Uno –Alberto Santamaría, por ejemplo- es un varón blanco, heterosexual, europeo y tiene entre 25 y 55 años. Uno es lo que es y eso supone un “lugar de enunciación”. Si, además, el trabajo y los otros te cuelgan el cartel de intelectual… entonces uno tiene que pelear con el abismo que le separa de “la otra mitad” y con la realidad incontestable de que uno forma parte de las “paradojas de lo cool”.
Quizá por eso el filósofo y poeta Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) ha combatido algunos fantasmas actuales en su nuevo libro, 'Paradojas de lo cool' (La Vorágine, abril 2016), en el que cuestiona las formas de narrar, el “secuestro semántico” al que estamos sometidos y el incesante “activismo cultural” de la derecha española.
“Cuando se habla de compromiso político de los artistas, en el arte político, siempre pensamos que es de la izquierda. Partimos de que la que es doctrinaria y la que está comprometida es la izquierda”. Santamaría lucha contra ese espejismo y nos recuerda que “vivimos en un mundo dominado por el activismo cultural de la derecha”. “La derecha tiene un activismo cultural muy fuerte que parece invisible y que se basa en las formas de narrar, de contar, de semantizar y que tiene como objetivo vaciar de sentido las palabras” para resignificarlas. Una estrategia de la derecha de la que nos contagiamos con excesiva facilidad –“incluso los llamados partidos emergentes que ya hablan de emprendedores…” y que logra, por ejemplo, que “los políticos hayan conseguido que pensemos que hablar de cultura es hablar de IVA o de industrias culturales, pero la verdad es que ellos no dejan de hablar de cultura en cada una de sus intervenciones”.
'Paradojas de lo cool', un conjunto de ensayos tan breves como incisivos, se fija en lo que no se ve –“el problema jamás está en lo que se ve”-, en ese robo semántico y cuestiona términos como “cultura”, “creatividad”, “calidad”, “indígena” o “terrorismo”… pero va más allá al poner el foco de sus críticas en “lo cool”. “Lo cool toma todas las técnicas del arte transformador, político, y lo convierte en fetiche. Es una forma de hacerle el juego al neoliberalismo que necesita rejuvenecerse, mostrase atractivo y lo cool le ayuda. El mundo cool supone una apropiación de las herramientas de muchos movimientos contraculturales y convierte la producción cultural en algo 'divertido'”. Es lo que Alberto Santamaría denomina “Alta Cultura Descafeinada”.
¿Cómo escapa uno de esa centrifugadora que recicla técnicas y nos impone una semántica?
Uno se puede poner en el extremo de [Theodor] Adorno y pensar que incluso el silencio es cómplice. Y en cierta medida es cierto. En el sector de la cultura, la verdad es que no creo en soluciones colectivas o comunitarias, sino en respuestas más individuales. Es triste, pero creo que al artista, al escritor sólo le queda jugar con la desintificación, hacer justo lo que no se supone que debe hacer, salir del papel que le asigna el Estado o los otros poderes.
¿Cómo es la relación de los llamados 'intelectuales' y el resto de la gente en España en este momento?
Hay un abismo y es muy difícil de salvar. El intelectual hoy es un personaje que vive en la universidad y hace el descenso. Yo trabajo en una ciudad universitaria y uno ve la distancia abismal entre la universidad y la ciudad que la acoge. A las universidades no se les pasa por la cabeza que la ciudad juegue un papel en las decisiones de la universidad. Las universidades españolas tienen una coraza en la que lloran por dentro pero se aíslan del exterior.
En el libro apunta a que en los residuos de lo cool, en las periferias de esos centros de poder, hay un potencial increíble. ¿Cómo se aprovecha?cool
Pues el problema de los intelectuales es cuando quieren ser la voz de esos cadáveres de la historia, cuando adoptan la lógica del “yo estoy junto a ti, pero deja que ya hablo yo por ti”. Uno de los grandes debates es cómo se hace con “la otra mitad”, de la que hablaba Federico García Lorca. Se podrá utilizar esa metáfora del 1% y del 99%. Yo mismo me pregunto cómo viniendo de un barrio obrero, el hecho intelectual te saca del 99%... aunque no tengo una respuesta propositiva de cómo salvar esa distancia.
