Ana Estébanez (1951, Pomar de Valdivia, Palencia) se crió en Mataporquera, en el seno de una familia que había sido “castigada” tras la Guerra Civil y que vivía en “silencio absoluto” respecto a la política. Tal vez porque uno de sus parientes fue acusado de quemar una iglesia y, al darse a la fuga, su abuelo paterno fue declarado culpable y encarcelado en su lugar.
Pese a que la ideología era tabú dentro del hogar, recuerda el peculiar sonido del transistor de su padre, cabreado, al no conseguir sintonizar Radio Pirenaica. Por aquel entonces ella era una adolescente e intentaba estudiar por las noches los exámenes del Bachillerato Elemental.
Mientras charla con eldiario.es Cantabria, unas horas antes de intervenir en el ciclo 'Militancias' que organiza la librería La Vorágine, también se le vienen a la cabeza otros “flases” de su juventud, como su abuelo leyendo con entusiasmo el primer periódico socialista.
“Supongo que algún mensaje recibimos, ¿no?”, bromea cuando se le pregunta cómo habiendo crecido en ese entorno familiar tan restringido acabó militando en el Partido Comunista. Antes de eso, Ana ya había estado enrolada en la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores). Posteriormente, se afilió a Comisiones Obreras y formó parte de la candidatura sindical en las primeras elecciones de sanidad en el año 1977.
Sin embargo, para esta trabajadora social jubilada, ha sido el movimiento feminista lo que más ha marcado su trayectoria dentro del activismo. “Siempre decimos que el feminismo te ha hecho unas gafas que ya en la vida te puedes quitar; te las podrás graduar pero no quitar”, afirma para ilustrar que la conciencia crítica es un traje que le acompaña a todas horas.
Junto a otras compañeras del PC, en los años 80 puso en marcha la Asamblea de Mujeres de Cantabria, con la que participó en campañas como la de la Ley del Divorcio o la del Aborto. “Las instituciones han ido creando un marco jurídico que hace parecer que las mujeres estamos en igualdad, pero no es así”, señala.
¿Cómo es que en una familia en la cual la política era un tema tabú usted acaba uniéndose al Movimiento Comunista? ¿Cómo surgió esa inquietud?
A los 18 años me marché de casa. Era la época hippie, y pasé unos años en Madrid y viajando. Ahí es cuando empiezo a militar. Era tal la clandestinidad en los años 70 en Madrid, que muchas veces me digo a mi misma, “pero, ¿¡en qué partido estaba!?”. Recuerdo que nos reuníamos cerca de la Sierra para evitar comprometer las viviendas de los militantes. Algunas veces las hacíamos en casas de compañeros y, de repente, recibías una alarma. Había detenciones.
Estás ahí, en la calle, te manifiestas, pegas carteles…, pero en realidad, si tengo que ser sincera, no sé si estaba en lo que fue previo al movimiento comunista. Fueron unos años de agitación máxima.
Recuerdo también encierros porque reclamábamos una guardería en Valdecilla, que actualmente es el Centro de Salud de Cazoña. Un grupo de mujeres tuvimos una reunión, que hoy sería impensable, con el arquitecto y viajamos por todo el país viendo guarderías laborales para conocer modelos educativos y de cuidados.
En resumen, fue un momento de muchísimas movilizaciones, el referendum de la Constitución, las primeras elecciones sindicales… Estábamos de pegada de carteles constante.
¿Y la implicación con el feminismo y la creación de la Asamblea de Mujeres de Cantabria?
Dentro del Movimiento Comunista y la Liga Comunista Revolucionaria había muchas mujeres y muchas que ya habían empezado en diferentes ciudades del país a crear esas organizaciones feministas.
Ayer hizo 36 años que nos reunimos en la antigua sede del Partido Comunista, donde se había programado una mesa redonda para celebrar el 8 de Marzo -Día Internacional de la Mujer-. Aunque había habido organizaciones previas, se había producido un parón. Estas organizaciones tuvieron mucha fuerza pero a nivel político, dentro de los partidos a los que estaban vinculados, pero no a nivel social. Entonces, un grupo de mujeres decidimos mantener reuniones para crear una estructura de lucha y en defensa de las mujeres y así se crea la Asamblea de Mujeres de Cantabria.
