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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Curas rojos a Moscú

El semanario integrista ¿Qué Pasa? calificaba con la elocuente etiqueta de “curas progresistas” a los sacerdotes de la Diócesis de Santander que apoyaron la huelga en la factoría de Standard Eléctrica de Maliaño en febrero de 1967. Ni era la primera vez ni sería la última que algunos curas de Cantabria iban a apoyar las reivindicaciones de los trabajadores poniendo de manifiesto la existencia de una Iglesia militante en la oposición al franquismo.

Al finalizar la guerra civil, la Iglesia española se convirtió en una de las bases más firmes del nuevo régimen, en el que el nacionalcatolicismo iba a marcar las formas de la vida cotidiana de los españoles. La educación, los espectáculos o la cultura, todo era susceptible de ser aceptado o no por las autoridades religiosas. La apabullante presencia del ritual católico iba a inundar los pueblos  y ciudades.

Sin embargo, en este gran edificio monolítico surgieron voces que reclamaban otra forma de ser cristianos, otra manera de entender el mensaje de Jesús de Nazaret. Fruto de este pensamiento nacieron en 1946 la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y en 1947 la Juventud Obrera Cristiana (JOC), organizaciones influenciadas por el catolicismo social francés y belga donde la figura del cura obrero se había hecho común en los primeros años cuarenta.

En Cantabria, al igual que en el resto de España, los obreros cristianos fueron los primeros en integrarse en ambas organizaciones, no sin el recelo de los sectores más franquistas de la Iglesia y de la desconfianza de algunos representantes del sindicalismo histórico.

Dentro de estas organizaciones cristianas primaba la defensa y la dignidad de los trabajadores, haciendo de la búsqueda de la justicia social su objetivo. Como es lógico, este mensaje desagradaba profundamente a las autoridades políticas y de este modo el gobernador provincial y jefe local del Movimiento de Santander, Joaquín Reguera Sevilla, no dudó en criticar en el diario falangista Alerta las actividades llevadas a cabo por la HOAC, a la que llegó a calificar de “grave error político”.

La realización de cursillos de formación de una cultura obrera, militante y apostólica, dirigidos por sacerdotes comprometidos y la divulgación en el semanario , libre de censura gubernativa, constituyeron la mejor propaganda de ambas organizaciones en este nuevo compromiso social.

El final de la autarquía, la emigración a las grandes ciudades y el comienzo del desarrollismo económico, dirigido por tecnócratas cercanos al Opus Dei, conllevaron  el crecimiento de la clase trabajadora y un gran cambio social en todo el país. La vieja España rural estaba muriendo y la nueva sociedad industrial acarreaba problemas que exigían otras respuestas. Las organizaciones obreras iban a alcanzar un mayor protagonismo.

En julio de 1960, 10.000 jóvenes trabajadores se reunieron en Madrid con motivo del I Congreso de la JOC. La tirada de Juventud Obrera creció de 9.000 a 25.000 ejemplares. Fue el momento elegido para crear la Unión Sindical Obrera.

Con anterioridad, en 1957, había nacido en la mina asturiana de la Camocha un nuevo movimiento sindical conocido por Comisiones Obreras, que para distintos historiadores se gestó en el seno de la HOAC.

Cantabria no fue ajena a estos nuevos tiempos y, a principios de los años sesenta, la HOAC y el PCE ya eran la vanguardia del movimiento obrero regional, como así lo atestigua que la primera comisión obrera cántabra estaba formada por miembros de la vanguardia obrera cristiana (Ramón Peredo, Manuel González Morante, Alfredo Sáiz Pacheco...) y militantes del PCE como José López Coterillo. 

Estamos en 1964 y a partir de ahora y en los próximos diez años, militantes cristianos y comunistas van a participar conjuntamente en todos los conflictos laborales que tengan lugar en Cantabria. Podemos asegurar que en muchos casos los sindicalistas tienen doble militancia y que distintos miembros de la JOC acabarán militando en el PCE.

