Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942) habla del cine español y de la gestión cultural de los sucesivos gobiernos con la serenidad de quien cuenta con una trayectoria consolidada y reconocida. Con apenas 30 años dirigió su primer largometraje, 'Habla, mudita', protagonizada por José Luis López Vázquez y Kiti Manver. La película obtuvo el Premio de la Crítica del Festival de Berlín.
Quizás él no lo sabía, pero su destino estaba ligado al cine. De su Cantabria natal se trasladó a Madrid para estudiar Periodismo -su vocación era ser novelista- pero, la falta de plazas le llevó a matricularse en la Escuela Oficial de Cinematografía. No le ha ido mal. Es uno de los directores más premiados de su generación.
Hace ocho años decidió retirarse para comenzar su carrera como escritor, donde también ha tenido éxito. Con su primera novela, 'La vida antes de marzo', publicada un año después de apartarse de las cámaras, en 2009, ganó el Premio Herralde.
A finales de año pronunciará el tradicional discurso para ingresar, de forma oficial, en la Real Academia Española (RAE). Atiende a eldiario.es entre las bambalinas del Palacio de La Magdalena, en Santander, donde esta semana dirige el curso de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) 'Aspectos narrativos del cine y la novela'.
Inició su carrera en el cine coincidiendo con los últimos años de la dictadura y el inicio de la Transición. ¿Cómo fue llevar a cabo proyectos cinematográficos en aquella época?
Todas las dictaduras tienen agujeros por donde te puedes colar. Es verdad que cuando empecé tuve muchos problemas con la censura, pero es un arma de doble filo en contra del régimen totalitario porque la gente empieza a ver más cosas de las que hay en las películas y, además, no hay nada que excite más a la gente que lo prohibido. Es lo que pasó con 'Furtivos', que fue un boom. Eso es algo que deberían aprender con la Ley Mordaza o cualquier prohibición. La censura se vuelve contra los censores.
Su siguiente película, 'Camada Negra', una historia sobre la violencia de los grupos fascistas que, sin embargo, no fue bien recibida por el público de izquierdas.
Creo que 'Camada negra' se ve mejor ahora que entonces. Hay una manera fácil de halagar al público de izquierdas, que es darles lo que se esperan, pero tener una actitud crítica desde la izquierda y para la izquierda... porque la derecha no cuenta en esto.
Al final la cultura es un diálogo con la izquierda, y en aquel momento, lo que se esperaba era que tratara sobre las bandas fascistas, unas bandas controladas por el poder y por el dinero. Pero la película no es así. Yo traté de reflejar la permanente tentación fascista que hay en el ser humano, porque en todo ser humano hay una tentación permanente hacia el autoritarismo, hacia el sexismo, hacia el dominio... Era un poco dar las razones del lobo para comprender qué es lo que pasa por dentro de la cabeza de un fascista. La película no fue bien recibida por la izquierda porque esperaban una cosa, digamos, que subrayara más lo que sabían, y la película es más sobre el fascismo biológico que late siempre en cualquier grupo humano. Hacer una película o una novela que dé al lector lo que ya sabe a mí me parece inútil.
Dice que la cultura es un diálogo de izquierdas. ¿Se refiere a que la derecha no entiende la cultura como un motor de cambio, como un escenario para el diálogo, para el debate?
No. Me refiero, sobre todo, a que es un diálogo entre la izquierda, a que muchas veces la cultura es un debate interno dentro de la propia izquierda.
Para acabar su carrera como director de cine realizó 'Tomos estamos invitados', un retrato del conflicto vasco. Era como cerrar el círculo.
En esa película, por muchos esfuerzos que yo hice señalando que el antecedente era 'Camada negra', no me hizo caso nadie (ríe). La mirada nunca es inocente. Cuando estás viendo una película, tú no solo estás recibiendo lo que la película te da, sino que proyectas tus convicciones políticas, tus deseos, tus manías, tus oscuros pensamientos...
En las películas cada uno ve también no solo lo que le dan sino lo que quiere ver. Entonces yo, por muchos esfuerzos que hice para decir que la película más cercana a 'Todos estamos invitados' era 'Camada negra', porque era la violencia de extrema derecha y en el otro de extrema izquierda, no me hizo caso nadie porque los unos y los otros nunca quieren aceptar la comparación.
