Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Reportaje

Entre el desprecio a un legado histórico y la leyenda negra de sus fortunas: el olvido del fenómeno de los indianos

Grupo de personas en la finca del marqués de Valdecilla.

Diego Cobo

Medio Cudeyo —

7

No hay casa sin palmera ni magnolio. No hay estancia sin maderas tropicales. No hay dos plantas que no estén unidas por escaleras nobles. Hay jardines con fuentes, bustos y algún capricho; también un misterioso aire exótico que revolucionó pequeñas localidades que apenas se acuerdan de ellos. “En Cantabria no hay un museo: no se trata el fenómeno indiano, se ha vivido ajeno a él”, dice Ana Cagigas, responsable de la Finca del Marqués de Valdecilla, en Medio Cudeyo. En las 15 hectáreas de prados y arboledas, con cenador, invernadero y varias edificaciones ―cocheras, casas de invitados, la vivienda de su sobrina, cuadras…― está la residencia de Ramón Pelayo de la Torriente. 

Después de una vida dedicada a la industria del azúcar en Cuba y, con la nostalgia coceándole y un título nobiliario bajo el brazo, el hombre que había acumulado una ingente fortuna, regresó definitivamente, en 1920, al pueblo que lo había visto nacer 70 años antes. “Hace falta que conozcan la figura del marqués”, proclama esta técnica de Patrimonio, que en los últimos años ha inventariado 6.000 objetos de la finca, desde piezas de vajilla a porcelanas, pasando por pinturas o muebles. Porque el abandono antes de que el Ayuntamiento de Medio Cudeyo adquiriera el recinto en 2003, dice, era “absoluto”.

El de la localidad de Valdecilla es el único museo en Cantabria dedicado al fenómeno histórico a pesar de que “la emigración a países americanos que se desplaza por el puerto de Santander”, como afirmaba el informe del Inspector de Emigración de 1917, “es metódica y encauzada ya de antiguo”. Pero lo que la cornisa cantábrica vivió entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX fue brutal: de los casi 200.000 cántabros que, según Consuelo Soldevilla, migraron a América entre 1845 y 1936, cerca de un tercio lo hicieron en los últimos 15 años del siglo XIX. “Si es que en Cantabria nadie habla de indianos, y sigue sin haber nada”, insiste Cagigas, cuyo trabajo se vuelca en esta colina soleada donde la Cantabria rural da sus primeros sorbos.

El de Ramón Pelayo es quizás el ejemplo más laureado en Cantabria de un movimiento migratorio que alcanzó cotas inimaginables en apenas unas décadas. El número de cántabros que fueron, hicieron fortuna y regresaron a su tierra, sin embargo, no es excesivo, aunque, como afirma el historiador Tomás Pérez Vejo en Indianos de Cantabria, “solo se es indiano si se triunfa”. Y de regreso a sus lugares, aquellos ‘triunfadores’ plantaron sus casas, a veces exuberantes pero nunca discretas, sembraron palmeras y magnolios y modelaron jardines que en estas tierras agrícolas sonaban casi a provocación. 

Esos símbolos de riqueza, sin embargo, son solo el escaparate de una herencia mayor cuyo eco resuena en el origen oscuro de algunas de esas fortunas: Antonio López y López, Pedro Martínez Pérez de Terán o Juan Manuel de Manzanedo hicieron fortuna valiéndose del comercio de esclavos.

Lo que la cornisa cantábrica vivió entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX fue brutal: de los casi 200.000 cántabros que, según Consuelo Soldevilla, migraron a América entre 1845 y 1936, cerca de un tercio lo hicieron en los últimos 15 años del siglo XIX

En su estudio de la cultura en Cantabria durante la carrera universitaria de Historia, por ejemplo, todo le llevaba a Enrique Rodríguez Pereda al marqués de Valdecilla. Ese fue el inicio de un interés del universo indiano que iba desembocando en donaciones generosísimas, inauguración de escuelas, iniciativas culturales, centros benéficos, periódicos editados en las viejas colonias, creación de sociedades regionales y el resto de consecuencias de aquellas fortunas montañesas. Así llegó el año 2022, cuando comenzó a preparar una conferencia sobre Ramón Pelayo para las Jornadas Históricas Marqués de Valdecilla, y halló “una información demasiado importante”. Poco después comenzó su tesis doctoral sobre aquel ilustre vecino de Medio Cudeyo.

