“A la lectura no se le da importancia, entre otras cosas, porque estoy convencida de que casi ningún político lee”
Paloma Sánchez-Garnica publicó su primera novela, 'El gran arcano', en 2006. Desde entonces, no ha parado de escribir en un proceso “muy tranquilo” que le ha llevado a publicar varios bestsellers que han acabado incluso en la pequeña pantalla. Este miércoles la escritora llega a la Feria del Libro de Santander, “donde veraneaba de pequeña” y está encantada de volver, para presentar su última novela, 'La sospecha de Sofía'.
Se trata de una novela de intriga y espionaje que pasa por el Madrid de la dictadura, el París de la Revolución del 68 y por Berlín, ciudad dividida por el Muro en el que dos hombres y una mujer buscan su destino. Es el libro “más especial” de Sánchez-Garnica, que no se cansa de recalcar su pasión por la lectura y la importancia de fomentarla.
¿Busca usted las historias o las historias la encuentran?
Las historias, en general, me eligen a mí. A medida que voy avanzando en este oficio me voy dando cuenta de que, a parte del punto de curiosidad que necesito para empezar y encontrar una historia en la que me interese profundizar, porque yo escribo para aprender, al final la historia es la que me elije. Puedo hacer un montón de empieces, como hice con esta novela, y en el momento que la encontré salió como un tiro, los personajes me envolvieron y me llevaron casi en volandas. La escritura fue apasionante porque entré en un campo en el que no había estado y la historia merece la pena.
¿Por qué ha elegido novela histórica en esta ocasión?
Yo creo que yo no escribo novela histórica, porque ese género es la ficción que trata un persona o hecho histórico con mayúsculas, se centra en eso y alrededor monta la ficción. Yo hago al revés. Ambiento en un momento determinado del pasado y, a partir de ahí, monto las historias de personas con minúsculas, como la de cualquiera de nosotros. Por eso no me ubico en este género.
Cuenta que ambienta su novela en una época del pasado y, precisamente, usted estuvo en Berlín en 1989, una de las localizaciones de 'La sospecha de Sofía'. ¿Cómo fue el proceso de documentación? ¿Se hace necesario viajar o haber estado en los lugares que uno describe?
En la mayoría de mis novelas, la base de la documentación es la lectura. Me gusta leer novelas de esa época escritas por autores del lugar. En este caso, además, he tenido acceso a películas muy buenas y signicativas como 'La Vida de los Otros' o 'Dreamers'. También, como documentación personal, yo soy producto de todas esas lecturas y de mis experiencias vitales. En este caso, tenía una experiencia muy viva que me ha quedado para siempre. Estuve 40 días antes de la caída del Muro en Berlín y se me ocurrió pasar desde la República Federal Alemana con mi coche por la parte de la RDA hasta llegar al Berlín Occidental, vital, colorido, de libertad. Allí cogí el tren y pasé un puesto fronterizo hasta el otro lado del Muro, donde me encontré una ciudad detenida en el tiempo, gris, lenta y monocolor. El contraste vital de eso es importante.
Cuando cayó, para mi fue muy emocionante y seguí siempre la evolución de Berlín y cómo se reconstruye a sí misma. Volví a los diez años, después en 2012 y hace poco he vuelto a los escenarios que aparecen en la novela. He hablado con ex presidiarios de la Stasi, con gente que conoce muy bien sus archivos… Con quienes me ha resultado imposible hablar ha sido con alguien que hubiera pertenecido a la Stasi. Me dijeron que nadie lo iba a reconocer y eso fue imposible.
¿El hecho de que no lo reconozcan denota vergüenza y que, por ejemplo, en Alemania, hay una memoria histórica que no hay en otros países?
La mujer que nos enseñó el archivo de la RDA, que vivió esa época, nos decía que, en un Estado de derecho, como el que tienen ahora, no siempre hay justicia. La memoria histórica la tienen todos los alemanes porque hay memoriales o está la marca del Muro. Pero hubo mucha gente que, en ese sistema, estaba convencido de que el sistema era bueno y, además, nosotros no podemos juzgar y no sabemos qué haríamos en ese sistema para ganarnos la vida. A partir de ahí, cuando salen de ese sistema y lo ven desde fuera, pueden temer las miradas de sus conciudadanos. Como decía esa señora, en un Estado de derecho no se trata tanto de memoria histórica, que está, porque los alemanes para eso son muy sabios.
