogo que los autores estiran y exponen al detalle para reventar las bases de las dinámicas productivas actuales. Las promesas del cacareado crecimiento económico naufragan en este libro: aquí no se encuentran consuelos del capitalismo verde o el crecimiento sostenible. Por esa razón, admite Adrián Almazán, “esta propuesta tiene la peculiaridad de ir en contra de muchos de los poderes establecidos”. Pero hay urgencias climáticas y escasez, y ya hemos atravesado el pico del petróleo, y la biodiversidad se está contrayendo, y los mares calentando, muchos ecosistemas están colapsando y especies animales extinguiendo. Y, además, en los primeros siete meses del año hemos agotado los recursos que el planeta puede ofrecer en equilibrio. A todos estos procesos ocultos en la maraña informativa los autores disparan con artillería pesada, sin compasión y con propuestas alternativas. Eso sí, todas las fórmulas de sociedad posibles se encuentran dentro del marco trazado por la disponibilidad de recursos materiales y energéticos. Todo un desafío al discurso dominante.
En el libro, argumentan muy sólidamente el reverso de las dinámicas económicas y sociales mediante indicadores objetivos. Me surge la pregunta de si la sociedad tiene idea de lo que realmente está sucediendo.
Yo pienso que sí vemos pero nos cuesta entender o enmarcar aquello que vemos. En ese sentido, tenemos un problema de enfoque. Es evidente que lo vemos, sobre todo, en la cuestión climática. También en la cuestión de la energía y los materiales, pues hemos sido testigos de desabastecimiento, inflación o paradas técnicas. Con la cuestión económica, cada vez es más claro que el modelo económico actual tiene límites y no es fácil que vaya a continuar adelante tal como existe. Es cierto que hay una sensación extendida de pesimismo hacia el futuro, y creo que tiene que ver con una conciencia difusa. A nivel general, sin embargo, nos cuesta entenderlo en un marco estructural, ya que se favorece más una visión de crisis puntual y que volveremos a la “normalidad”. Esa normalidad sigue siendo el referente. Pero eso no nos permite ver la gravedad y la urgencia de algunas transformaciones. Existe una conciencia emborronada, pero también cierta sensación de que la cosa es más grave de lo que pensamos, y por eso se expresa en un cierto pesimismo que no nos permite abrazar alternativas esperanzadoras.
¿Nos queda todavía el refugio mental del viejo mito del progreso y la tecnología?
Claro, ese es uno de los grandes bloqueos imaginarios a los que nos enfrentamos. La gran vía por la que la normalidad se va a mantener es ese mito del progreso. Y, a la vez, es tremendamente peligroso porque nos lanza a una dinámica de despolitización de los problemas: si va a haber una solución técnica ante todo de manos de empresarios y políticos, no hay verdaderos problemas, solo pequeñas disfunciones. Hay algunos ámbitos, como el climático, donde el mito del progreso es perverso: ya se habla de emisiones netas en lugar de hablar de frenar las emisiones. La gente ve eso y se tranquiliza. El mito del progreso, además, articula la ideología de las élites con mucha fuerza.
Unas élites que pasan por encima del concepto de decrecimiento, que son los límites materiales del planeta...
La cuestión de esos límites en el sistema capitalista es de todo menos nueva. Solemos tener como referencia el informe Los límites del crecimiento, pero ese informe fue iniciativa de las élites, que en ese momento querían reorganizar todo el sistema. Pero ese momento se cerró muy pronto y dio paso al ciclo neoliberal, inaugurándose un absoluto nihilismo: todo indica que ha habido una huida hacia adelante, un cierre en falso sobre las cuestiones de las limitaciones, pues al no haber chocado directamente con el agotamiento total del petróleo, han considerado que era algo así como una engañifa y han seguido apostando por el crecimiento perpetuo. Entonces, hay una frontera muy delgada entre las apuestas ideológicas de las elites para mantener a la población alineada con sus intereses y las mentiras que ellos mismos terminan por creerse. Porque todo el discurso del capitalismo verde, que plantea que tenemos que seguir desarrollándonos tecnológicamente para desacoplar el crecimiento de los impactos, es profundamente ideológico. A pesar de que el acoplamiento [entre consumo de energía, impactos ecológicos y crecimiento del PIB] es total, ese el credo de las élites y de las políticas, incluidas las de la Unión Europea.
La historia del capitalismo se basa en la generación de territorios de sacrificio. El desarrollo capitalista siempre es desigual: para que haya un nivel de consumo y producción elevado en los países centrales hace falta que haya una depresión en otros
¿Ignoran los “territorios de sacrificio” o pasan por encima de esos lugares para que la rueda siga girando? Esos territorios, por otro lado, cada vez son más cercanos.
