Una determinación, un pulso, un gesto, porque “no les da la gana”. Doce empleados, de 159 que eran hace dos años, los 'últimos mohicanos', los últimos supervivientes de la teleoperadora Digitex-Konecta, siguen acudiendo todos los días a su trabajo en las oficinas del Centro Riamar en Camargo como si no pasara nada, aunque pase.
Pilar, Lola, Aida y María Jesús son cuatro de los últimos de Digitex, en su mayoría mujeres, todas por debajo de los 1.000 euros de sueldo neto al mes y en un centro de trabajo en donde no hay presencia física de directivos que cerrará sus puertas definitivamente este lunes.
Con un censo laboral menguante que se ha reducido a 26 empleados en apenas año y medio, Digitex dejará de existir físicamente en unas horas y se repartirá virtualmente por los domicilios de sus trabajadoras, que teletrabajarán recibiendo instrucciones mediante un chat de empresa.
Si aguantan es a la espera de una sentencia del Tribunal Supremo contra el plan para el cierre de la oficina cántabra, pero, aunque su determinación es clara y no falte el buen humor, hay un aire de tristeza en sus palabras, sabedoras de que asisten en directo a “un ERE encubierto” que puede dar con el cierre efectivo antes de que la Justicia se pronuncie.
Hay quienes aceptaron la oferta económica y se han ido, otros han sido despedidos y otros están de baja. Así, mes a mes, ha ido encogiendo la empresa, con la tensión de quienes estaban por la aceptación de las condiciones económicas para una salida y los que querían mantener aquel pasado en el que “éramos respetados y valorados”, como recuerda Pilar, una santanderina que estaba dispuesta a desplazarse a Jaén para seguir trabajando en la compañía, pero que ahora se mantiene junto a sus compañeros, ya que ha hecho del mantenimiento del puesto de trabajo cuestión de amor propio. “Es un pulso”, afirma, tras añadir que si se quedan es porque los demás siguen, que hasta quien no creía en los sindicatos, como Lola, se ha afiliado a la CGT. “Hemos luchado trabajando”, apostilla Pilar.
Y es que solo CGT, sindicato al que pertenece la delegada, Aida García, está ahora detrás de los restos laborales de Digitex-Cantabria, algo para ellos esencial. Aida es la cara de las trabajadores, su conexión con el sindicato, que ha llevado el pleito hasta el Supremo, quien ha dedicado parte de su tiempo libre al trabajo ante cualquier contingencia laboral... y se emociona cuando las demás se lo agradecen.
Para ella, teletrabajar en casa no será lo mismo. Con más de una docena de años en la empresa y superada la treintena, en el domicilio se confundirá el tiempo personal y el tiempo laboral, algo esencial para superar día a día un trabajo “duro” como es el de atender llamadas de clientes y realizar telemárketing. También porque se disolverá la “piña” en que se ha convertido el grupo.
Lola Alonso tiene 58 años y tres hijos. Sabe que, si pierde su trabajo, volver a reconectarse al mundo laboral va a ser una tarea muy difícil, por no decir imposible. Esto es un común denominador en todas. Por circunstancias personales, dejó Asturias hace tres años y, echando mano de contactos, entró a trabajar en Digitex. De la Lola de entonces a la de hoy media un mundo: “Yo vivía y trabajaba en Oviedo, en una asesoría a nivel nacional, y no me gustaban los sindicatos. Yo antes era antisindicalista hasta que te demuestran que hay un sindicato que lucha con hecho y por ello me afilié a CGT”, explica sentada a la mesa de una cafetería minutos antes de iniciar su jornada laboral de tarde.
De cómo se produjo la conversión de una escéptica del sindicalismo solo puede explicarse por lo vivido en Digitex, por el trato de la empresa, por el ejemplo de los compañeros y por su convencimiento en la práctica de que la respuesta a los problemas colectivos está en lo colectivo.
“Ahora mis hijos son de la edad de mis compañeros -comenta-. Estuve 23 años trabajando en una asesoría de Oviedo y me vine a vivir aquí; eché currículos, recurrí a contactos... conocía el mundo comercial aunque no el del telemárketing, pero logré cumplir objetivos y entrar hace tres años. Entonces me sentía valorada y respetada profesionalmente, pero, cuando creías que te habías adaptado, ocurre esto
Yo vivía y trabajaba en Oviedo, en una asesoría a nivel nacional, y no me gustaban los sindicatos. Ahora estoy afiliada a CGT
María Jesús es la más veterana, con 16 años trabajando en la empresa. Se dedica a la transcripción de conversaciones y no tiene ningún miedo, como las demás, en hablar de su situación. Se muestra totalmente de acuerdo con la línea que siguen sus compañeras. Tal vez esa sea una de las características más destacadas de todas: han perdido el miedo y tienen ganas de pelear por sus derechos laborales.
“Soy pobre y me veo obligada a trabajar –dice con media sonrisa–. Yo me sentía valorada 'a trompicones'; ahora no hay ni trato, pero he llegado a una edad en la que es difícil encontrar otro trabajo”.
Este es el caso también de Pilar, quien lleva dos años en la empresa y se estrenó en puertas del conflicto. Ella no tiene hijos y se siente con más libertad de acción. De hecho, pensaba trasladarse a Jaén -a donde la empresa decidió trasladar parte de este centro de trabajo- a trabajar, pero ahora se niega, sigue en su sitio y anima a las demás a continuar.
