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La repatriación de agentes alemanes durante el franquismo: un conflicto en un contexto político internacional cambiante

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La repercusión de la novela de Almudena Grandes, 'Los pacientes del doctor García', Premio Nacional de Narrativa 2018, que constituye la cuarta entrega de la serie 'Episodios de una guerra interminable', puso de actualidad el tema de las redes de apoyo y evasión de fugitivos nazis en la España de la mitad de la década de 1940 y la frustración de los esfuerzos de los republicanos por documentar y denunciar ante los aliados la connivencia de la dictadura franquista.

En Cantabria ha sido un tema cuya divulgación ha venido de la mano de algún periodista como Miguel Ángel Pérez Jorrín (que llegó a entrevistar al fugitivo nazi Reinhard Spitzy en 1993) o Gonzalo Sellers, a partir de la publicación de libros y trabajos de investigación, muchas veces posibilitados por la desclasificación de documentos confidenciales de países como el Reino Unido o Estados Unidos. Y luego está internet: no es difícil encontrarse con entradas que replican nombres de otras anteriores sin cita alguna ni criterio conocido. Así pues, aportaremos una pequeña síntesis del contexto en el que se desarrollaron los acontecimientos, con algún dato concreto aplicable al caso de Cantabria.

Entre los años 1936 y 1945 la vida española transcurrió en una constante situación de guerra, primero la Guerra Civil y, sin solución de continuidad, a pesar de la tan proclamada neutralidad, la II Guerra Mundial.

El trabajo desarrollado por el historiador Javier Rodríguez González sirve para conocer diferentes aspectos de la presencia y actividades que los Servicios Secretos del III Reich desplegaron en la zona norte de España para asentar una estructura de apoyo a su causa y de refugio y control de los propios nazis. Al tiempo, los aliados, señaladamente los británicos, a través de la estrategia emprendida por el Servicio Ejecutivo de Operaciones Especiales (SOE) entendieron la importancia fundamental que tenía el conocimiento del terreno y el mantenimiento de una red operativa para impedir la libertad de actuación con que contaban los alemanes, bien asistidos por los servicios secretos franquistas. En consecuencia, el valor geoestratégico del área septentrional determinó que se convirtiera en un teatro de operaciones en las que operaron las estructuras de espionaje de los bandos contendientes.

Tomando como punto de partida las afinidades ideológicas y el apoyo prestado en la Guerra Civil española por alemanes e italianos, las estructuras del recién constituido régimen franquista y otras instituciones importantes, significadamente la Iglesia católica, sirvieron a los intereses de los países del Eje. Como ejemplo, en 1949 Pío XII contribuyó con un “donativo papal” al sostenimiento de los “refugiados alemanes en España”, una forma amable de referirse a los nazis que se encontraban aún bajo el escrutinio de estadounidenses y británicos.

La colaboración estatal se manifestó de diversas maneras, como con los acuerdos entre el Reich y el Gobierno franquista suscritos por Himmler y Serrano Suñer, que facilitaron considerablemente las actividades de la Gestapo en España o la creación de “puestos avanzados” (Kriegsorganisationen, K.O. -organizaciones de guerra-) en 1939 por el Servicio de inteligencia militar alemán (Abwehr), dirigido por el almirante Canaris.

La KO-Spanien se convirtió en la más grande de las organizaciones del Abwehr en el extranjero, tanto en presupuesto como en plantilla, operando en todo el territorio. Su estructura se conformaba con un cuartel general en Madrid y tres áreas de inspección: Norte, Sur y Este. De la sede de Bilbao, la principal de la zona norte, dependían las subsedes de Vigo, La Coruña, Gijón, Santander, Bilbao y San Sebastián.

Vigo, por su posición estratégica, se convirtió en un enclave de gran importancia para la marina de guerra alemana y refugio de militares, espías y tripulaciones. El litoral cantábrico favoreció las operaciones de resguardo y repostaje de barcos y submarinos gracias a la profundidad de sus aguas, lo que posibilitaba el acercamiento a la línea de costa.

Ya desde 1944, cuando el sino de la guerra estaba claramente decantado hacia los aliados, el régimen empezó a dar muestras de distanciamiento: en marzo de 1944 se ordenó la repatriación de la División Azul mientras que la presión diplomática aliada se incrementaba para conseguir el control, tanto de las actividades políticas y militares alemanas como el final del suministro de recursos estratégicos.

La significativa impunidad con la que se movían los servicios secretos alemanes fue remitiendo. Así, el 2 de mayo de 1944 España suscribió un acuerdo secreto con Estados Unidos y Reino Unido por el que se comprometía a reducir considerablemente el suministro de wolframio a Alemania y a la expulsión de agentes alemanes del territorio, entre otras medidas. A cambio se levantaría el embargo de petróleo que había sido impuesto y se reanudaría su abastecimiento por parte de los estadounidenses.