En el libro tienen mucha importancia los personajes femeninos y el papel que ocupa la mujer en diferentes contextos. ¿Hasta qué punto muestra los avances de la mujer y la importancia del movimiento feminista?
Muchísimo. Yo, además, he aprendido mucho. Sé lo que ha pasado aquí en España porque nací en 1962, he sido parte y testigo de la evolución que ha tenido esta sociedad en la que vivo con respecto de la mujer. Yo nací en una sociedad muy machista, con unos prejuicios tremendos que se fueron rompiendo. He sido testigo de esta evolución tan complicada, esa transformación legal y, sobre todo, la concienciación social, que ha sido alucinante sobre todo en estas últimas dos décadas. Pero, también, con esta novela he aprendido que, en Francia en el año 68, en esa Francia revolucionaria, el feminismo ni estaba ni se le esperaba y España no era una isla en el mundo. La posición de la mujer tenía un rol muy parecido al de España; era una democracia, pero la mujer era madre, esposa y, aunque estudiaban, no ejercían. En las protestas, las mujeres participan de forma minoritaria y nunca tomaban la palabra en las asambleas porque tenían normalizado el dominio del hombre y que el espacio público no les pertenecía. Sí es cierto que ahí empezó el movimiento y, al ser una democracia, fluyó.
La concienciación feminista fue más fluida en esa Francia democrática que, hasta ese momento, había sido muy jerarquizada, muy patriarcal y muy machista, fue lo que nos ha costado aquí. También aprendí, como me contó la mujer que me enseñó el archivo de la Stasi, que las mujeres en la RDA tenían una clara integración en el trabajo y tenían las mismas oportunidades y sueldos. Pero, en toda esa propaganda de conciliación, en la RDA se escondía el reparto del rol tradicional y, cuando llegaba a casa, ellas hacían las cosas mientras los hombres iban al bar.
¿Faltan referentes femeninos en la literatura?
Yo creo que, poco a poco, nos estamos imponiendo porque, entre otras cosas, las mujeres somos las que más compramos y las que más leemos. El peso de la lectura lo llevamos las mujeres y en los últimos tiempos estamos saliendo un grupo nutrido de mujeres. En principio, nos intentan colocar en una literatura de menor importancia, pero al final la evidencia se impone y hemos llegado a este mundo de la literatura y de la escritura para quedarnos y, poco a poco, nos vamos haciendo un espacio.
Sus novelas son bestsellers y de una de ellas, incluso, se ha hecho una serie de televisión. ¿Una aspira a ser superventas desde el principio?bestsellers
Mi proceso ha sido muy lento, muy tranquilo, peldaño a peldaño y lector a lector. Es verdad que en ninguna novela he ido hacia atrás, siempre he ido ganando lectores, pero ha sido lento y sosegado. No he tenido altos, pero tampoco bajos. A veces sí que me he desesperado al ver cómo me pasaban por un lado y por el otro, pero la experiencia te enseña y, al mirar para atrás, ves que tu paso es firme y conoces muy bien el suelo donde pisas.
¿Cree que se fomenta poco la lectura desde la política y no se le da importancia?
No se le da ninguna importancia, entre otras cosas, porque yo estoy convencida de que casi ninguno de los políticos lee. Vivimos, además, en una sociedad complicada para la lectura. Las pantallas en todos sus formatos, con todo esto de internet, las redes sociales y el exceso de información, provocan que lleves tu atención hacia otra cosa mucho más fácil que leer. Para leer necesitas una concentración que ahora es muy complicado tener.
¿Qué hay que hacer para fomentar la lectura?
Es importante dar a conocer esta pasión de la lectura a los niños desde muy pequeños. La lectura te da tanto y tan bueno que no comprendo que la gente no se arroje a ella. Los libros son un patrimonio. Yo tengo cuentos de pequeña, los libros que leí con voracidad con catorce años, los clásicos que tuve que leer por obligación en el colegio. La pasión por la lectura está ahí porque yo me considero lectora desde que tengo uso de razón. Me recuerdo sentada con el cuento de Pinocho con seis años y mi madre ayudándome a leerlo. La lectura es apasionante y mucho más gratificante que cualquier red social o fotos de Instagram.