Los conflictos sociales más graves se iniciaron en 1964 en las factorías de Nueva Montaña Quijano situadas en Santander y Corrales, a los que se unieron en años posteriores  las huelgas de la Standard en Maliaño (1967), la segunda huelga de Nueva Montaña, Cuétara o Sniace. En todas estas movilizaciones, la presencia de las organizaciones citadas fue primordial para llevar a cabo los distintos actos de resistencia.

También en el seno de la Iglesia se estaban produciendo grandes cambios. La elección como Papa de Juan XXIII y el inicio del Concilio Vaticano II originarían en el mundo católico profundos cambios, tanto en el contenido como en las formas. Sin lugar a dudas para el régimen franquista fue una muy mala noticia y a partir de estos años las relaciones con la Iglesia iban a ser un auténtico dolor de muelas para los jerarcas del franquismo.

De nuevo en Cantabria, a un importante número de sacerdotes les correspondería afrontar estos tiempos. En Reinosa, Torrelavega o Santander algunos curas fomentaron una nueva toma de conciencia frente a los problemas sociales y políticos. Desde el movimiento parroquial hasta las aulas, pasando por los movimientos vecinales, parte de la iglesia diocesana de Cantabria no tuvo duda en enfrentarse con las nuevas circunstancias sociales y con los viejos hábitos de la dictadura.

Sirva como ejemplo el 1º de Mayo de 1966, cuando en Los Pinares santanderinos se reunieron cerca de 500 manifestantes para celebrar el Día del Trabajo contando con la presencia del obispo de la Diócesis, el progresista Puchol.

Cómo no podía ser de otra manera, el régimen intentó poner fin a estas “intolerables disidencias” y en 1968 un numeroso grupo de militantes comunistas y cristianos fue arrestado. La operación, denominada HOPARCO por la policía, se saldó con el arresto de numerosos opositores; concretamente en Cantabria se produjeron 47 detenciones. Las autoridades acusaron a la HOAC de ser una tapadera del PCE.

En el año 1971 la Comisión Diocesana de la HOAC pasó de nuevo a disposición judicial por una hoja informativa enviada a los militantes. Sus responsables fueron procesados por el siniestro Tribunal de Orden Público (TOP), y condenados a penas de arresto y multas económicas.

Los curas también sufrieron multas, insultos y hasta agresiones. Los sectores más franquistas les acusaban de haber traicionado a la “Gloriosa Cruzada Nacional”. En las fachadas de algunas iglesias aparecieron pintadas del tipo “Curas rojos a Moscú”, “Tarancón al paredón” (Vicente Enrique y Tarancón fue presidente de la Conferencia Episcopal española entre 1971 y 1981).

Con el final del franquismo, el papel de las organizaciones cristianas obreras fue perdiendo protagonismo y muchos de sus miembros se integraron en Comisiones Obreras y otras organizaciones de izquierdas.

A partir de la muerte del dictador han sido muchas las situaciones en las que los religiosos comprometidos han seguido y siguen haciendo frente a la injusticia en estos tiempos de enorme recesión económica y social.

El semanario integrista ¿Qué Pasa? calificaba con la elocuente etiqueta de “curas progresistas” a los sacerdotes de la Diócesis de Santander que apoyaron la huelga en la factoría de Standard Eléctrica de Maliaño en febrero de 1967. Ni era la primera vez ni sería la última que algunos curas de Cantabria iban a apoyar las reivindicaciones de los trabajadores poniendo de manifiesto la existencia de una Iglesia militante en la oposición al franquismo.

Al finalizar la guerra civil, la Iglesia española se convirtió en una de las bases más firmes del nuevo régimen, en el que el nacionalcatolicismo iba a marcar las formas de la vida cotidiana de los españoles. La educación, los espectáculos o la cultura, todo era susceptible de ser aceptado o no por las autoridades religiosas. La apabullante presencia del ritual católico iba a inundar los pueblos  y ciudades.