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“En el despecho amoroso todos somos niños idiotas”

La escritora y periodista Rosa Montero (Madrid, 1951) se ha propuesto hablar de la muerte, el paso del tiempo, la decadencia, el fracaso, la locura o la soledad, un cóctel explosivo que convierten su última novela en un libro que recorre casi todos los estadios de la desdicha humana. Lo hace, eso sí, desde el sentido del humor y con un hilo narrativo que se sirve del suspense para enganchar al lector y evitar el melodrama. “Yo no escribo una novela para enseñar nada, sino para aprender”, reconoce la autora de 'La carne', que está en las librerías desde principios de mes y que presenta en el Ateneo de Santander este martes 27 de septiembre a partir de las 20.00 horas.

Su último trabajo literario, editado por Alfaguara, es una novela llena de humor que habla de sexo, la madurez y la capacidad de sobrevivir al fracaso. Su protagonista es Soledad Alegre, contradictoria desde su propio nombre, con una vida profesional en crisis y unos cuantos desengaños amorosos a sus espaldas. El terror a envejecer la tiene atrapada, lo que propicia muchos de sus errores: “En el despecho amoroso todos somos niños idiotas”, asegura Montero, que subraya que “el mundo está lleno de personas inmersas en relaciones miserables y tóxicas solo por el miedo que tienen a la soledad”. 

¿Un escritor descansa después de ver publicada una novela?

En realidad, es ahí donde empieza el trabajo más ingrato. Llevo 36 años publicando y antes no era así. Mi primer libro lo presentamos en un acto pequeñito y luego te sentabas a esperar. Salían las críticas y empezaba el boca a boca. En aquel caso, sacaron 5.000 ejemplares y yo creí que se los iban a comer. Esos libros llegaban a las librerías y estaban allí un montón de tiempo. Mi primera novela fue superventas al año siguiente. Hoy eso no pasaría, porque a los dos meses los libros están devueltos, guillotinados y convertidos en pulpa de papel. Ha cambiado mucho el modelo de venta de los libros, con una manera mucho más agresiva de publicitarlos. Hoy día se produce la paradoja de que es más fácil vender 30.000 ejemplares que 3.000, que ni se venden, se devuelven directamente. Los 30.000 ya entran en la vorágine del marketing. Cuando empecé a escribir, jamás pensé que iba a convertirme en esto, en una especie de rockera que hace giras enormes… [Ríe]. Muchos escritores empezamos a escribir porque odiábamos hablar. Yo odiaba hablar en público, era muy tímida, hasta tartamudeaba de pequeña. Y ahora los escritores terminamos hablando como un loro por todas partes. Sabes que terminas el libro y tienes una promoción brutal, si es que tienes suerte… El ruido informativo es tal que a veces ni tus seguidores se enteran de que tienes nuevo libro. De todas formas, estoy agradecida por ello, aunque no sea lo que más me gusta.

¿Entra dentro del marketing eso de que 'La carne' es su novela más personal?

Para mí todas son igual de personales, al margen de la primera, que en realidad respondía a un encargo y tuvo un pie forzado. El resto son absolutamente personales. Las novelas son sueños que se tienen con los ojos abiertos y salen del inconsciente, salen de lo más profundo de ti. Son tan personales que muchas veces no sabes siquiera de qué estás hablando, como pasa con los sueños, que no sabes lo qué simbolizan. Sí que es verdad que, si todo funciona bien, se supone que cada novela tendría que ser mejor que la anterior. Y en general sucede así. Yo, al menos, siento que en mis últimas novelas sucede así. Yo me siento muy contenta con las tres últimas, especialmente feliz, porque las he escrito con una absoluta libertad y siento que hay cierto dominio de lo que quiero contar. Me he emocionado, me he reído, he llorado con la novela… Eso forma parte del desarrollo del autor.

¿Un escritor también se emociona con sus propios personajes?

Si no me emocionara escribiendo, no escribiría. Eso es de cajón. No te emociona todo el rato, es evidente. Escribir una novela es un trabajo arduo y duro y tiene ciertos momentos desesperantes, de picar piedra. A veces te tienes que arrastrar hasta la mesa porque te pierdes, porque no entiendes a tus personajes. En este caso concreto no ha sido así. Llevo estos tres últimos libros en los que no he picado piedra nada, que han sido muy apasionantes, muy emocionantes. He estado al mando de ese camino, no me he atrancado, los he sentido, he atravesado las historias, me he borrado como yo consciente… Las historias han salido con una vida propia, y por eso tengo tan buenas vibraciones con este libro.

¿El humor sirve para restar dramatismo a una vida infeliz como la de su protagonista?

Exacto. No solo a la vida infeliz de la protagonista, que lo es. La novela tiene un suspense muy fuerte, pero efectivamente se va desvelando a lo largo de las páginas una vida muy dura. Los temas que trata la novela son muy básicos, muy profundos, muy terribles, muy tristes y, en algún caso, hasta trágicos. La muerte, el paso del tiempo, el miedo, la decadencia, el fracaso, la locura, la sensación de soledad, de ser un maldito, un monstruo, que es como ella se siente. Son temas tremendos, pero que se abordan con muchísimo sentido del humor, creo yo, por lo que resulta consolador y pone todo en su justo término. No se convierte en un melodrama.