“Los indianos están completamente abandonados, es muy difícil que encuentres nada”, explica el investigador. Hurgando en la biografía del marqués de Valdecilla, además, se dio de bruces con el estereotipo de migrante que, siguiendo impulsos juveniles, se embarca hacia América y, desde posiciones humildes, acaba ascendiendo a la cúspide económica y social del país de acogida. Pero también vio que aquel personaje no cabía en el molde clásico. Vivía en Cuba y mantenía su vínculo con Cantabria, sí, pero su cultura, su acción política y sus intereses estaban en Estados Unidos, pues incluso llegó a tener relación con Henry Ford.

“Tiene un papel mucho más allá de lo que se podría esperar de los indianos”, explica Rodríguez. El marqués de Valdecilla desarrolló la filantropía y, además del hospital al que acabó dando nombre, financió más de 50 escuelas en toda Cantabria, carreteras o la urbanización de su propio pueblo. La Montaña, la revista que se editaba semanalmente en Cuba, le dedicaba un homenaje tras aportar 500.000 pesetas para la construcción del Hotel Reina Victoria de Santander: “La montaña sabe honrarse honrando a sus hijos más distinguidos. Lo contrario sería olvidar la tradicional lealtad montañesa y eso no es propio de nuestro solar”. Aquel texto de febrero de 1916 daba cuenta de “sus incontables rasgos de filantropía” y reconocía “la deuda que la provincia tiene contraída con el gran montañés”.

Y, sin embargo, insiste el historiador, el movimiento indiano está desatendido. De aquellas jornadas en Valdecilla salieron un libro y la tesis doctoral en la que está embarcado y que le está llevando (y llevará) a archivos de Cantabria, Madrid, Toledo, Estados Unidos y Cuba. Su trabajo pretende llenar el agujero en el que caen tantos investigadores: “No hay estudios que nos permitan conocer con detalle cuál es la acción de los indianos”.

Cantabria, tierra de indianos

Aunque Cantabria es tierra de indianos desde que Colón pisó América, el fenómeno migratorio acabó explotando a finales del siglo XIX. El principal destino de los cántabros era Cuba, seguido, a mucha distancia, de México y Argentina: la población europea se había doblado en un siglo, generando una presión poblacional que las economías agrícolas difícilmente podían asumir. Cantabria no daba más de sí y América estaba ‘por hacerse’. 

Al otro lado del océano, en duras travesías, llegaron aquellos soñadores, espoleados por la necesidad y los sueños de juventud, que en Cantabria tiene nombres como Jerónimo Mateo de la Parra, Francisco González Camino, Avelino Gutiérrez, Antonio Trueba Barquín, Francisco Pérez Venero o Laureano Falla. Su impacto fue tan enorme en sus pueblos de origen que, incluso bien entrado el siglo XX, los niños aún soñaban con ser indianos. Eran sus modelos a seguir, aunque su idealización también ha sacado brillo a la vida de esos hombres y pocas mujeres que iban, hinchaban su hacienda y volvían ya convertidos en seres casi mitológicos.

Su impacto fue tan enorme en sus pueblos de origen que, incluso bien entrado el siglo XX, los niños aún soñaban con ser indianos. Eran sus modelos a seguir, aunque su idealización también ha sacado brillo a la vida de esos hombres y pocas mujeres que iban, hinchaban su hacienda y volvían ya convertidos en seres casi mitológicos

María Jesús Lavín, que ha archivado montañas de documentación del marqués de Valdecilla y que ha ido a Cuba un par de veces en misión genealógica, posee cartas de una tía abuela en las que va proclamando la buena vida, pero una de las últimas misivas, antes de regresar, destapó su verdadera condición: “Se vive mejor en Socabarga con cuatro vacas y teniendo una casa propia que aquí”. 

La utopía que alimentó a los casi seis millones de europeos que emigraron a América se truncó en carne propia: se calcula que regresaron la mitad de ellos. Muchos se quedaron para siempre y, aunque hubo quienes hicieron fortuna, algunos valiéndose del tráfico negrero y otros empleando mano de obra barata una vez abolido el comercio de esclavos, no hay demasiados triunfadores. “No son tantos”, admite María Jesús Lavín, que al ir hablando de valles y comarcas de Cantabria, al mencionar Soba, Selaya, Trasmiera o Santoña, cuenta ejemplos con los dedos de una mano. Por eso, el foco de investigación de la archivera de Medio Cudeyo se ha ampliado: “Descubrí que había que centrarse en una visión no solo de indianos, sino de los que van a trabajar con ellos. Cuál es su papel y si consiguen algo o no”.