La historia del capitalismo se basa sistemáticamente en la generación de territorios de sacrificio. El desarrollo capitalista siempre es desigual: para que haya un nivel de consumo y producción elevado en los países centrales hace falta que haya una depresión en otros. Nuestra gran tensión geopolítica, de hecho, tiene que ver con que más territorios quieren que acceder a nuestro estilo de vida. La competencia por los recursos está haciendo que los territorios de sacrificio estén cada vez más cerca. El estado español, por ejemplo, está destinado a convertirse en una semiperiferia, y por eso hay una explosión de minería y de instalaciones renovables en territorio de mucho valor ecológico, agronómico y cultural. Esas zonas de sacrificio ya no van a ser de países lejanos de los que nos beneficiamos, sino de los territorios periféricos y atravesados por la desigualdad de nuestro propio país: las zonas rurales. El plan es sacrificar las zonas rurales para el sostenimiento de los modos de vida de las ciudades.
Inciden mucho en que el problema es para el capitalismo, “no para la humanidad y menos aún para el resto de la vida”. ¿Hemos llegado a confundir “capitalismo” con “vida”, como si fueran lo mismo?
Está claro que la incompatibilidad con la finitud de los recursos y la buena salud de los ecosistemas es con el capitalismo. Lo que no podemos sostener es la pretensión de crecimiento permanente y la lógica de expropiación y mercantilización del capitalismo. Y efectivamente hemos llegado a confundirlo tanto con el conjunto de la vida humana como con la propia naturaleza. Pero eso no minimiza la magnitud del problema por una cuestión básica: el enorme grado en que nuestras necesidades están acopladas con el buen funcionamiento del capitalismo. Ese es nuestro gran problema. Si para tener una vida buena necesitamos un salario y servicios estatales pero todo eso depende de la buena salud de la economía, un mal funcionamiento del capitalismo industrial se convierte en un problema social. De ahí que todos tengamos miedo a palabras como crisis económica, recesión o paro. ¿Eso es inevitable? Por supuesto que no, porque podríamos organizar la vida, y se organiza en muchos territorios, a la contra de las dinámicas capitalistas. Pero eso requeriría de transformaciones muy profundas.
Definen la economía sostenible como aquella “que se inserta en el metabolismo de los ecosistemas”. Atendiendo a este criterio, ¿cuánto de lo que se está proponiendo pasaría el filtro de este concepto?
Bajo el principio general de la reinserción en los ecosistemas, nuestra guía rectora de la reorganización económica decrecentista, quedan fuera los procesos de digitalización, que van en dirección contraria. Hay otros dos grandes problemas: la reorganización social y la cuestión metabólica (la energética y material). En lo primero vemos una continuación de las políticas neoliberales, pues la mitad de los fondos Next Generation son deuda futura. Además, no se habla de cómo nos vamos a reorganizar socialmente para salir de la trampa del crecimiento. La cuestión de desfosilizar es la más ambigua de todas. Es evidente que hay que desfosilizar la economía para luchar contra el cambio climático, pero lo que realmente esconde el actual despliegue masivo de renovables es un intento de dar solución a la crisis geopolítica en el acceso a la energía.
Lo llaman transición ecológica…
Lo que se ha intentado poner en marcha de manera acelerada es una muleta energética que siga generando rentabilidad al entramado oligopólico. Eso distorsiona todo porque nos está enfrentando a una instalación de dispositivos especulativa, no planificada, que reproduce las mismas desigualdades en el territorio. El potencial de los captadores de energía renovable es su capacidad de situar la producción y consumo cerca y su compatibilidad con una gestión democrática, pero nada de ello está presente en el despliegue renovable actual: grandes instalaciones de titularidad privada guiadas por capital especulativo y financiero, concebidas al margen de la toma de decisiones democráticas y destinadas a volcar su producción a la red a largas distancias de manera muy ineficiente. Y todo ello vestido de una retórica engañosa porque se plantea que todo eso va a ser la solución, que va a ser una sustitución de los combustibles fósiles. Pero, entre otros problemas, las renovables no van a producir la misma cantidad de energía. Desfosilizar tiene que ser una cosa muy distinta, y lo primero es una reducción muy importante del consumo de energía, un 70 por ciento en 2050.
Lo que es desafiante es que no podemos permitirnos nuestros hábitos de vida, pero esta realidad colisiona con los intereses creados
Los combustibles fósiles condicionan el funcionamiento de todos los ámbitos, desde la agricultura al turismo pasando por la industria, la movilidad o la construcción. ¿Cómo revolucionar todos esos ámbitos?