¿Cómo fueron esos primeros encuentros?
Su creación estuvo rodeada de mucha polémica. Las primeras reuniones se hicieron en el Ateneo Libertario y acudían hombres y mujeres. Los hombres querían participar pero nosotras decíamos que no. Queríamos tener un espacio propio, hablar de lo que habían sido nuestras vidas tanto en lo privado como en lo público, y necesitábamos estar solas. No es que defendiéramos un modelo de confrontación, no estábamos en contra de los hombres. Siempre estuvimos en el feminismo de la igualdad. Hubo una gran discusión sobre esto; nos llamaban lesbianas… Ganamos, éramos mayoría y todo se votaba en asamblea.
Otra de las grandes discusiones que tuvimos fue sobre la doble militancia. La posición del grupo que estaba más vinculado al feminismo de la diferencia planteaba que una mujer no podía militar a la vez en un partido y en una organización feminista.
¿Por qué? Suena un poco contradictorio viniendo de un movimiento feminista, ¿no?
En los debates de confrontación se decían frases bastante fuertes, como que una mujer no podía ser feminista si detrás había un hombre que te penetra o que no puede defender la igualdad si estás en una estructura política que dominan los hombres.
Sin embargo, en el PC y la Liga había mujeres con mucha fuerza. El grupo que aquí empezamos a trabajar teníamos claro cuál era el objetivo: una transformación social que permitiera a las mujeres vivir en una sociedad en igualdad con los hombres respetando la diversidad.
Por un lado, había muchas leyes que modificar en aquel momento y, por otro, había que luchar con la parte social, privada, que nos lleva a mantener esos roles de género que lo que han hecho es colocar a los hombres en una relación de poder frente a las mujeres. Esa era nuestra lucha, romper ese modelo social.
También intentamos que la línea divisoria entre lo privado y lo público fuera lo más fina posible. Hoy se está haciendo mucho con el tema de la violencia. Es decir, si somos conocedores de que una mujer vive una situación de agresión por parte de su pareja en su casa, ¿qué hacemos? ¿nos callamos? No. Esa línea entre lo privado y lo público intentábamos que quera lo más fina posible.
¿En qué aspectos cree que hemos avanzado más en este tiempo?
Hemos avanzado mucho pero, sobre todo, desde el punto de vista de la legalidad. Me acuerdo de la Ley del Divorcio o la del Aborto, que fue nuestra gran batalla y nuestra gran frustración por cómo resultó la despenalización.
Las instituciones han ido creando un marco jurídico que permite avanzar y que parezca que las mujeres estamos en igualdad, pero hay muchas cosas que no son así. Y, de hecho, la crisis que estamos viviendo ha profundizado en esas diferencias y emerge esa situación que sufren las mujeres de discriminación a nivel laboral y de violencia.
Igualmente, el tema de los cuidados fue una batalla importantísima. Hasta las mujeres vascas promovieron una campaña de insumisión, de no cuidar al familiar que estaba necesitado.
Se ha avanzando en el tema educativo en cuanto a que las mujeres pueden estudiar cualquier carrera y también que hoy muchísimas de ellas deciden no ser madres. Antes esa era su función principal en la vida. Las que decidían vivir solas eran una minoría que se podía contar con los dedos de una mano. Es decir, hemos prosperado en la libertad para elegir.
¿Y en cuáles menos?
En la falta de respeto al cuerpo, ese machismo que cree que el cuerpo de la mujer le pertenece; la violencia que se sigue ejerciendo en las relaciones de pareja y que tiene unas raíces tan profundas.
Es un tema muy complejo porque entran en juego los sentimientos, los valores culturales, el empoderamiento que se le da al amor romántico. Eso solo puede hacer que disminuya una buena educación, un cambio de valores.
Tiene sus raíces en el modelo social de patriarcado que, junto al neoliberalismo económico, está haciendo que en las sociedades haya más poderosos y más oprimidos. Y, en este caso, a las mujeres siempre les toca la peor parte, como siempre ha sido en la historia.
¿Cómo eran esas primeras charlas sobre la sexualidad en esos primeros años tras la dictadura? ¿Había reparo?
