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Vicente Puchol y la diócesis de Santander: los ecos del Vaticano II en la Iglesia española

El movimiento de renovación que promovió el Concilio Vaticano II tuvo eco en todo el planeta al querer adaptar el mensaje evangélico a los tiempos modernos. El Concilio fue convocado en enero de 1959, solo tres meses después de la elección del cardenal Roncalli como Papa con el nombre de Juan XXIII. Desde sus primeros cargos de responsabilidad en Bérgamo, había adquirido cierta fama de izquierdista entre la derecha europea por su dedicación a los más necesitados. El franquismo no pudo evitar manifestar su desagrado por su elección como sumo pontífice, pese a que el Régimen trataba de iniciar, ese mismo año 1959, una nueva etapa.

El Concilio se reunió por primera vez en el otoño de 1962 con la participación de más de 2.000 padres conciliares de los cinco continentes. Nunca antes se había producido nada igual dentro de la Iglesia. Cuando Juan XXIII murió, en junio de 1963, todavía el Sínodo no había hecho pública ninguna decisión significativa y, a pesar de que la tarea continuó bajo el papado de Pablo VI y que se convirtió en uno de los hitos históricos de la segunda mitad del siglo XX, la valoración de sus logros ha dividido a la Iglesia. Mientras que para los sectores más progresistas su propósito de actualizar la Iglesia apenas se había alcanzado, para los sectores más conservadores se había llegado demasiado lejos.

El mensaje que se desprendía de algunos de sus documentos, como la defensa de los “derechos del hombre”, la libertad religiosa, la libertad de conciencia o pensamiento, no fueron bien recibidos por el régimen franquista. En España el Concilio sirvió para dar cierta cobertura a los llamados “curas modernistas” y a los movimientos especializados de la Iglesia que se venían desarrollando desde los años 50 y defendían un “compromiso temporal” con el mundo obrero para salvar la distancia existente entre la fe y la realidad social. En un mundo en el que los cambios eran cada vez más acelerados se pretendía una Iglesia abierta, próxima y adaptada a los tiempos [1]. Como podrá entenderse fácilmente, la puesta en práctica de este planteamiento produjo tensiones entre algunos sectores de la Iglesia y las autoridades.

En agosto de 1965, con el Concilio a punto de terminar, Vicente Puchol Montis (Valencia, 1915) fue nombrado obispo de Santander. Su política de trasladar las sentencias del Concilio, en el que llegó a participar, a la diócesis, durante los dos años escasos que estuvo al frente de ella, atrajo las críticas de los sectores más integristas de la Iglesia, alineados con poca discreción con el franquismo, así como el reconocimiento de quienes veían en el Concilio Vaticano II una esperanza de cambio. Entre medias estaban los seguidores del cardenal Herrera Oria en la región, que si bien defendían la doctrina social de la Iglesia, no cuestionaban la esencia del Régimen e incluso les parecían perfectamente compatibles. El miedo de la Iglesia institucional a los cambios era tal, que exigía a los curas para poder dar clase hacer un juramento “antimodernista”.

Tomás López, profesor de Inglés para muchos miles de cántabros, había pasado por el Seminario con anterioridad a la llegada de Puchol y fue testigo de esa época:

De hecho, la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), que en un principio pretendió recristianizar el mundo obrero, “terminaría adoptando una postura frontalmente rupturista respecto del Régimen imperante, erigiéndose, a partir de finales de los años 50, en una de las plataformas privilegiadas de oposición al mismo y contribuyendo a crear un movimiento obrero de nuevo tipo” [2]. Ya en los años 60, el desarrollo de las protestas laborales en los centros de trabajo industriales de Santander, el arco de la Bahía, Torrelavega, Los Corrales y Reinosa, en las que se demandaban aumentos salariales que paliaran la inflación, propició el encuentro entre militantes comunistas y cristianos. Tales acciones se pueden enmarcar en la situación de conflicto que generaba un régimen totalitario ajeno a los procesos de construcción europea. Fruto de ese encuentro fue la aparición de las Comisiones Obreras.

El obispo Puchol prestó un decidido apoyo a la acción de la HOAC y la JOC, tal como demostró al aceptar acompañarlos en la marcha de celebración del 1º de mayo de 1966 desde el palacio episcopal hasta los Pinares de El Sardinero, en la que participaron unas 500 personas (las fotografías que acompañan a este documento fueron tomadas ese día). Esto acrecentó las críticas y descalificaciones de los sectores integristas hacia el “compromiso temporal” de los militantes de la HOAC y de los Curas “progresistas” por sus “desviaciones” y críticas al Estado, no dudando en distribuir panfletos anónimos por la ciudad:

Las diatribas se hicieron públicas después de que los párrocos de Maliaño Carlos Gómez Blázquez y Clemente de Miguel apoyaran a los obreros de Standard que estaban en huelga [4]. En este punto, el obispo Puchol se vio en la tesitura de tener que responder a estos ataques en la homilía del Jueves Santo de 1967. Ni antes ni después se ha leído algo similar por parte de un obispo de esta Diócesis.

