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Los días contados de la vaca pinta

Un ternero recién nacido en una estabulación del interior de Cantabria. | JOAQUÍN GÓMEZ SASTRE

Javier Lezaola

La incorporación de España a la antigua Comunidad Económica Europea (CEE) hace tres décadas expulsó de la producción lechera a multitud de pequeños ganaderos de toda la Cornisa Cantábrica. La imposición del tanque de leche en frío y la tecnificación general que acompañaron a la implantación de las cuotas lácteas -que atribuían a cada Estado de la Unión Europea (UE), y de rebote a cada productor, una cifra máxima de litros que suministrar a la industria- hirieron de muerte a aquella tierra de pequeños ganaderos y obreros mixtos.

Curiosamente, la eliminación definitiva de las cuotas el pasado mes de abril también está resultando letal para lo poco que queda del sector, y es que un ganadero ya puede producir y vender toda la leche que quiera, pero la industria láctea también puede ya comprar y recoger toda la leche a los productores que quiera, y está volcándose en los del centro y el sur de España, en detrimento de los del norte. Además, los ganaderos que han invertido mucho dinero en comprar cuotas que ya no valen nada se sienten en cierto modo estafados. Los fantasmas del mercado libre y la deslocalización de la producción se ciernen sobre los ganaderos cantábricos y es que Andalucía produce ya, por primera vez en la historia, más leche que Cantabria, con prácticamente la mitad de ganaderos.

Gaspar Anabitarte, secretario general de la Unión de Ganaderos y Agricultores Montañeses (UGAM) y ganadero de leche desde los años ochenta, denuncia que la industria está instando a los ganaderos del centro y el sur de la Península (más cercanos al concepto de empresario que al de campesino, tanto por su elevado número de vacas como por su mentalidad) a aumentar su producción para que le suministren las cantidades de leche que cuando existían las cuotas tenía que comprar y recoger en el norte. “La industria le pide a un ganadero de Castilla-La Mancha o de Andalucía, que ya tiene 400 o 500 vacas, que aumente su número hasta 1.000 o 2.000, y si esa industria ya tiene toda esa leche allí, ¿para qué va a venir a Cantabria?”, advierte. No extraña pues que el número de andaluces aumente y el de gallegos disminuya entre los compradores de vacuno en el Mercado Nacional de Ganados de Torrelavega durante las cada vez más apagadas ferias de los miércoles.

La apuesta de la gran industria por los ganaderos de latitudes más meridionales, a los que esa gran industria se encuentra más próxima también geográficamente, responde básicamente a una lógica empresarial, pero Anabitarte considera que no está exenta de cierto ánimo de revancha hacia los ganaderos de la Cornisa Cantábrica, agrupados en cooperativas que en los tiempos de las cuotas presionaron y en ocasiones arrancaron buenos precios a una industria que ahora parece estar ajustando cuentas.

Por si fuera poco, ninguna de las cooperativas cántabras (Agrocantabria, Ruiseñada y Valles Unidos del Asón, que recogen el 40% de la leche de la comunidad autónoma) tiene el peso ni el apoyo institucional de Feiraco en Galicia y, sobre todo, de Central Lechera Asturiana (a la que, curiosamente, va a parar buena parte de la leche de Cantabria) en Asturias y Kaiku en la Comunidad Autónoma Vasca y Navarra, que comercializan leche y productos lácteos con el respaldo de las marcas consolidadas en que se han convertido y que pueden permitirse pagar a los ganaderos que las surten precios similares a los que la gran industria está abonando a los del centro y el sur, unas cantidades muy alejadas de las que esa gran industria ofrece a los cántabros, sobre quienes vuelve a planear la peor pesadilla para un ganadero de leche: no ya los malos precios, sino la no venta, la no recogida.

Los alrededor de 700 ganaderos cántabros vinculados a las cooperativas están cobrando apenas 27 céntimos de euro por cada litro que entregan a estas, mientras que los que entregan a la gran industria están encontrando muchas dificultades para que esta les recoja la leche -el pasado 1 de julio, la filial española de la multinacional francesa Lactalis, la mayor productora mundial de lácteos, estuvo a punto de no recogerles 50.000 litros- y en ocasiones se ven empujados a cobrar menos de 20 céntimos por litro, según las cifras de UGAM.