En este punto, los miembros de los servicios de inteligencia alemana empezaron a percibir que su presencia y actividades debía ser más discreta. De hecho, hasta entonces no habían tenido la necesidad de ocultarse. No obstante, aunque la repatriación de sospechosos -o claramente nazis- nunca fue una prioridad política de la dictadura, los cambios que se apreciaban en casos concretos condujeron a asumir, sobre todo una vez finalizada la contienda, la opción de esconderse hasta poder escapar, en especial a Sudamérica. En consecuencia, se empezaron a formar redes de apoyo que facilitaran la huida.

España, además de los que ya residían aquí, atrajo como refugio o como estación de paso en rutas de evasión (las llamadas ratlines), a significados nazis de distintas nacionalidades que habían salido huyendo tras el desmoronamiento sucesivo de los frentes de guerra. Casos singulares como el de León Degrelle, colaboracionista belga, que acabaría siendo condenado in absentia, en su país, a pena de muerte, o el de la familia de Clara Petacci y demás fascistas italianos que se asentaron mayoritariamente en la zona levantina y la Costa del Sol, lo confirman. Además de estos, los miembros de los servicios secretos alemanes fueron uno de los principales objetivos de los aliados, junto con dirigentes políticos, funcionarios destacados y representantes consulares.

Muchas personas ayudaron a los nazis refugiados en España: desde las altas esferas de poder, ejército e iglesia hasta las organizaciones vertebradas en torno a Falange Española. Una de las personas que mejor ejemplifica esta afirmación fue Clara Stauffer Loewe (Madrid, 1904-1984). Mujer bien instalada socialmente participó en la fundación de la Sección Femenina, colaborando como responsable nacional de propaganda con Pilar Primo de Rivera.

Desde un posicionamiento político ligado a un fascismo doctrinal, desempeñó un papel muy relevante en la conformación de las redes de ayuda, tanto material como logística, y de huida a los alemanes, italianos y colaboracionistas que escapaban de la derrota y de la depuración de responsabilidades adquiridas en el desarrollo de la II Guerra Mundial. Para ello utilizó recursos provenientes del entramado de empresas alemanas radicadas en España. En el tramo final de la Guerra y hasta 1948, los países aliados trataron de controlar las transferencias de capital alemán a países neutrales y la ocultación de activos para evitar un potencial rebrote. La operación se llamó Safehaven.

Precisamente Clara Stauffer era la única mujer de una relación de 104 agentes alemanes cuya presencia en España se daba por cierta y que el Consejo de Control Aliado presentó en 1945 al Gobierno, demandando su entrega y repatriación para ser enjuiciados en el marco del proceso de desnazificación que se desarrolló en Alemania al final de la II Guerra Mundial. La lista apareció 52 años después en los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores en el curso de una investigación promovida por el periodista y escritor José María Irujo. El documento con la lista que adjuntamos, una copia del de 1945, está fechado en diciembre de 1947, aunque fue entregado al ministro de Asuntos Exteriores, Martín Artajo, a principios del mes de noviembre de aquel año por el diplomático estadounidense Paul T. Culbertson, encargado de negocios de la embajada y un oficial británico.

No fue la primera lista prioritaria que los aliados presentaban ante el Ministerio. Hubo otras, con anotación de la prioridad de los relacionados y más numerosas, por ejemplo, la presentada en enero de ese mismo año, de 175 nombres. La existencia de diferentes listas obedece tanto a criterios de revisión y actualización de las mismas, como a la falta de colaboración mostrada por las autoridades españolas. Los nazis que finalmente se repatriaron desde España (por tierra, mar y aire) tanto forzosa como voluntariamente acreditaban un perfil bajo. De los 104 reclamados no hubo nadie que fuera conducido a Alemania.

En el fracaso de las expatriaciones concurren diferentes agentes y factores. Las prominentes jerarquías del estado y del gobierno, altos mandos militares, eclesiásticos, los servicios de inteligencia y Falange conspiraban para hacer fracasar las iniciativas de deportación. Las motivaciones son variadas: ideológicas, de lealtades, religiosas, económicas e incluso de base legal… Lo cierto es que, con el cambio de paradigma en el panorama de política internacional, con la prefiguración del escenario de la Guerra Fría, los intereses de las potencias occidentales se reorientaron.

El pragmatismo sacó paulatinamente de foco a estas tentativas y así, hacia 1948 su eficacia decayó absolutamente. Pesó más la posición española respecto de la URSS y el comunismo que cualquier otra consideración a la hora de fijar las prioridades. España, que había visto rechazado su ingreso en 1946 en la ONU, era por entonces un país aislado y autárquico. Una dictadura en una Europa que se iba a refundar sobre principios democráticos y una fuerte capitalización exterior a la que tardaríamos largas décadas en incorporarnos.

Para finalizar, en la lista de los 104 figuran tres personas que estuvieron domiciliadas y con actividades en Cantabria. Como todos los de esta relación se trataba de agentes que habían prestado servicio a la Alemania nazi. Ninguno estaba considerado como criminal de guerra. Se transcribe, traducido y por orden alfabético, las entradas correspondientes:

11. BORMANN, Kurt. Domiciliado en Santander, en la calle Perines, 30. Prominente miembro de la Gestapo y del Partido Nazi (NSDAP). Utiliza su negocio de seguros como tapadera para actividades de espionaje. Proveedor de pasaportes falsos a alemanes reclamados.

