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Reportaje

Descubren una cueva intacta durante 80 años que fue refugio de los emboscados de la Brigada Machado en Liébana

Laro García

Santander —
24 de noviembre de 2024 22:36 h

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“Por fin, la cueva del tesoro. El trabajo dio su fruto. Cueva intacta después de 80 años, sin intrusos, sin piratas y sin profanadores de tumbas. La dejaremos en nuestra memoria para evitar saqueos; no queremos que la conozca cualquiera. Leer en la biblioteca particular de Santiago Rey, Segundo Bores y Mauro Roiz, todos de Bejes, no tiene precio. Es un lugar incomparable. Cada día más admirador de esta gente”. Así de contundente se pronunciaba Jesús Pelayo Mirones en un mensaje dirigido a sus amigos el día que compartió el hallazgo que había realizado junto a Delia Guardo Verdeja, con la colaboración indispensable de Francisco Verdeja Otero, el abuelo de esta, que les había puesto sobre la pista para encontrar el refugio de algunos de los 'emboscados' de la Brigada Machado en Liébana.

Se trata de una cavidad de apenas un metro de altura y de forma casi circular. Es un 'cobaju', como se dice en la zona. Tendrá unos tres metros de fondo, siendo generosos. “Suponemos que ahí entraban a dormir, a leer y poco más. Era un lugar para descansar, a sabiendas de que no les iban a pillar”, ratifica Pelayo. No es una cueva a ras de suelo, ni en una zona accesible. Mucho menos en aquella época. Sabían que ahí podrían dormir tranquilos y que no necesitaban montar vigilancia dada la situación de la cueva en pleno corazón del escarpado Desfiladero de La Hermida, a los pies de los Picos de Europa.

En una ubicación que prefieren no revelar de momento para mantenerla a salvo de ojos indiscretos y cazadores de tesoros, hasta que los técnicos de Patrimonio puedan valorar su contenido, en el medio de una pared vertical de casi 50 metros de altura al que no se puede acceder sin cuerda de escalada a riesgo de jugarse la vida, se escondieron en diferentes momentos cuando se echaron al monte durante la dictadura franquista al menos tres personajes muy relevantes de la historia reciente de Cantabria, como puede comprobarse en las notas y escritos que aún se conservan en su particular biblioteca, junto a otros objetos personales y recuerdos de su paso por ahí.

“Yo no me puse a llorar porque me dio vergüenza”, reconoce Pelayo entre risas. “Saber que eres el primero en entrar después de tantos años y que está todo intacto… impresiona. No es la misma sensación que entrar a otras muchas cuevas que existen, pero que están vacías. Que sabes lo que hubo ahí, pero asomarse a la cueva y encontrarlo intacto es algo muy distinto”, cuenta este hombre de Novales que dedica parte de su tiempo libre a investigar, leer y patear algunos de los parajes emblemáticos por los que pasaron los que se echaron al monte tras la Guerra Civil.

Es una opinión que también comparte Delia, su compañera en toda esta aventura: “La realidad es que sentí que teníamos algo muy grande delante de los ojos… Pero tienes que sentirlo, porque podría haberlo encontrado otra persona que no tiene la misma sensibilidad que nosotros hacia la historia o la memoria y quizás no le da la misma importancia. Pero para nosotros fue muy grande. Y para mí, lo más importante fue poder llamar a mi abuelo desde allí y decirle: 'Lo hemos encontrado'. Ese día fue bestial, fue brutal. Le hicimos una videollamada para que pudiera verlo”, cuenta emocionada.

Recuerdos de familia

Y es que este descubrimiento hubiera sido imposible sin los recuerdos de familia, sin esas conversaciones a veces en voz baja y con cierto respeto de las personas mayores que sufrieron en sus carnes aquella época aciaga. Y, por supuesto, sin las indicaciones de Francisco Verdeja Otero, el abuelo de Delia, que a sus 93 años tiene un lugar destacado en este hallazgo.

“De unos años para acá, yo me empecé a interesar por la historia de nuestros paisanos, por la historia de aquí. Empecé a leer libros sobre el tema, a tomar anotaciones, a hacer excursiones… Mis abuelos vieron ese interés y empezaron a contarme cosas. Gracias a que mi abuelo lo mantuvo en silencio todos estos años, esa cueva sigue ahí. El problema que tenemos con esto es que ha habido siempre mucho pirateo. La gente iba al sitio, lo encontraba… y se lo llevaba para casa. Así nunca vamos a poder tener una información veraz porque desaparece, se saquea”, explica Delia.