Un futuro “muy negro”

David Cuevas, de 28 años, tenía 20 cuando se hizo cargo de la vaquería familiar en Mogro (Miengo). Le gusta su trabajo, a pesar de que es “muy esclavo” y no permite descansos ni vacaciones. “Como no te guste, no aguantas ni un mes”, advierte. Vive pegado a sus setenta vacas pintas (como se conoce popularmente a las de raza frisona o holstein, mayoritarias en Cantabria) y a su teléfono móvil, que está conectado a un ordenador unido a su vez al tanque de leche en frío y a un robot de ordeño -uno de los no más de treinta que existen en Cantabria- cuyo precio ronda los 100.000 euros y alrededor del cual gira toda la explotación: las vacas, cada una con su chip, van acudiendo a él y no solo las ordeña, sino que les proporciona la cantidad de pienso que requieren según los litros de leche que producen y lleva a cabo un seguimiento exhaustivo del estado y la evolución de cada una de ellas.

Pero David ya no se plantea crecer ni invertir, sino “resistir”, y es que ve el presente “peor que nunca” y el futuro “muy negro”, porque los costes de producción (piensos, luz, agua, maquinaria, gasoil, veterinarios, seguridad social…) no han dejado de subir, mientras que los precios de la leche en origen están “por debajo de los de hace treinta años” y los terneros se venden “por menos que hace veinte”. “Ha habido más crisis, pero no a estos extremos de precios ni de garantías de recogida”, asegura. Sigue convencido de que “Cantabria es ganadera” y él lleva las vacas “en la sangre”, pero ya es el único ganadero de leche del pueblo de Mogro y uno de los tres que quedan en Miengo, municipio de cuatro millares y medio de habitantes y ubicado a medio camino entre Santander y Torrelavega. “No hay relevo generacional; eso es una pena y nos perjudica a todos los ganaderos”, lamenta.

“No hay vocaciones suficientes porque no hay rentabilidad”, explica Anabitarte, que asegura que para los jóvenes empezar de cero es prácticamente imposible y ponerse al frente de las vaquerías familiares cada día resulta más complicado. De hecho, poner en marcha una explotación con cincuenta vacas de leche cuesta unos 150.000 euros. “El oficio del campo no llama a todo el mundo y trabajar en ello sin que te guste es lo peor, pero en Cantabria hay chavales a los que sí les gusta y no tiran de ello porque no pita”, asegura. Cada vez son menos los jóvenes que se dedican a la ganadería de leche y el secretario general de UGAM lamenta que “los que hay, cada vez están más pillados por la intensificación; se vuelcan en la parte tecnológica e intensiva y les cuesta ver la parte ecológica”.

No es el caso de las de David, pero cada día resulta más difícil ver vacas pintas paciendo en las praderías de Cantabria, y esto es así porque cada día hay menos ejemplares, pero también porque buena parte de los ganaderos que resisten han abandonado el modelo de producción tradicional, que se basaba en el pasto y les permitía ser doblemente competitivos: producir leche de mejor calidad que la del centro y el sur y producirla a menor coste. Precisamente por eso ya están empezando a echar en falta ese modelo. Irlanda -que produce más leche que España, con la décima parte de habitantes- o Francia mantuvieron aquel modelo mientras buena parte de los ganaderos cántabros emprendían un proceso de intensificación que les ha llevado a producir más litros de leche por vaca, pero también de menor calidad y sobre todo a un coste más elevado, lo que ha condenado a muchos a depender de unos precios de venta que la industria ya no está dispuesta a ofrecerles.