81. ROHE, Hans. Domiciliado en Madrid. Ex-Cónsul alemán en Santander y líder del Partido Nazi en esa zona.

92. SPITZI, Reinhardt (tal y como aparece escrito en el listado). Domiciliado en Santillana del Mar, cerca de Santander o en El Quexigal, Ávila. Subordinado de von Ribbentrop y agente del servicio de inteligencia particular del jefe de las S.S. Schellenberg.

Gracias a la investigación efectuada por J. M. Irujo y a otras fuentes, como la información obtenida en la entrevista de Gonzalo Sellers a la hija de Bormann o la obra de Eliah Meyer, 'The factual list of nazis protected by Spain', una recopilación de datos contenidos en distintos informes desclasificados de los servicios de inteligencia estadounidenses, podemos añadir algún detalle significativo.

Cuando llegó a Santander, a comienzos de la década de 1930, Kurt Bormann montó un taller de artes gráficas, de ahí su capacidad para generar documentación falsa. Tras trabajar entre 1936 y 1939 en Alemania encuadrado dentro de la Legión Condor volvió a Santander en diciembre, cuando ya había comenzado la II Guerra Mundial. A finales de los cuarenta tuvo que huir con su familia a Venezuela, vía Canarias, debido a la presión ejercida, en ese tiempo, por los países aliados al Gobierno español. Regresaron poco después a Santander, en 1954, una vez que habían cesado las amenazas de deportación. Allí continuaron con su vida sin mayores sobresaltos.

De Reinhard Spitzy, siguiendo parecidas fuentes, puede afirmarse que tuvo una vida mucho más cinematográfica. Diplomático de formación, fue un espía de alto rango que vino a España en 1942 como directivo de la fábrica Skoda, de vehículos y armamento: una tapadera que le permitió moverse, realizar contactos y pasar información a Berlín sin demasiados riesgos. Su trayectoria cambió hacia el final de la II Guerra Mundial, tras fracasar el atentado del 20 de julio de 1944 contra Hitler. El almirante Canaris fue detenido y acusado de conspiración, siendo finalmente ejecutado. Relacionado con Canaris, a cuyas órdenes había trabajado en Alemania, la Gestapo trató de llevar a Spitzy a Berlín para declarar. Cuando esto sucedió se encontraba residiendo temporalmente en Santillana del Mar. No retornó a Madrid y pretendió emprender una nueva vida como carpintero-ebanista (allí trabo amistad con el escultor Jesús Otero). Sin embargo, buscado también por los aliados (era un fijo de todas las listas de repatriación) se vio obligado a huir y esconderse ayudado fundamentalmente por curas y monjes de distintos monasterios, que lo ocultaron hasta que, por mediación del abad de San Pedro de Cardeña, consiguió llegar a un acuerdo con el general Yagüe, que a cambio de unos planos de un cañón fabricado por Skoda le posibilitó que pudiera escapar a Argentina con su familia, ayudado por la red de evasión. Allí residió hasta 1958, año en el que regresó a Austria, su país natal, donde falleció en 2010.

Por supuesto, en la lista no están todos los que fueron en Cantabria; en la mencionada recopilación de Meyer aparecen otros como Helmuth Anton, Wilhelm Dierssen, Martin Hoffmann, Oscar Muller o Hermann Friedrich Roecker. El perfil es parecido: profesionales, empresarios, etc., desempeñando tareas para el servicio de inteligencia alemán en los años cuarenta. Por encima de nombres, el hecho es que la mayor parte de ellos gozaron de protección en España y pudieron seguir con sus vidas ajenos a cualquier proceso de rendición de cuentas.

La repercusión de la novela de Almudena Grandes, 'Los pacientes del doctor García', Premio Nacional de Narrativa 2018, que constituye la cuarta entrega de la serie 'Episodios de una guerra interminable', puso de actualidad el tema de las redes de apoyo y evasión de fugitivos nazis en la España de la mitad de la década de 1940 y la frustración de los esfuerzos de los republicanos por documentar y denunciar ante los aliados la connivencia de la dictadura franquista.

En Cantabria ha sido un tema cuya divulgación ha venido de la mano de algún periodista como Miguel Ángel Pérez Jorrín (que llegó a entrevistar al fugitivo nazi Reinhard Spitzy en 1993) o Gonzalo Sellers, a partir de la publicación de libros y trabajos de investigación, muchas veces posibilitados por la desclasificación de documentos confidenciales de países como el Reino Unido o Estados Unidos. Y luego está internet: no es difícil encontrarse con entradas que replican nombres de otras anteriores sin cita alguna ni criterio conocido. Así pues, aportaremos una pequeña síntesis del contexto en el que se desarrollaron los acontecimientos, con algún dato concreto aplicable al caso de Cantabria.