Siguiendo la lógica de 'Paradojas de lo cool', aunque usted es filósofo le podríamos llamar terrorista…Paradojas de lo cool'
Si atendemos a las definiciones de Zapatero o de Rajoy sobre el terrorismo, hasta mi carnicero es potencialmente un terrorista. Lo que relato en el libro es que en España no hay una definición precisa del terrorismo, sino que nuestra legislación lo que dice que terrorismo es aquello que hace un terrorista y un terrorista es el que comete actos de terrorismo. Es alucinante porque esa vaguedad, esa paradoja, lo que permite es que todos seamos potenciales terroristas para el Estado. Al menos Franco nos dejó claro quiénes eran los malos para su régimen, ahora no tenemos ni idea de quiénes entran dentro de estas definiciones tan intencionalmente vagas y eso no es casual.
¿Hay un control semántico por parte de los poderes?
Sí, claro. Sólo hay que recordar que poco después del 15M una compañía telefónica ya hacía publicidad con sus lemas. Uno de los ejemplos más evidentes es la narración del poder sobre la crisis. La crisis es necesaria para que el sistema funcione –esto es más viejo que Marx-, eso lo sabemos, pero la narrativa de los poderes sobre la entrada y la salida de la crisis sigue vendiendo un futuro que no va a llegar. Hasta los partidos emergentes se han contagiado de esa semántica y hablan de la “salida de la crisis”, como si la crisis fuera una caja con una entrada y una salida. Nos venden un futuro prometedor para que nos olvidemos de un pasado jodido y de un presente jodido.
Pero nos dicen que seamos creativos para salir de esa crisis… usted arremete contra ese término en 'Paradojas de lo cool'. ¿Por qué?Paradojas de lo cool'
La palabra creatividad no entró en el diccionario de la RAE hasta 1984. La palabra en inglés aparece estabilizada en 1950. Es importante recordar eso porque pensamos que la “creatividad” estuvo ahí desde siempre, pero no. Lo que es increíble es cómo las grandes instituciones y los bancos se han apropiado de la palabra creatividad para llevarnos a lo cool. En realidad, lo que logran es eliminar el poder transformador de la creatividad. Se ve en la educación, ahí, con el argumento de la creatividad, andamos despolitizando a los niños y a las niñas, que son animales políticos por su naturaleza. La creatividad, según esa narrativa, es mancharte las manos con pintura, pero no cuestionar o dudar sobre lo que les rodea.
La Fundación Botín es un ejemplo de este robo. Habla todo el tiempo de la creatividad y de las emociones, llega a decirnos, en su página web, que estamos adocenados. Nos venden las emociones siempre que éstas no sean políticas.
Otro ejemplo es cómo las universidades se alejan de su sentido y son tomadas por las empresas privadas. No se puede investigar sin apoyo de una empresa… de alguna manera las universidades privadas se han convertido en una subcontrata del sector privado.
¿Hay posibilidad de una resistencia semántica?
Me parece muy difícil una transformación semántica colectiva, peor sí creo que se puede cuestionar este estado de cosas desde lo individual. Estamos tan semantizados por el Estado que de lo poco que se puede hacer es visibilizar el fondo terrible del propio sistema. Estoy pensando en el trabajo de 'The Yes Men' sobre el desastre humano y ecológico en Bhopal (India)… la obra en sí no consistió en disfrazarse o en salir en la tele, sino en conseguir en que la propia empresa (Unión Carbide) salga a mostrar su cara más perversa.
¿Y no cree que en la periferia de este Norte global hay voces y colectivos que sí resisten y asaltan esa semántica?
Sí, claro que sí. Pero uno de mis pecados es mi imposibilidad de salirme de mi papel, de mi lugar de enunciación. Sé que en el fondo estoy participando de estas paradojas. La voz de la gente que está en los 'arrabales' nos puede dar perspectivas muy diferentes. Oímos a muy poca gente y cuando se les oye es desde los tópicos. Oímos lo que esperamos oír.