Jesús López Medel (Santander, 15 de agosto de 1959) se define a sí mismo como “un jurista de vocación y demócrata de convicciones firmes, incluso cada vez más radicales”. Creyente del servicio público, es abogado del Estado, profesor universitario y autor de numerosos libros. Fue diputado del PP durante tres legislaturas, pero sus discrepancias públicas por la Guerra de Irak, la teoría de la conspiración sobre el 11M y “derechización” del que fuera su partido le llevaron a abandonar la política activa. Dedicado a varias fundaciones de fines sociales a nivel internacional, sobre todo en el mundo postsoviético y América Latina, ha sido observador en varios procesos electorales en el exterior y mira con preocupación la crisis migratoria que golpea cada vez más fuerte en las fronteras de Europa.
-Abandonó la disciplina del PP pero nunca ha dejado la política. ¿Hay espacio para impulsar cambios desde los márgenes de los partidos?
No solo dejé la disciplina del partido al que me incorporé con planteamientos de centro-progresista, los que he defendido siempre. En aquel momento, el Partido Popular parecía acercarse a aquellos valores centristas. Mi entrada en política coincidió con un momento de decepción notable en la última etapa de Felipe González, que fueron tiempos muy malos. Entré con una voluntad de empujar a mi partido más hacia el centro. Luego, o los mandatarios del Partido Popular cambiaron de criterio o nos engañaron, no lo sé. El partido empezó a girar. La segunda legislatura de Aznar fue muy negativa para el PP y muy negativa para España. Yo tuve grandes discrepancias y hubo un punto de inflexión, que fue la Guerra de Irak. A partir de ahí, puse rumbo a alta mar y expresé de una manera muy abierta mis diferencias. Un partido político es una fórmula de vertebración ideológica para la sociedad, fundamental para la democracia y el pluralismo, pero no es un ejército en el cual se está obligado a militar.
-A veces se circunscribe la política a lo que ocurre dentro de los partidos, cuando desde la sociedad civil también se pueden hacer aportaciones muy valiosas para la democracia...
Esa idea es absolutamente cierta. Además de esa frase que dice que hay vida más allá de la política, diría que también hay vida política más allá de los partidos. Los movimientos sociales a veces son difusos, pero están ahí y sirven para construir política. Hay muchas fórmulas para tener voz y hacer aportaciones, sobre todo en un momento de desesperanza e indignación como este. En una situación tan degradada, tan deteriorada, los cambios son imprescindibles. Estos días estamos viviendo la mayor tragedia mundial después de la Segunda Guerra Mundial, con la llegada de miles de personas que no solo huyen del hambre, sino que huyen de un conflicto ante el que Europa se muestra incapaz e insensible. No es solo un problema de política, sino de humanidad.
-¿Cree que Europa está demostrando una vez más su falta de política común y coordinación interna ante esa -crisis migratoria que se ha intensificado?
Yo creo que es algo más que falta de coordinación. Europa tiene muchos problemas, que van desde la nula coordinación a la primacía de los intereses comerciales. Solo con la unión monetaria no vale. Uno se lee los derechos que están recogidos en los tratados y están muy distantes de la forma de actuar de los dirigentes de la Unión Europea. Estamos ante un problema de insensibilidad absoluta porque están más preocupados por los temas económicos. Con Grecia sí han actuado coordinadamente. La actuación de muchos dirigentes europeos es susceptible de ser enjuiciada por su pasividad y su consentimiento hacia auténticos crímenes contra la humanidad.
-Los españoles han mostrado durante años un carácter europeísta y han visto la Unión Europea como algo positivo para el país. ¿Este tipo de actitudes puede hacer cambiar esa opinión generalizada?
En parte, sí. Ese carácter europeísta era en un contexto y en una Europa mucho menos degradada que ahora. Hay que ver lo que está pasando en otros países. Hay que recordar, por ejemplo, que no es solo Angela Merkel, que ella gobierna con los socialdemócratas.