Hablando con su abuelo, poco a poco, tejiendo una confianza cada vez más estrecha, porque a su abuela no le gustaba mucho recordar momentos tan dolorosos y de tanto sufrimiento, Delia fue recopilando cada vez más datos, más detalles, descripciones que luego le fueron muy útiles en la búsqueda de esta cueva una vez tuvo conocimiento de su existencia. “Eran temas en los que resultaba difícil rascar”, admite. A pesar de los años que han pasado, algunas heridas tardan toda una vida en cicatrizar.

“Yo soy de Liébana y me interesaba mucho lo que había ocurrido aquí. Fui indagando por mis propios medios, hasta que conocí a Pelayo, que se puso en contacto conmigo porque también estaba muy interesado por la historia de los que se echaron al monte. Yo había conseguido llegar a la zona, pero no acertaba a encontrar la cueva. Habían pasado tantos años que creía que igual las indicaciones de mi abuelo no eran correctas, o no lo recordaba bien, que era en otro sitio… Gracias a la confianza que depositó mi abuelo en mí y yo después en Pelayo, conseguimos dar con el objetivo”, narra orgullosa.

Después de varias excursiones por la zona, de las averiguaciones que cada uno de ellos había realizado por separado, y tras ponerse en contacto a través de unos amigos comunes, al segundo intento juntos dieron con la ubicación exacta y pudieron entrar a la cueva en la que nadie más había entrado en cerca de ocho décadas. Fue el 3 de enero de 2024 cuando comprobaron, palabra por palabra, que lo que Francisco les había contado era real.

“Mi abuelo sabía de la existencia de la cueva porque en su casa, cuando era joven, estuvo muchos días en el pajar con Santiago Rey, que era de Bejes y fue uno de los que se echaron al monte. Él le contaba cosas. Siempre me queda la duda de si mi abuelo lo sabía solo por las anécdotas que le compartió o porque andaba mucho por la zona, con las ovejas y el ganado. Tampoco me lo cuenta todo, ha pasado mucho tiempo y tiene 93 años, pero está claro que lo que dice, es. A la vista está”, confirma Delia. También Pelayo lo ratifica: “Nos lo dijo y nos lo creíamos, pero cuando encontramos la cueva, todo coincide”.

Les había contado que, en su casa, cuando era pequeño, su padre escondió en el pajar a Santiago Rey. Lo ayudaba porque eran paisanos, eran vecinos, no tenía nada que ver con la política. “Se estaban jugando la vida, pero por una cuestión de pura humanidad”, recalca Delia. Ayudaban a gente que pasaba hambre, que se estaba escondiendo para proteger su vida. No era una excepción en la zona en aquellos años. Más allá de rivalidades políticas o revanchas tras la guerra, de las imposiciones de la dictadura, muchas personas optaron por ayudar en la medida de sus posibilidades, de facilitar comida o ropa de abrigo. Por no cerrar la puerta a los que hasta hace nada habían sido sus vecinos. “Mi abuelo subía al pajar a verlo cuando estaba escondido, a hablar con él…”. De ahí surgió este secreto que se ha mantenido oculto hasta ahora.

Libros, un bastón-espada... o unos zapatos de tacón

En cuanto al inventario de los objetos que se han conservado en la cueva a lo largo de todos estos años, es de lo más variado. Sobre todo, han aparecido libros de las temáticas más insospechadas, que incluyen hasta un ejemplar sobre el catolicismo alemán. “Esto lo tendrá que determinar un experto en su día, pero yo creo que eran libros que les daba la gente conocida o que cogieron cuando bajaban a robar a alguna casa para poder entretenerse, aunque fueran de cocina o de latín, porque con las horas que pasarían ahí en ese 'cobaju', casi sin poder moverse… supongo que se leerían de todo. La mayor parte del tiempo estarían solos. Cualquier entretenimiento es útil, hay que ponerse en su situación”, explica Pelayo.