¿Es más complicado sobrevivir al fracaso a una edad adulta?

El fracaso es una sensación y lo puedes tener de niño o de adulto. Nadie fracasa en todo en la vida, ni nadie triunfa en todo en la vida. Si acaso, el fracaso siempre es un miedo. Lo que le sucede a mi protagonista es que piensa que a lo mejor no le queda futuro. La vida nos va llenando de una mochila de piedras. Vivir es eso. La juventud es tener la posibilidad de reinventarte al día siguiente, de empezar una nueva vida de cero. Uno es joven en tanto puede pensar que mañana puede empezar de cero. Llega un momento, a los treinta y tantos, a los cuarenta, que te das cuenta de que no, que ya no puedes empezar de cero, que ya no tienes una vida ilimitada por delante, que ya arrastras tu propia vida. Aunque quieras cambiar radicalmente, vas con tus frustraciones, con tus culpas, con el mal que te han hecho y con el mal que tú has hecho, con tus sueños rotos. A medida que vas envejeciendo, la mochila de piedras que llevas a la espalda está cada vez más llena, cada vez pesa más. Y aún peor: el tiempo que nos queda por delante se acorta, por lo que las posibilidades de redimir nuestras culpas, o de cambiar lo erróneo, o de sacar alguna de las piedras que llevamos a la espalda, se hacen más pequeñas. Ese es el momento en el que está Soledad, la protagonista.

La novela habla del sexo y del amor en la madurez. ¿Sigue siendo un tabú?

No, para nada. Para mí es una normalidad absoluta tener 60 años y seguir haciendo el amor. No veo ninguna rareza en ello.

En el caso de Soledad, recurre a la prostitución. ¿Le ha costado abordar un asunto así desde una perspectiva feminista?

Ella no recurre a la prostitución, porque en realidad no quiere pagar por un amante. Ella ha tenido muchas relaciones a lo largo de su vida, aunque nunca una pareja estable. Acaba de romper con un amante, bastante más joven que ella, y casado. Se entera es que él va a acudir a una función de ópera, 'Tristán e Isolda' de Wagner, que ha sido eróticamente especial en su relación. Y él va a ir con su mujer. Lo que sucede, en un momento de puerilidad, es que monta en cólera. Es una reacción estúpida, porque en el despecho amoroso todos somos niños idiotas, y no se le ocurre más que la disparatada idea de contratar a un gigoló para llevarlo de acompañante y lucir a un bombón a su lado, a un chico macizo, para que su ex tenga celos, pero no quiere tener un amante a cambio de dinero. No parece necesitarlo. Luego la vida nos cambia todos los planes que hemos hecho. Un suceso violento e inesperado trastoca todo y comienzan una relación complicada e, incluso, peligrosa.

¿Cómo se combate esa soledad que no es voluntaria?

Pues depende. Todos deberíamos aprender y saber estar solos. El mundo está lleno de personas inmersas en relaciones miserables y tóxicas solo por el miedo a la soledad. Sería un aprendizaje esencial. Está claro que las personas somos seres sociales y necesitamos vivir la vida con los otros, lo que no quiere decir que tengamos que estar en pareja. Hay que trabajárselo. Para que haya otros que quieran compartir la vida contigo hay que hacer un esfuerzo. Es una inversión que merece la pena.

Utiliza el suspense como hilo conductor de la novela, que tiene una reflexión mucho más profunda detrás la propia historia. ¿Plantea 'La carne' como una especie de crítica social?

No, no. Yo no escribo una novela para enseñar nada, sino para aprender. Si hay una crítica social será por añadidura. Lo que quiero es volver a contar aquellos temas que siempre me obsesionan: la muerte, el tiempo, y lo que el tiempo nos hace y nos deshace. También las relaciones de poder, la locura, el otro. Yo cuento todo eso desde quién soy. Si se puede extraer un aprendizaje de todo eso, mejor aún. Escribir una novela es un camino de desolación, un viaje de conocimiento. Si ya vas con las respuestas antes de iniciar ese tránsito, malamente servirá de nada.

Como columnista, sigue muy vinculada a la actualidad. ¿Qué libro le evoca la situación de España en este momento?

¡Oh, dios mío! [Ríe]. Te iba a decir que 'El castillo' de Kafka, pero es algo más ridículo, más grotesco que eso. Desde luego, no me evoca nada agradable.

¿Se ha convertido la política en algo superficial?

Lo que se ha convertido es en algo hecho por la peor parte del ser humano. La política tiene todos los rasgos más detestables del hombre: ambición, falta de rigor y responsabilidad, personalismo, sectarismo… Todo eso no es superficial, es nefasto.

Las últimas elecciones generales se vivieron, en cierta forma, como una brecha generacional. En Reino Unido ocurrió algo parecido con el Brexit. ¿Qué podemos perder por el camino si se produce esa desconexión en la sociedad entre jóvenes y adultos?

Yo no lo veo tan claro. En España, si se vuelven a repetir las elecciones y se vuelven a presentar los mismos cuatro candidatos, con las mismas condiciones, yo pido la nacionalidad en Canadá, por ejemplo. No es posible que caigamos tres veces en el mismo error. Ya se ve que estos señores no van a ningún lado, así que un poquito de responsabilidad en los partidos y que pongan a otros cuatro. ¡Como mínimo, qué menos!