En el 81 fue la campaña del divorcio. Fue nuestra primera actividad pública en la Asamblea de Mujeres. Íbamos por los barrios y defendíamos los derechos de la persona, no de la familia. Nadie nos entendía. Las mujeres se nos echaban encima. Nos decían que después de haber estado cuidando de sus padres, de sus maridos, de sus hijos, cómo iban ahora a permitir que su esposo se liara con otra más joven y se marchara...
Y ahora que se habla mucho de la Renta Básica, entonces nosotras ya decíamos que el Estado tiene que proteger a la persona. No defendíamos que fuera una ley para proteger a la familia sino al individuo, porque la familia era un modelo que reflejaba el sistema patriarcal, estaba hecho a medida. Aquello era la bomba porque las propias mujeres se veían abandonadas pero el discurso tenía que ser rompedor para avanzar en conseguir la autonomía.
Comentaba antes que el sistema patriarcal tiene unas raíces profundas. ¿Dónde están esas raíces?
Nosotras hacíamos repaso de todo. Recuerdo un taller en el que hicimos un estudio sociométrico con la muñeca Nancy. Tenía unas medidas que correspondían claramente a una mujer anoréxica, y no tenía ninguna actividad salvo vestidos para cambiar. La Nancy simbolizaba claramente lo que se esperaba de una mujer. Hay muchos ejemplos de cómo la cultura dominante sigue marcando los roles de género.
¿Y a qué cree que se debe? ¿Hay algún poder que le interese frenar la independencia de la mujer?
No creo. Pienso que es mucho más el modelo neoliberalista económico que llevamos, donde todo se vende y donde hay que utilizar todos recursos. Es decir, ahora que estamos en campaña por el derecho de los refugiados, cualquier día nos encontramos un cartelito del famoso niño muerto en la playa. Es el mercado en el que vivimos, a todo se le pone valor económico. El dinero no tiene códigos éticos.
¿Cómo ha afectado la crisis a la igualdad y a los derechos de las mujeres?
La crisis ha provocado una pobreza extrema que yo nunca había vivido, y mira que soy trabajadora social desde 1975. He conocido situaciones de cierta pobreza pero no había visto lo de ahora: niños realmente desnutridos; familias que no pueden dar de comer a sus hijos; hombres y mujeres que regresan a casa para vivir de la pensión de sus padres... Eso no lo había conocido yo, y a nivel profesional la oportunidad he tenido.
Cuanto más se profundizan las crisis, más castigadas son las mujeres, porque la solución a la pobreza, fundamentalmente, recae sobre ellas. Cuando en los años 90 empezó la inmigración en nuestro país, en esta ciudad, mayoritariamente, las personas que llegaban eran mujeres de Latinoamérica. O todo el tema de la trata de blancas que ha venido de países del Este por la prostitución, que, en realidad, era por necesidades económicas; algunas por desconocimiento pero otras venían claramente sabiendo lo que iban a hacer.
Cuando hay crisis, son las mujeres las que toman las riendas para el sostenimiento de las familias. Y eso vulnera sus derechos, les hace mucho más vulnerables porque se tienen que someter a las condiciones del mercado otra vez.
Siempre que hay una crisis, las mujeres son doble víctimas. Lo estamos viendo también con los refugiados, cómo tienen que vender su cuerpo para poder realizar el viaje. El cuerpo de la mujer sigue siendo un territorio a invadir siempre que existe una crisis.
¿Dónde cree que los movimientos feministas deben de poner ahora el foco?
La igualdad sigue teniendo trabajo. La responsabilidad de los cuidados es una batalla que no hemos ganado nunca; tampoco el acceso a los puestos de trabajo y a los de responsabilidad, y no por un tema de cuotas sino de capacidades. También, como decía antes, el tema del respeto al cuerpo.
Ayer en la manifestación se volvían a cantar las proclamas de siempre, con otro lenguaje, pero es siempre lo mismo. No hemos conseguido el aborto libre y gratuito. Es más, cada vez es más complicado.
También el campo de la violencia pero no solo en las relaciones de pareja. Las muertes ya es la cúspide de la pirámide de los machismos, pero desde la base de la pirámide hay mucho trabajo que hacer en torno a los micromachismos.