A través de sus obras llenas de colores, siluetas y frases cargadas de significado, Boa Mistura lleva a cabo un arte callejero participativo llegando a los rincones más escondidos de todo el mundo, desde Madrid hasta Kenia, pasando por Estados Unidos hasta llegar a Nicaragua. Esta semana dos de sus integrantes, Pablo García y Clara González, quien se ha incorporado este año, han aterrizado en Santander para participar en el taller de ilustración y arte urbano que organiza la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), mientras que los demás viajan a Chile para dejar otra vez su huella. Además, cuanto acaben la intervención que tienen prevista en la capital de Cantabria, el equipo que se queda en suelo español arrancará con el proyecto 'Ciudades Patrimonio', cuyas próximas paradas serán Úbeda, La Laguna, Alcalá de Henares, Tarragona e Ibiza.
Pablo García es arquitecto de profesión y se unió en 2013 a los artistas Javier Serrano, Juan Jaime Fernández, Pablo Ferreiro y Pablo Purón, quienes ya se conocían desde los 15 años. En concersación con eldiario.es da a conocer más al grupo y explica su filosofía: cuál es su visión del arte urbano, la forma que tienen de trabajar con las comunidades y de dónde surgió la iniciativa de colaborar con los habitantes de los lugares donde pintan sus ya famosos murales.
¿Cuál es la filosofía que siguen a la hora de pintar sus intervenciones urbanas?
Nos centramos sobre todo en entender el lugar en el que trabajamos para poder plasmar un mural, que tenga sentido allí y que sea cercano a las personas que lo van a ver habitualmente. Ya sea una universidad, una comunidad o en medio de una ciudad.
¿De qué forma quieren transformar las calles con su arte?
Como en muchos casos nuestros proyectos son en comunidades que están muy desatendidas por las administraciones públicas, tenemos el reto de transformar la idea que se tiene de esos lugares tanto fuera como dentro de la propia de la comunidad. Hablamos de reedificar un espacio, de valorarlo para que la gente se pueda sentir orgullosa del sitio en el que vive, cambiar la percepción que tienen de su entorno y así que también ellos tengan esa mejora en su autoestima y en su forma de valorarse como comunidad y como personas.
¿Cómo surgió la iniciativa de pintar en lugares más desfavorecidos?
Surgió en un viaje a Sudáfrica, donde fuimos invitados por una galería de arte, que estaba empezando y que movía a artistas jóvenes vinculados al grafiti y al arte urbano. Allí tuvimos la oportunidad de visitar un slam en Ciudad del Cabo y conocimos la realidad y el potencial de lo que es implicar a la gente en la pintura. En medio de esa barriada, llegamos hasta una escuela de ciclismo, fundada por un hombre de la comunidad que se había dado cuenta que, a través de este deporte, podía educar a los chicos que no podían iban a la escuela y así les mantenía atentos, despiertos y alejados de la violencia y la droga.
Ese hombre nos pidió pintar su escuela, pero el tiempo era muy reducido y nos dijo: “Oye, ¿os habéis dado cuenta de que aquí hay un montón de chicos para ayudaros y poder pintar la escuela?”. Le hicimos caso y planteamos el diseño teniendo en cuenta a las personas con las que íbamos a estar trabajando. En tres días se pudo pintar una escuela y transformar unos contenedores de color salmón gastado en unas montañas de colores que eran el orgullo de esa escuela. Para nosotros merece mucho la pena darle vueltas a un concepto y a un diseño para que luego podamos pintar con la gente.
¿Sienten una responsabilidad con su público?
Claro, la responsabilidad está con las personas del lugar, porque son las que nos van a ver directamente. Buscamos que la gente lo entienda y que se sientan cercanos a ello, que no sea una cosa que les ha llegado desde Marte y se lo tienen que comer porque sí. Las experiencias en las que nos inspiramos para los diseños siempre son muy locales y cuando trabajamos en comunidades, siempre organizamos mesas de reunión y debate con los vecinos para plantearles, primero, que vamos a trabajar en esa comunidad, y luego, para mostrarles dos bocetos y den la aprobación a uno de ellos. Además, aunque utilicemos un lenguaje que está inspirado en lo local, acaba siendo bastante universal. Son tipografías, formas muy contundentes y rotundas, que hacen que llegue a todo el mundo.
¿Es necesario que cada una de sus obras tenga un significado en particular?
Normalmente trabajamos con un concepto o una palabra. Si te digo la verdad, no recuerdo que no haya un mensaje en ninguno. Incluso cuando son elementos figurativos, sin texto, sí que puedes reconocer un relato o un discurso. Por ejemplo, en el proyecto que hicimos en Somoto (Nicaragua) no hay texto, pero sí una historia. Lo que está plasmado en el suelo es el ciclo del agua, el recorrido, los volcanes, las nubes, los ríos, las islas y, en medio, la fauna que va apareciendo vinculada a ese agua. Incluso dibujamos unos burritos porque, aunque nos parezca algo un poco infantil, esos animales son muy importantes en el transporte del agua. No hay literalmente una palabra escrita, pero el vecino lo va a entender a la primera.