“Aquí había un ambiente de familia, éramos respetados y valorados y de la noche a la mañana ha cambiado -afirma Pilar Toca-. Con 50 años, ahora hay una de dos: ir a Jaén o volver a empezar otra vez y hay que demostrar lo que eres. Estamos luchando y quiero seguir teniendo un puesto de trabajo. Con 50 años, conseguir otro es casi imposible. Yo era una de las que miraba por irme a Jaén, pero ahora ya no me quiero ir porque se han portado muy mal. Ahora es un 'tú o yo', un pulso y lo mantenemos por los que vengan detrás nuestro”.
Yo era una de las que miraba por irme a Jaén, pero ahora ya no me quiero ir porque se han portado muy mal
Aida García tiene 38 años, está casada, tiene un hijo y lleva media vida como teleoperadora, los últimos 15 en Digitex. Es la delegada sindical, la que lleva sobre sus espaldas la representación del grupo. No oculta que el trabajo y los avatares laborales en Digitex han llegado a producirle ansiedad, pero el buen ambiente que reina ahora y, sobre todo, poder separar lo personal de lo laboral, le han permitido seguir adelante.
“He pasado por muchas etapas, muy buenas, muy malas, he pensado en dejarlo todo pero he ido sorteando baches”, asegura.
Sobre cómo le va a afectar el teletrabajo lo sabrá a partir de este lunes, pero intuye que ese cordón emocional que le permitía distinguir lo que es casa de lo que es trabajo acabará rompiéndose. En todo caso, está determinada a seguir adelante, porque “al fin y al cabo es un trabajo, lo necesitamos y necesitamos las cotizaciones sociales y no consumir desempleo”.
Ella también veía en sus inicios el sindicalismo como algo ajeno. Hasta que se dio cuenta de que quien la ayudaba a menudo sin estar afiliada era una sindicalista. Fue en casa en donde le aconsejaron qué hacer: “Afíliate”. Ahora ella es la delegada sindical.
“Este es un trabajo que hay que saber canalizar, porque si no genera ansiedad. Yo no soy partidaria de teletrabajar porque quiero separar mi trabajo de mi casa. Si no se hace, hay problemas”. Y continúa: “Emocionalmente, me ha costado mucho. Me han defraudado más los compañeros que la empresa, pero, viendo la gente que se ha quedado, he ganado”.
Emocionalmente, me ha costado mucho. Me han defraudado más los compañeros que la empresa, pero, viendo la gente que se ha quedado, he ganado
Pendientes del Supremo
Las empresas con buen clima laboral se parecen, pero las que laboralmente están deterioradas cada una lo vive a su manera y, en cada centro de trabajo, también cada empleado lo vive a la suya. Digitex no es una excepción.
De los 159 empleados que la compañía tenía hace un año la empresa ha menguado hasta los 26, de los cuales 12 están en activo y no han cursado baja laboral como el resto. A la espera de un recurso de súplica que han presentado ante el Tribunal Supremo por mediación del sindicato CGT, las empleadas siguen en sus puestos para demostrar en la práctica que la mejor defensa de su empleo es cumplir con el trabajo.
Pero no es nada fácil. Sin una dirección física en las oficinas de Camargo, las trabajadoras operan mediante instrucciones recibidas por un chat de empresa, una suerte de teletrabajo presencial, pero reunidos todos, “una piña”, como dicen, en las oficinas del centro Riamar. Una piña que se abrirá el lunes.
La situación de los trabajadores está pendiente de un fallo del Supremo, siendo conscientes de que si este es confirmatorio de un fallo del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria (TSJC) que ratificaba la legalidad del traslado de los trabajadores de la planta de la empresa que pertenece al grupo Konecta, de Camargo a Barcelona y Jaén, tendrán los días contados. El fallo tardará en llegar y, mientras tanto, trabajan, cumpliendo horarios y prestando atención a sus terminales.
El Juzgado de lo Social número 4 de Santander, y posteriormente el TSJC, validaron como justificada la decisión de la empresa hace dos años de trasladar su actividad a Jaén y Barcelona, ofreciendo a los empleados un puesto de trabajo a 800 kilómetros de distancia o la rescisión de sus contratos, primero con una treintena de días por año trabajado, actualmente, tras el fallo de la Sala de lo Social, de 20 días por año.
“Fue un mazazo”, admiten, pero han decidido seguir adelante, porque consideran su planteamiento “de justicia” y que en el fondo la empresa no tiene un problema económico, sino que pretende “ahorrar” a costa de la masa salarial, aduciendo razones organizativas, algo que ha pasado el filtro de los tribunales.
Los trabajadores consideran que, a la espera del fallo en firme, se están incumpliendo las cláusulas de los acuerdos: cinco trabajadores han sido despedidos y uno de ellos lo ha recurrido ante los tribunales.
Han pasado por negociaciones, intentos de conciliación, demandas, concentraciones, sentencias... y las que, desde el principio se han resistido a firmar la renuncia, asisten con incertidumbre a la evolución de los acontecimientos, pero decididas a ir hasta el final, con el único apoyo sindical, a estas alturas, de CGT. La empresa, cuestionada al respecto por elDiario.es sobre la situación de su centro de trabajo en Camargo y el conflicto laboral que se prolonga desde hace años, ha evitado contestar a las preguntas de este periódico.