“Si los pastos de Cantabria son tan buenos como los de Irlanda y además duran más meses al año, ¿por qué nos hemos puesto a producir leche con soja de Argentina, maíz americano y alfalfa de Aragón, como en las zonas de secano?”, se pregunta Anabitarte. Entre las razones se encuentran una estructura agraria “catastrófica” (muy alejada de la francesa o la irlandesa, cuyos ganaderos cuentan con decenas de hectáreas alrededor de su estabulación, por lo que pueden gestionar su explotación como una unidad), las denominadas primas de volumen (que la industria utilizó y sigue utilizando para intentar dividir a los ganaderos de la Cornisa Cantábrica y neutralizar la capacidad de presión de sus cooperativas) y el hecho de que tanto las administraciones públicas como ciertas asociaciones ganaderas hayan venido fomentando un modelo de producción lechera propio del centro y del sur de España (basado en los piensos, los robots de ordeño y las grandes inversiones en general), olvidando que “en Cantabria no puedes meter mil vacas en ningún lado, porque probablemente te echen del pueblo”, advierte el secretario general de UGAM.

Es decir, que este cambio de modelo no obedece ni a la casualidad ni a un capricho de los ganaderos, y es que un ganadero con cien o ciento y pico vacas de leche mueve mucho dinero (si vende un millón de litros al año, a 30 céntimos el litro, está generando 300.000 euros al año), pero su margen es mínimo. “Solo le queda limpio medio céntimo de euro por litro, y eso lo soluciona produciendo más litros, lo que le obliga a industrializarse y a pagar más”, explica Anabitarte.

La decadencia de la Cantabria ganadera

En 1990, cuando el Laboratorio Interprofesional Lechero comenzó su actividad, había 9.000 ganaderos de leche en frío en Cantabria, y hoy quedan 1.400. La Cantabria ganadera languidece y ya ni siquiera es una cuestión de pequeños que caen y grandes que resisten, como hace tres décadas. Ahora es toda la ganadería de leche la que se encuentra en peligro. “Si las cosas van bien, los ganaderos van cayendo según van llegando a la edad de jubilación, y si van mal –como ahora–, van cayendo según el banco se les va echando encima”, asegura Anabitarte, que conoce casos de ganaderos con 150 vacas a los que les quedan limpios menos de 1.500 euros al mes, así como de bancos que se han quedado con explotaciones ganaderas enteras y mantienen a sus antiguos titulares trabajando para ellos por 600 euros al mes. “Pero, claro, nosotros no tenemos plataforma anti-hipoteca y ningún ganadero ha gritado socorro, compañeros, venid a ayudarme…”, advierte.

Anabitarte tiene claro que la Unión Europea está “entregada” a las grandes corporaciones, que son las que están detrás tanto de la eliminación de las cuotas lácteas (que ha implantado el mercado libre y favorecido la deslocalización de la producción lechera) como del TTIP, tratado de libre comercio entre Estados Unidos y la UE cuya aprobación supondría “la puntilla” para el sector, por la importación masiva desde el otro lado del Atlántico de leche (y carne) “hormonada” y “mucho más barata” que la europea. “En Estados Unidos ya no hay ganaderos, hay empresas; aquellas famosas ganaderías de 150 vacas en Wisconsin desaparecieron hace mucho tiempo. La leche pasó a producirse en California y ahora ya ni en California, ahora las grandes corporaciones juntan decenas de miles de vacas en el desierto de Oregón y allí se produce la leche; es surrealista”, apunta el secretario general de UGAM. La propia Lactalis tiene una de esas ganaderías, de 60.000 vacas, en territorio estadounidense.

Por si fuera poco, de un tiempo a esta parte hay algo aún más poderoso que la industria: la distribución, las grandes superficies. “Las grandes distribuidoras ostentan ahora el verdadero poder, y pocas industrias pueden sentarse de tú a tú con la distribución, así que la distribución aprieta a la industria, la industria lo traslada hacia el productor y el productor no puede trasladarlo hacia nadie”, alerta Anabitarte.