Su carrera ha estado siempre ligada a este tipo de películas de reflexión política.
No siempre. Es curioso. Seguramente forma parte de mis contradicciones porque, en principio, a mí las películas políticas no me gustan y, sin embargo, he hecho varias. Siempre ha sido como por un deber cívico, un poco a regañadientes. Como diciendo, “bueno, pues hay que hacer una política sobre ETA o sobre la extrema derecha violenta”. Pero, más bien, para que quede como testimonio y que contribuya un poco a clarificar las ideas.
En realidad, una película no suele estar bien cuando entra directamente en el debate político, siempre hay que ver las cosas con un poco de distancia. Por ejemplo, con el terrorismo de ETA reprochaban mucho al cine español que no entraba en el asunto, y no es verdad. Se han hecho muchas más películas de lo que parece, lo que pasa es que todo eso se entiende mucho mejor cuando el fenómeno ha pasado.
En 2008 decide retirarse del cine para dedicarse a escribir. ¿Le costó cambiar la mentalidad?
No, porque lo llevaba pensado bastante bien. No fue, como creyeron algunos, fruto de un momento. Yo podía haber seguido haciendo películas, pero siempre pensé que quizá no iba a poder seguir haciendo las películas que a mí me gusta hacer. Entonces, antes de empezar a estropear las películas, pensé en retirarme. ¿Por qué? Porque ha cambiado todo.
Antes, por ejemplo, el sistema de financiación era un diálogo entre el productor y el director. Ahora intervienen las televisiones que, evidentemente, son las que mandan en el cine. Las películas que se hacen son las que las televisiones quieren que se hagan porque son las que tienen la llave del dinero. Eso es un filtro importante. La suma de filtros, el cambio de gusto del público, me hizo pensar dejarlo yo antes de que, a lo mejor, me hicieran dejarlo otros.
Pero el paso de una narrativa a otra no es muy grande porque yo escribía mis propios guiones y de alguna manera pasaba más tiempo detrás del ordenador que de la cámara. Son mundos narrativos cercanos aunque, por supuesto, mucho más complejo el del cine, porque en el mundo narrativo novelístico la novela es el 100% pero en el cine, lo narrativo es muy pequeño comparado con todo lo que le rodea (la producción, los actores, la financiación, el tiempo...). Yo siempre digo, un poco en broma, qué gusto hacer ahora novelas porque si quiero sacar, por ejemplo, un pelotón de caballería da igual que sea de 15 o de 500. En este sentido, el cine está muy marcado por el dinero.
Comentaba que la forma de hacer cine ha cambiado mucho y que son las televisiones las que tienen la manija. Pero, ¿qué ha cambiado entre negociar con esos productores particulares de antes y las televisiones de ahora?
Hay mucha diferencia. Los grandes productores de antes eran personas que, de alguna manera, imprimían su propia personalidad en la película. Con las televisiones es completamente distinto porque es un filtro mucho más anónimo. El filtro es más impreciso.
¿Cómo describiría la situación actual del cine español?
Pues el cine español, ahora mismo y como siempre, da dos o tres películas interesantes al año o cada dos años.
Nosotros no tenemos un juicio muy favorable del cine español porque vemos todas las películas que se hacen, buenas y malas. En cambio, si el cine español pudiéramos verlo desde fuera, desde otro país, nos parecía estupendo porque siempre encontraríamos las dos o tres películas buenas y diríamos: ¡Qué cine tan estupendo! Que es lo que nos pasa, por ejemplo, cuando vemos las películas francesas.
Las películas francesas, por decirte una industria potente, a España llegan cuatro o cinco, pero son las buenas. Pero si tú vivieras allí y vieras las 150 horribles que se hacen, dirías: “El peor cine del mundo es el cine francés”.
En cualquier caso, cualquier película gana con el tiempo y una película aunque sea mala tiene un valor testimonial incuestionable.
¿Era necesario subir el IVA cultural?