Es en la etapa de Puchol cuando se resolvió dar una mejor formación a los seminaristas y se facilitó su contacto con los movimientos seglares y la ciudad. El trasladó de la sede de Filosofía del seminario a Las Caballerizas de La Magdalena facilitó este acercamiento. En el hoy Paraninfo de la Universidad Menéndez Pelayo se puso en marcha la revista hablada 'La Rueda', en la que se reflexionaba frente al público asistente sobre las preocupaciones sociales del momento, (hecho que en aquel tiempo cabe adjetivar como milagroso), facilitando el encuentro de militantes católicos y obreros. También fue en esa época cuando se creó el Primer Consejo Presbiteral de la Diócesis, tal como prescribía el Concilio Vaticano II (órgano consultivo del obispo formado por sacerdotes de su jurisdicción eclesiástica).

En esa coyuntura, la creación de Radio Popular de Santander rompió el panorama radiofónico de la región y supuso un nuevo aire en las ondas. Incluso El Diario Montañés, vinculado entonces al Obispado, mantuvo una línea editorial más aperturista que no se podía esperar en el competidor, Alerta, voz del Régimen, muy vergonzante a la hora de tratar conflictos internos que no pudieran ocultarse.

Otra de las tareas que luego tendrían trascendencia en el movimiento vecinal y político fue la creación de nuevas parroquias en barrios obreros surgidos apresuradamente a partir de los años 60. Barrios que crecieron con la inmigración y los desplazados por el incendio en las laderas de El Alta, como, por ejemplo, San Francisco, San Juan Bautista, San Pio XI…, convirtiéndose en puntos de encuentro y promoción social.

En esta tarea hay que citar nombres como Isidro Hoyos, Ernesto Bustio, Avelino Seco o, en otras zonas de la ciudad, Miguel Bravo, Alberto Pico, etc. Igualmente hay que reseñar la labor de otro buen número de curas jóvenes progresistas, como Paco Pérez en Santa Lucía, o Ángel Alonso y Joaquín Echegaray, o el equipo parroquial de la Compañía, que venía de la influencia de Ángel Herrera en el Barrio Pesquero. También se produjeron controversias con los equipos parroquiales, de orientación muy conservadora, de El Cristo, dirigidos por Antonio Cossío, o el de San Francisco.

Una correlación positiva para la Geografía Social santanderina quedaría a salvo solo en el Barrio Pesquero. El resto son parroquias del centro de la ciudad donde después del incendio de 1941 habitan de forma muy homogénea sectores sociales acomodados, en su inmensa mayoría muy poco críticos con la dictadura. Eso ayuda a explicar el conflicto que el domingo, 28 de enero de 1968, (con el obispo Puchol ya fallecido) se produjo en la iglesia de Santa Lucía, en el corazón del ensanche burgués, cuando un feligrés de tendencia franquista, increpa al sacerdote Paco Pérez, por no gustarle el contenido de la homilía. Es un acontecimiento que desborda el marco local y salta a la prensa de Madrid, y que por su interés e implicaciones desarrollaremos en una próxima ocasión.

Vicente Puchol moría en un accidente de tráfico el 8 de mayo de 1967. Regresaba de la misa anual que celebraban los obispos en el mausoleo de Cuelgamuros por los caídos en la Guerra Civil de sus respectivas diócesis. A Puchol le siguió en el puesto monseñor Cirarda, mucho más interesado en la compleja pastoral que se empieza a producir en su tierra de origen, al ser durante un tiempo obispo de Santander y administrador apostólico de Bilbao. A su vez fue sucedido por Monseñor del Val, en 1971, que en muchos sentidos dio carpetazo a la herencia conciliar, como sucedió a nivel general en la Iglesia en todo el mundo.

El movimiento de renovación que promovió el Concilio Vaticano II tuvo eco en todo el planeta al querer adaptar el mensaje evangélico a los tiempos modernos. El Concilio fue convocado en enero de 1959, solo tres meses después de la elección del cardenal Roncalli como Papa con el nombre de Juan XXIII. Desde sus primeros cargos de responsabilidad en Bérgamo, había adquirido cierta fama de izquierdista entre la derecha europea por su dedicación a los más necesitados. El franquismo no pudo evitar manifestar su desagrado por su elección como sumo pontífice, pese a que el Régimen trataba de iniciar, ese mismo año 1959, una nueva etapa.

El Concilio se reunió por primera vez en el otoño de 1962 con la participación de más de 2.000 padres conciliares de los cinco continentes. Nunca antes se había producido nada igual dentro de la Iglesia. Cuando Juan XXIII murió, en junio de 1963, todavía el Sínodo no había hecho pública ninguna decisión significativa y, a pesar de que la tarea continuó bajo el papado de Pablo VI y que se convirtió en uno de los hitos históricos de la segunda mitad del siglo XX, la valoración de sus logros ha dividido a la Iglesia. Mientras que para los sectores más progresistas su propósito de actualizar la Iglesia apenas se había alcanzado, para los sectores más conservadores se había llegado demasiado lejos.