Una alternativa: la calidad

¿Qué puede hacer el productor? Hay ganaderos que producen y venden leche ecológica, por la que la industria paga un sobreprecio. El propio Anabitarte es uno de los únicos cinco que lo hacen en Cantabria, a pesar de la demanda que existe, algo que el secretario general de UGAM achaca al “tradicional conservadurismo del ganadero de leche”. Otra alternativa es “salirte de vender tu leche a la industria”, y en este sentido hay productores que venden su propia leche en máquinas expendedoras, y otros que ponen a la venta quesos, yogures y demás derivados lácteos que ellos mismos elaboran, soluciones que no acaban de extenderse debido tanto a la “falta de costumbre” de los consumidores como al “muro” de la Administración.

En este sentido, Anabitarte denuncia las “trabas” legales y administrativas que encuentra quien pretende salirse del circuito oficial. “Le piden lo mismo que a la fábrica de Nestlé en La Penilla”, asegura. Y es que las grandes corporaciones “aprietan” con los estándares para que nadie pueda competir con ellas: “En Francia, a un pequeño ganadero le facilitan que den salida a su producto, y aquí te minan la moral y el bolsillo, porque todos estos temas valen mucho dinero”, destaca.

Al margen de la necesidad de un plan ganadero -“en Cantabria no hay ningún plan, falta voluntad política y no saben qué hacer con el sector”, asegura Anabitarte- que incluya que la Administración facilite al productor la elaboración de sus propios productos dentro del mercado artesano, el secretario general de UGAM considera que no hay futuro para la ganadería de leche en Cantabria si las cooperativas no se posicionan en el mercado “generando marca”, como han hecho Central Lechera Asturiana o Kaiku, y si los ganaderos no empiezan a producir más barato. “No deben obsesionarse por producir más, sino más barato. Y, curiosamente, más barato –básicamente, más pasto y menos pienso– significa de mejor calidad”, asegura.

Leche por debajo del coste

Sara Alonso se puso al frente de la vaquería familiar en Villanueva (Valdáliga) con 23 años, hace diez. Vive en pleno campo, se levanta a las siete de la mañana, se acuesta a las diez de la noche y tiene noventa vacas, pero ya ha decidido “no invertir más”. De hecho, prevé aguantar solo dos años más con sus vacas de leche, que tiene que ordeñar cada doce horas y requieren la ayuda de sus padres y su hermana, y ya ha empezado a sustituirlas por vacas de carne de raza limosina.

Mientras tanto, se concentra precisamente en reducir costes “para que no salga más caro darlas de comer que el litro de leche, que ahora está regalado”, y es que es una fiel defensora del modelo de producción tradicional, del de las vacas paciendo y la reducción de costes. Ha visitado granjas en Francia, Bélgica o Suiza: “En Los Alpes ordeñaban con un camión, lo echaban en las ollas y de ahí a la cooperativa para hacer queso. Allí, ni tanques ni enfriado ni nada, pero es que lo han peleado mucho, como en el País Vasco, donde venden leche sin pasteurizar y también quesos, porque los granjeros lo han luchado, mientras que en Cantabria te exigen lo mismo que a una empresa, y si quieres abrir por ejemplo una quesería, no te da para la inversión”, lamenta.

Para Sara, el futuro de la ganadería en Cantabria y en la Cornisa Cantábrica en general pasa por “adaptarse al entorno”, por “producir lo que puedas vender a nivel local y olvidarte de la gran industria”. Por “el negocio familiar, el mercado cercano y la venta directa”, y no por la producción masiva, porque “puedes producir mucha cantidad, pero no vas a poder colocarla, y es que esto se desplaza al sur”, advierte.

La presión y las protestas de los sindicatos agrarios se están intensificando tanto en los despachos oficiales como en la calle (Cantabria, Galicia, Valladolid, Salamanca, Madrid, Bruselas…) y esta semana es decisiva para el futuro de la ganadería de leche. De hecho, el Consejo de Ministros de Agricultura de la UE abordará la crisis del sector en una reunión extraordinaria que se celebrará el próximo lunes, 7 de septiembre. Los ganaderos exigen fundamentalmente medidas urgentes que garanticen un precio para el litro de leche en origen que les resulte rentable y no les aboque a abandonar su actividad. No quieren que sean la gran industria y la gran distribución las que decidan quién produce, dónde y a qué precio se produce un alimento de primera necesidad.

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