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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El único ayuntamiento del cambio en Cantabria choca con sus expectativas: “Quieres hacer muchas cosas y finalmente haces las que puedes”

Más de 4.200 votos, casi un 30% del total, que se tradujeron en siete de los 21 concejales de la corporación. La noche electoral del 24 de mayo de 2015, al igual que en otros municipios y grandes ciudades como Madrid o Barcelona, Castro Urdiales fue testigo de cómo las urnas marcaron el rumbo hacia lo que conocemos como uno de los ayuntamientos del cambio.

Pero en este caso, en la tercera ciudad de Cantabria, la fuerza más votada y que arrasó de forma incontestable no fue una de las marcas bajo las que concurrieron candidatos de Podemos, como AhoraMadrid o Barcelona en Comú, sino un partido municipalista y ecologista, que se había postulado como la gran revelación para esos comicios por su férrea labor de oposición durante la legislatura anterior encabezada por el PP.

Y así todo, la irrupción de CastroVerde con siete ediles reventó quinielas electorales y fue incluso más fuerte de lo esperado. La ilusión se apoderó de uno de los municipios más asolados por la corrupción y la especulación urbanística, porque esta formación llegaba como una bocanada de aire fresco para implantar una nueva forma de hacer política, alejada del ladrillo y de las prácticas normalizadas gobierno tras gobierno durante años. La conocida como 'Marbella del norte' quería desprenderse de ese estigma.

A partir de entonces y con el paso del tiempo, las buenas sensaciones iniciales fueron decayendo y la esperanza tornó a desencanto, incluso dentro del propio partido. “A CastroVerde le ha dado un ataque de amnesia y su seña de identidad ha caído en el olvido”, aseguró a este medio Juantxu Bazán, uno de sus fundadores, tras darse de baja del mismo porque, a su juicio, había “abandonado el ideario verde” así como “la participación ciudadana y el trabajo con los movimientos sociales”.

Y es que tras ganar las elecciones, la formación ecologista alcanzó un acuerdo de gobierno con el PSOE, con cuyos cuatro ediles sumaban mayoría en el Ayuntamiento, y que a los dos años de legislatura rompió de manera unilateral por “falta de confianza y discrepancias en la forma de entender la política y el gobierno”, tal y como manifestó el propio alcalde, Ángel Díaz-Munío, en abril de 2017.

Desde ese momento, tras ofrecer a otros grupos la posibilidad de asumir tareas de gobierno -propuesta que rechazaron-, emprendió la difícil tarea de dirigir el consistorio en solitario y en minoría. No obstante, encontró en el PRC de Revilla un aliado que, si bien no se ha erigido como su socio formal, le ha servido de muleta durante estos dos años para sacar adelante sus iniciativas, algunas de ellas envueltas en polémica.

A pesar de que el alcalde aseguró en una entrevista a eldiario.es que la sobrecarga de trabajo “ha sido un escollo, pero no ha repercutido en la gobernabilidad”, lo cierto es que las 'macroconcejalías' que se vieron obligados a asumir los siete ediles han puesto en tela de juicio la eficiencia de su gestión.

Y es que hasta hace poco más de un mes, CastroVerde ha estado gobernando con los presupuestos municipales prorrogados de la pasada legislatura, y fue con el único apoyo de los cuatro concejales regionalistas cuando consiguió sacar, a las puertas de las elecciones del 26M, sus primeras cuentas.

La regulación del aparcamiento (OCA), los cambios en el servicio de transporte urbano (CastroBus), la falta de recursos humanos y materiales del Parque de Bomberos o las condiciones laborales de las trabajadoras de la Residencia Municipal son algunos de los frentes que se le han abierto al equipo de Gobierno durante estos cuatro años y que más críticas han generado entre la ciudadanía.

A ello hay que sumarle el proyecto del teatro Ágora, que lo sacó adelante con los votos regionalistas, y el polémico convenio con la conservera Lolín, cuyo dueño es el empresario y secretario general del PRC en el municipio, Jesús Gutiérrez, quien se vio obligado a renunciar a su acta de concejal para que saliera adelante la votación, puesto que él debía ausentarse de la misma por ser parte interesada en el proyecto.

La consecución del acuerdo requiere de la aprobación de una modificación puntual del Plan General de Ordenación Urbana del municipio -que permita un cambio en el uso del suelo de industrial a comercial para el traslado de la fábrica de anchoas a un polígono, y que en su lugar se pueda instaurar un centro comercial- que CastroVerde y PRC ya han dejado encarrilada.

Estas y otras cuestiones controvertidas han ido apagando la llama de la ilusión por 'la nueva política' que se palpaba entre la gente en 2015, y han dejado paso a la decepción en algunos casos, a la crispación en otros y, sobre todo, a la sensación generalizada de que la fuerza que llegaba para dar un vuelco a la gestión pública tradicional no ha cumplido con las expectativas que había puestas en ella.

“Otra forma de hacer política”

No obstante, el alcalde, Ángel Díaz-Munío, que se presenta a la reelección, pone en valor que sí han llevado a cabo “otra forma de hacer política”: “La de devolver al ciudadano el protagonismo que merece poniendo el interés público por encima del particular”. En conversación con eldiario.es, el dirigente de CastroVerde asegura que “han sido cuatro años muy intensos y sorprendentemente muy dinámicos” y resalta algunas de las principales medidas que prometieron y que han cumplido.

“Hemos suprimido los gastos políticos totalmente injustificados e incluso perversos para el funcionamiento del Ayuntamiento, como la financiación de los partidos o la contratación de puestos de confianza”, explica, lo que ha supuesto un ahorro de 400.000 euros al año. “Lo hemos hecho por decencia y por respeto a la democracia”, apunta.

En este sentido, Díaz-Munío recuerda que cuando el partido ecologista entró a gobernar, “Castro estaba lleno de compromisos políticos hacia grupos de poder o hacia partidos e intereses particulares” y diferencia a su formación de “los partidos tradicionales”, quienes “no habían respondido a las necesidades del pueblo en cuanto a la forma y capacidad de gobernar”. “Hemos cambiado también la imagen que teníamos de poco respetuosos con la ley, con demandas y urbanismos incontrolados”, subraya.

Autocrítica

No obstante, también hace mucha autocrítica con su gestión, basada en las iniciativas y proyectos que se les han quedado en el tintero: “Revisar el plan urbano sostenible y los valores catastrales, resolver problemas urbanísiticos, que estamos en ello pero que no hemos terminado, modernizar y organizar mejor el Ayuntamiento…”, enumera el alcalde. Y es que, según reconoce, cuando hicieron el programa electoral tenían “una visión diferente de las cosas” a la que se han encontrado en el gobierno.

“Eso hace que muchas cosas que pensábamos que íbamos a conseguir fácilmente nos hayan costado un mundo o incluso no lo hayamos conseguido”, lamenta, al tiempo que señala que son conocedores de cuáles han sido sus limitaciones. El regidor asegura que como partido asambleario abogan por un mayor grado de participación ciudadana que no han conseguido. “Si ni siquiera somos capaces de sacar unos presupuestos tradicionales, mucho menos unos participativos”, reconoce.

“Los problemas son mucho más complicados de lo que nos imaginábamos, y en política quieres hacer muchas cosas y finalmente haces las que puedes”, concluye, esperando que la ciudadanía vuelva a depositar en ellos su confianza el 26M para continuar con esa nueva forma de hacer política que defienden.