Según cuentan Delia y Pelayo, en esta pequeña biblioteca particular se incluye cerca de una decena de libros. Y sabemos de manera fiable quién estuvo ahí -aunque no a la vez- porque han dejado su rúbrica. “Uno de los que firma es el primer jefe de la Brigada Machado, que era Mauro Roiz. Y encima otro de los libros está firmado por Manuel Díaz, el 'doctor Cañete', al que llamaban el médico de los emboscados. Está la firma de su puño y letra en tinta roja. Hay un libro de 'El Quijote para niños' que parece irrelevante si no tiene inscripciones manuscritas dentro… Pero está sin revisar”, advierten.

Más objetos: por ejemplo, un bidón metálico que servía para hacer acopio de agua, un artilugio que el abuelo de Delia ya había descrito tirando de memoria, y que incluía un sistema con ramas para que el agua que bajaba de la peña decantara en el recipiente, y así poder beber o asearse durante la estancia en la cueva. También ha aparecido una báscula de precisión, restos de mantas viejas en la única zona de la cavidad en la que se podía descansar, una lata de hojalata con medicinas a modo de botiquín, en la que había mercurio, enjuagues bucales, vendas, un bote de aspirinas, rollos de algodón… Y lo que más llamó la atención a los descubridores: unos zapatos de tacón, probablemente destinados a ser un regalo para una novia que nunca pudieron entregar.

“La relevancia de los objetos para nosotros es por la gente que estuvo ahí y por el motivo que los llevó a estar ahí. Que pasó por lo que pasó”, destaca Delia, que enumera algunos de los objetos más pintorescos que pudieron examinar, que van desde un cofre de madera hasta un bastón de bambú de unos 80 centímetros, que se desenvainaba y salía una espada oculta, única 'arma' que dejaron en esta cueva.

“Solo hemos estado una vez dentro, pero como la cueva es pequeña, la verdad es que lo pudimos ver con detalle casi a primera vista. El suelo es piedra, no tiene tierra como otras cuevas y no hay dónde rascar. No creo que haya más sorpresas de lo que sabemos, salvo que abran los libros y se vean escritos o anotaciones hechas a mano por ellos. Como había libros que estaban bastante mal, no hemos querido tocarlos para no destrozar nada”, resume Pelayo. 

El futuro de la cueva

“Al principio, cuando lo descubrimos, pensé que teníamos que callarnos la boca y punto. Luego, con el tiempo, piensas de manera global, y te das cuenta de que no te quieres morir y que nadie haya visto esto. Lo mismo que a mí me gusta que alguien lo estudie y lo ponga en un libro a disposición de la gente para que el público tenga acceso a ello, que es lo que yo he hecho toda la vida… A mí me encantan esos libros, esa parte de la historia de nuestro pueblo, y esto es igual. Queremos que lo sepa la gente desde el respeto, que se estudie este hallazgo, y añadir una pata más a la historia”, cuenta Pelayo sobre el proceso que han llevado a cabo hasta notificarlo hace aproximadamente un mes a la Dirección General de Patrimonio del Gobierno de Cantabria, después de muchos avatares, para que analicen el contenido, valoren su trascendencia y decidan su destino final.

“Nuestro objetivo principalmente sería que esto llegue a buen puerto y sea de dominio público, que se explique y se contextualice. Sabemos que es difícil y que los tiempos no acompañan, pero queremos que se haga honor a nuestra propia historia. A mí me gustaría que sirviera de algo poder entregarlo, porque si eso se mantiene en la cueva, lo que va a pasar es que el día de mañana vas a volver y te vas a encontrar con que no queda nada… Lo que queremos, desde el respeto, es que se conserve, que se honre a esas personas que estuvieron ahí y se recuerde la historia de lo que ocurrió”, sentencia Delia.

De momento, siguen a la espera de una respuesta oficial por parte del organismo competente para acompañar a los técnicos de Patrimonio hasta la ubicación exacta y que realicen su trabajo. “Tenemos que confiar en que, dado que es patrimonio de Cantabria y de todos los cántabros, la Administración lo trate como se merece y haga algo al respecto”. Y de esta forma, con un poco de suerte, honrar a la memoria y recuperar una parte de la trayectoria vital de Santiago Rey, Segundo Bores y Mauro Roiz, y de tantos otros, que quedó encapsulada en una cueva durante casi 80 años hasta que Francisco, Delia y Pelayo lo trajeron de vuelta hasta nuestros días.