Su herencia, además de una arquitectura no siempre bien conservada, se ha diluido en la sociedad del siglo XX. Una de las líneas de investigación de Rodríguez Pereda, de hecho, es su papel en los imaginarios regionales. El historiador dice que los cántabros en Cuba creaban sus centros montañeses y no se unían a los castellanos, afianzando su cohesión según su procedencia. “No son decisiones muy meditadas: ellos son montañeses”, expone. 

Ese sentimiento de nostalgia les hacía envolverse en su pasado y su tierra, sus costumbres y su lenguaje común. Pero la supervivencia en el camino de espinas de la migración también les hacía adornar la dura realidad de la Cantabria rural. “El profundo sentimiento de añoranza hizo que idealizaran cosas que quizá no fueran tan idealizables”, explica Rodríguez. Ese proceso de idealización, afirma, contribuyó a la difusión de los afianzamientos regionales que estaban en construcción.

Las consecuencias para Cantabria, además de su silenciosa influencia, está en los sueños aventureros y emprendedores de los cántabros en una tierra de pocas posibilidades, donde los pueblos se vaciaban, llegada la primavera, a trabajar el campo a Castilla. La migración de América mandaba remesas que mantenían el leve pulso de la región, aunque la pregunta es cuál fue el beneficio de las grandísimas fortunas amasadas, con el azúcar, los esclavos, el tabaco o sus inversiones. 

Además del reguero de construcciones y escuelas que alfabetizaron a Cantabria en un tiempo en el que el estado no cubría ese papel, Pérez Vejo apunta que, al instalarse en Cantabria, ya viejos y cansados, los indianos cerraban el grifo y se convertían en rentistas. “Su aportación en ideas y capital al desarrollo económico de Cantabria va a ser, salvo raras excepciones, prácticamente nula”, escribe.

Los indianos y su olvido

Todos coinciden en que el movimiento indiano está en el olvido a pesar de su relevancia, equiparable o mayor al fenómeno que se honra en Asturias. No hay mucha información, y eso a pesar de la poderosa influencia política a nivel local y provincial de estos hombres de negocios. Enrique Rodríguez afirma que el indiano es un “elemento disruptivo en sus comunidades”, ya que remueve las rígidas estructuras sociales de la época.

No solo es la casa indiana con sus jardines o la urbanización del pueblo en el que se asientan para sentir que la prosperidad les acompaña. No es únicamente la traída de aguas y la pavimentación de la calle que impulsa la salubridad de su comunidad. Ni siquiera es la financiación de escuelas, carreteras o la casa consistorial. Al haber ascendido socialmente por méritos propios y en tierras lejanas, los indianos no necesitaban de las relaciones locales con la vieja nobleza para llegar a ser. 

María Jesús Lavín, a través de las cartas del marqués de Valdecilla, ha comprobado ese carácter independiente, de ir por libre, que ha contribuido a su silencio en unas tierras lideradas por apellidos con solera. “Si de repente te llega un grupo a Cantabria [los indianos] que, no solo no participa, sino que te hacen saber que no les interesa tu círculo, pero tú como burguesía tienes que estar detrás de ellos para pedirles dinero…”, desliza el historiador. Esa especie de rivalidad, dice Rodríguez, no está estudiada a nivel provincial. 

Lo que sí se sabe es que los indianos conocían mundo y su espejo, lejos de ser ciudades españolas, estaba en Nueva York o La Habana. La prensa era el altavoz de su buena reputación y sus actos, aunque barnizados por la mitología indiana, han dejado una imagen de pulcritud al margen de quienes comerciaron con esclavos. “Son elites cosmopolitas de verdad, una élite transnacional y trasatlántica, y conocen las dos culturas más potentes del momento, la anglosajona y la francesa, además de la alemana”, prosigue Rodríguez Pereda.

Y, aun así, invadidos por la nostalgia y la vejez, muchos sin familia, hubo quienes regresaron a pequeños pueblos como Valdecilla para perpetuar su reputación a través de donaciones. Con matices, según María Jesús Lavín: “Donde había gente pudiente no encuentras escuelas de Ramón Pelayo: él decía que no iba a dar dinero en pueblos donde otros podían dar dinero”. 

El mejor ejemplo de esa rivalidad, cuya recompensa se cosechaba a través de prestigio y popularidad, es aquel título de la larguísima ristra de donaciones que realizó el indiano Gerónimo Pérez Sáinz de la Maza, cuya enumeración de gestos, incluidos el buen pellizco para construir el Palacio de La Magdalena o carreteras en Soba, lo antecedía una breve y lapidaria frase: “Filantropías Montañesas que se publican para que se imiten”.

Etiquetas
stats