¿Cuál es su tema favorito para plasmar en los murales?
No tenemos un tema favorito, sino una forma de hacerlos, que siempre es parecida. El tema te lo da el sitio. En Nicaragua era el ciclo del agua porque era elemento vertebrador de esa comunidad, pero en cambio en Nairobi (Kenia) era un grito a la resistencia con la frase 'Somos Héroes'.
¿Se sigue mirando con malos ojos al arte callejero?
Sí y no. Hay un debate interesante sobre donde empieza el arte callejero. ¿Es arte callejero cualquier forma de expresión que aparece en la calle? ¿Es arte porque tiene más calidad y porque esté mejor acabado? Pues a lo mejor no. Hay muchos matices. Primero habría que plantearse cuál es la diferencia entre el grafiti y el arte urbano y yo no tengo una respuesta.
Muchas veces el arte urbano se vincula más a procesos más formales, con un permiso, un presupuesto y unas expectativas de calidad, mientras que el grafiti se refiere a algo más espontáneo, quizá más reivindicativo, y a una expresión propia de una firma... Son formatos que, personalmente, no tienen nada que ver con el valor artístico. Algo con un permiso, presupuesto y calidad técnica final, no quiere decir que tenga más valor artístico que la pintada que hace alguien porque le sale de las narices y donde le sale de las narices.
Parece que ahora está creciendo el apoyo de las instituciones hacia el arte urbano...
Sí. En Madrid, que es la ciudad que nos toca más de cerca, sí ha habido un cambio muy grande desde hace un par de años hasta ahora en la actitud de la administración, en la aceptación y en la búsqueda para que se den más proyectos, se pinte y se intervenga en la calle.
Aun así, ¿hace falta más apoyo?
Sí, claro. Para las personas que nos dedicamos profesionalmente a ello, cuantas más posibilidades tengamos de desarrollar nuestra profesión, mejor. Lo ideal sería tener un apoyo institucional y libertad creativa total. Muchas veces es muy duro tener que estar peleando proyecto a proyecto, y no tener un sistema que te permita desarrollarte de una forma libre.
¿Han tenido muchos problemas con eso?
No, pero supone un desgaste, porque al final es un esfuerzo continuo por tener que luchar cada proyecto. Si hubiese un sistema de subvenciones, de becas, un programa de apoyo artístico... Estoy fantaseando, pero estaría bien que, cada año, un número determinado de estudios de artistas de todas las disciplinas -cine, teatro, escultura...- tuvieran un apoyo de financiación pública para realizar su obra. Dedicamos al arte mucho dinero para que la gente pueda crear y ser libre de hacer lo que quiera.
En Barcelona pintaron una frase que decía: “Mejorar la sociedad a través de la cultura. ¿Se está infravalorando la cultura es nuestra sociedad?
Bueno... depende quién, y donde esté, sí la puede infravalorar. Pero más que eso, creo que está mal entendida. La cultura no es solo poner las cosas bonitas y hacer algo bonito, sino que es una forma de entender el mundo, con unos valores y principios que son más importantes muchas veces que el resultado final de una obra.
¿Cuáles son esos valores?
Nosotros hablamos del respeto, de valorar a las personas independientemente de sus orígenes o de sus gustos. Queremos una sociedad abierta en la que nos respetemos y colaboremos, sin planes egoístas, privativos y elitistas.
¿Los museos pueden privar a la gente de ver ese arte?
El museo, con el sistema de venta de entradas, marca una distancia. Bien es verdad que los museos como el Reina Sofía y el Prado tienen horarios gratuitos y el que no va es porque no quiere. Además, esos museos tienen una función fundamental: conservar un tipo de arte de una época. Aunque esto no quiere decir que sean las únicas formas de estar en contacto con el arte. Tienen una función fundamental muy concreta, pero no es la única. Es un error pensar que ir al Museo del Prado te lo da todo.
Hace un tiempo, pintaron en una pared de Santander, cerca del Gobierno de Cantabria, un mural que decía “Piensa con el corazón” y ahora van a construir un edificio que lo tapará. ¿Les da pena que se destrocen o desaparezcan sus obras?
No es pena, se sabe que va a pasar, no hay mayor problema. Si estás pintando en una medianera, y al lado hay un solar vacío, pues de cajón, tarde o temprano se va a construir algo y se va a tapar esa pared. Pero eso ya se sabe cuando se pinta. O si pintas en una calle, en un muro, es de ley que, tarde o temprano, se pinten cosas encima. Normalmente se suelen respetar bastante, pero tampoco hay que rasgarse las vestiduras porque desaparezca. Te molesta, pero tampoco lloramos por las esquinas.
Suelen dibujar unos corazones muy característicos. ¿Qué tienen de especial?
Representan un símbolo universal, que todo el mundo sabe interpretar. Luego, cada obra se compone de unos elementos que hacen que tengan un matiz diferente. Pasa a ser una iconografía propia, como un estándar o un punto de partida para abordar un muro. Utilizamos un corazón como utilizamos otros elementos que son recurrentes y los matizamos en función de cada proyecto.