Ese es el gran reto, y eso nos habla de la urgencia de explorar alternativas, porque si vamos a estar esperando a que aumenten las dificultades de acceso a los recursos, como los conflictos y guerras, para tomar medidas, vamos a estar en el peor de los horizontes. La idea es pensar cómo se pueden hacer cosas de forma alternativa, y de esa forma es donde tendremos margen para eso que creemos que es el decrecimiento: conseguir vidas mejores en ese escenario de cambio. Lo que es desafiante es que no podemos permitirnos nuestros hábitos de vida, pero esta realidad colisiona con los intereses creados.
Como respuesta al entramado socioeconómico, proponen un viaje desde el mercado y el estado hasta lo local y comunitario, donde se puede poner en marcha virtudes humanas hoy marginadas.
Lo que vemos es que, debido a la colisión de intereses entre el mundo empresarial y el estado, es ingenuo pensar que va a haber una dádiva por su parte. Están demostrando que no y, por lo tanto, la iniciativa tiene que surgir del conjunto de la sociedad, que igual que ha cultivado el egoísmo o el individualismo puede cultivar la solidaridad, el apoyo mutuo o la preocupación por el bien común. Por eso pensamos que la construcción de alternativas es clave, ya que comienza a satisfacer necesidades de otra forma, genera comunidades de lucha y muestra que hay otra forma de hacer las cosas. La transformación es tan radical como urgente.
Hay un amplio consenso en el diagnóstico de la situación actual, pero hay mucha variedad en las respuestas.
Hemos conseguido grandes niveles de consenso en torno a la cuestión climática. Y en torno a la cuestión energética y material, la posibilidad del consenso es más complicada debido a que esta atravesada por muchos intereses. A día de hoy, por ejemplo, todavía no hay fiabilidad del nivel de las reservas de muchas materias primas. Lo que es indudable que es que nos enfrentamos a un declive más o menos acelerado de nuestro acceso a muchas materias primas clave, el petróleo entre ellas.
Teniendo en cuenta todas las evidencias por la escasez de materias primas y combustibles fósiles, el problema puede ser la lucha por los recursos cada vez más escasos. ¿Cómo puede afectarnos?
Hay muchísima incertidumbre sobre lo que pueda suceder, y por eso es urgente poder movilizar propuestas políticas e ideas alternativas. Ahora mismo, el decrecimiento no tiene nada de inevitable: lo que es inevitable es la inestabilidad climática, la pérdida de biodiversidad o la dificultad para acceder a energía y materiales. Pero si uno echa un vistazo al mundo, se ven, por ejemplo, sistemas donde hay unas élites hiperconsumistas y, sin embargo, una exclusión social que puede alcanzar a la mayoría de la población. La cuestión es plantear cómo podemos organizarnos de otra forma. Pero no va a haber ningún regalo, porque esa ilusión de expandir la normalidad está en quiebra: la crisis económica es una forma de gestionar el empobrecimiento de la sociedad.
Un cambio consciente debe de ser por movilización de los de abajo, no por imposición de los de arriba. ¿Estamos en ese punto?
Está claro que no estamos en el punto de que haya un sentir y una organización compartida que camine en esa dirección, pero tampoco vamos a estarlo si no empezamos a caminar. Nosotros tenemos la responsabilidad de mostrar otras vías, aunque sé todas las objeciones y dificultades que se ponen. No somos ingenuos.
Pero las propuestas teóricas, más allá de la manida dicotomía capitalismo-comunismo, supone tomar antiguos ingredientes (trabajo manual, tracción animal en la agricultura, fin de la hiperespecialización) que a mucha gente le puede sonar a chino…
Claro, pero a lo mejor no le suena a chino pertenecer a un grupo de consumo agroecológico en que consume verduras de mayor calidad a la vez que permite, a través de su dinero, que quien quiera vivir así lo haga protegiéndose de las dinámicas hipercompetitivas de la industria alimentaria, sosteniendo un territorio que se maneja de otra forma, integrándose y permitiendo esa dinámica de repoblación y favoreciendo la biodiversidad. Eso no es extraterrestre. Hay un trecho muy largo que nos separa de lo que podría ser idealmente esa sociedad decrecentista, pero hay muchos proyectos que ya funcionan hacia ese horizonte.
Conscientes de lo atrevidas de esas propuestas, ¿por eso se preocupan de ejemplificar iniciativas que ya están funcionando?
Eso nos interesa mucho, porque el hecho de que algo no sea realidad porque no exista no implica que no sea realista. Creemos que a veces hay mucho bloqueo a nivel de conocimiento de otra forma de hacer las cosas. Nos hemos esforzado por intentar demostrar que hay otras formas de hacer las cosas, pero hace falta una fuerza social que trabaje por ello.