Lo del IVA cultural nadie se lo explica. Yo me niego a pensar que el Gobierno de mi país persiga voluntariamente al cine, que quiera perjudicarlo por motivos políticos, pero se comporta como si lo hicieran. Realmente subiendo el IVA no ganan nada porque evidentemente la gente se retrae y tampoco creo que recauden mucho más. Es una restricción cultural y, por lo tanto, es una mala decisión política. Incluso Grecia, que tiene tantos problemas, tiene un IVA cultural muy pequeño porque piensa que eso lo tiene que preservar. Una vez más somos la excepción cultural pero a la inversa, en negativo.
¿Qué hay de cierto en esa idea de que el cine vive de las subvenciones y que los actores y actrices son unos privilegiados?
Es una cosa que quiero que quede bien clara. Hay una percepción curiosa y equivocada por parte de la gente sobre cómo son los artistas, y ahí meto a los actores, músicos, pintores... Cuando la gente piensa en un creador se imagina a uno muy rico o en los bohemios. Pero no es vedad, porque en medio está el cuerpo entero de la creación, el 99% de los creadores que viven de su trabajo.
La gente se le viene a la cabeza los triunfadores y piensan: ¿Para qué quieren subvenciones si luego tienen un deportivo y dos casas en Marbella? Lo de la ceja hizo mucho daño, esa identificación con cualquier Gobierno es nefasta. El papel de un autor debe ser crítico, entonces esa identificación con un determinado Gobierno siempre es mala.
¿Y cree que esas manifestaciones en la gala de los Premios Goya son acertadas o perjudican al cine?
Aunque perjudiquen, tienen derecho a manifestarse.
Durante ocho años también fue presidente de la Sociedad General de Autores Españoles (SGAE). ¿Por qué esta organización tiene tan poca popularidad?
Cualquier sociedad recaudadora tiene poca popularidad. Ahora ya también hay muchas entidades de gestión, aunque siempre se piensa en la SGAE. Quizás no hayan sabido ver el lado que tiene, por ejemplo, la Fundación Autor. A veces tampoco se piensa la importancia que tiene la SGAE fuera de España, sobre todo, de representación de autores latinoamericanos. De todas maneras, no soy la persona adecuada para hablar de la SGAE porque ya hace mucho tiempo que no participo en ella, hablo del pasado.
Pero sí está las puertas de participar en la Real Academia Española. ¿Qué le parece que expresiones o palabras como 'culamen', 'pepero' o 'tuitear' sean aceptadas por la RAE? ¿Está de acuerdo o desvirtúa el lenguaje?
Como tantas veces se ha dicho, los que crean el lenguaje son los usuarios. Lo que sí pienso es que hay que esperar un poco más, porque hay palabras de esas que a lo mejor caen en desuso. Por ejemplo, la palabra estraperlo se usó muchísimo y hoy a un chico de 15 años le dices estraperlo y no sabe lo que es. Es necesario un tiempo para saber si una palabra merece la pena que esté en el diccionario.
Cuando todos los diccionarios acaben siendo online pienso que no va a haber ese problema, porque las palabras van a subir y bajarse del tren muy a menudo.
Hablábamos antes del trato de la cultura por parte de los Gobiernos. En lo que respecta a los ciudadanos de a pie, ¿cree que se valora? ¿Es la piratería un reflejo de una falta de respeto hacia el trabajo de autor?
No, es dejadez. Como tantas otras cosas, si hay unas reglas del juego, desde el principio todo el mundo se atiene a ellas. Pero cuando hay dejadez, cuando se prefiere ir dejándolo a ver si el tiempo lo arregla solo, se crean muchas perversiones.
La gente se cree, con razón, que una cosa que no ha sido perseguida es legal. Y al cabo de mucho tiempo de uso, a ti te parece que es un hecho absolutamente contrario a tus libertades que te quiten un derecho que has ejercido durante mucho tiempo. Ahí hay una perversión de origen. Ese mundo tenía que haber estado muy reglamentado desde los comienzos pero nadie se atrevió. Los distintos gobiernos nunca quisieron saber nada, no solo los de Zapatero sino los anteriores de Aznar también. Todo el mundo tuvo miedo a entrar ahí.