Esa cerrazón al derecho de asilo que ahora ponen en cuestión, que es un derecho a la supervivencia de esas personas que están huyendo de la muerte, me parece que, desde un punto de vista jurídico, puede ser susceptible de un enjuiciamiento por crímenes contra la humanidad. Debemos alzar más la voz. No vale con indignarse, hay que incrementar la presión y la coordinación con los agentes sociales.
-“Rajoy no perderá el tiempo en lamentarse por la herencia recibida y se pondrá pronto a trabajar. No perderá el tiempo en echar la culpa al contrario, como ha ocurrido con anteriores gobiernos”. Esas palabras las pronunció usted en una entrevista pocos días antes de las elecciones generales de 2011. ¿Muy decepcionado con la actitud del presidente durante esta legislatura?en una entrevista
Yo no estaba en aquel momento en el PP y me había mostrado crítico en muchas ocasiones, pero lo cierto es que eso es lo que había dicho él que haría. Pese a la decepción política, no creía que fueran tan capaces de hacer lo contrario en tantas cosas de lo que habían prometido. La queja ha sido mantenida durante los cuatro años, sin respiro. Como persona que ha conocido a quien hoy es presidente del Gobierno y a numerosos dirigentes del Partido Popular, la decepción es profunda. Les pasa también a muchos ciudadanos que les votaron. En España ha habido un retroceso social y democrático sin precedentes. Los que somos moderados no nos reconocemos en este PP desde mucho tiempo.
-¿Cree que el PP ha perdido una oportunidad única, con una mayoría absoluta y prácticamente todo el poder territorial, para afrontar las verdaderas reformas que necesita el país?
Los políticos tienen una visión a corto plazo, a muy corto plazo. El planteamiento se hace pensando siempre en las próximas elecciones. Se habla mucho de populismo, atribuyéndolo a movimientos de izquierda. El Partido Popular ha sido mucho más populista y demagógico de lo que lo ha sido cualquier otro partido, prometiendo el oro y el moro e incumpliendo todas sus promesas. Además, ha utilizado el poder como si fuera algo propio. El Partido Popular ha sentido que el poder le pertenece, que es de su propiedad, y ha convertido su mayoría absoluta en una apisonadora. No ha contado con nadie para hacer reformas y ha tomado medidas que se deben a intereses bastardos, como la amnistía fiscal o la ley de costas. Nos están mintiendo con mucha frecuencia y los españoles vamos a pagar sus errores durante demasiado tiempo. La lucha contra la corrupción no es tanto un tema de reformas como de voluntad de los partidos políticos. No hay voluntad de los dos grandes partidos para luchar firmemente contra la corrupción.
-¿Por dónde debe comenzar esa lucha contra la corrupción?
Es necesaria la independencia del sistema judicial y un compromiso del ministerio fiscal. Y yo, salvo algunas honrosas excepciones, creo no ha habido el suficiente compromiso. El problema de la corrupción ha crecido y se ha incrementado la sensación de impunidad. Existe una tolerancia desde las instituciones y los poderes públicos. Los antisistema son aquellos que habiendo gobernado durante tanto tiempo han ido carcomiendo el sistema por dentro y lo han pervertido. Yo no soy revolucionario, pero creo que hay que cambiar a todas esas personas que han permitido que lleguemos a donde estamos y rejuvenecer el sistema político.
-A unos meses de las elecciones generales, el panorama parece más abierto que nunca. ¿Eso es bueno o malo?
Es bueno, sin duda. Hay gente que tiene miedo a que se produzca un modelo similar al de Italia, porque estamos acostumbrados a la rotación entre dos partidos. Pero esa incertidumbre no tiene por qué ser mala para el país.
-Antes de las elecciones generales, serán los catalanes los que pasen por las urnas. ¿Qué diagnóstico hace de esa situación?
Tanto PSOE como PP han utilizado indistintamente a los partidos nacionalistas cuando les ha hecho falta, principalmente a CiU. En ese sentido, el nacionalismo catalán está alimentado por todo lo que se les dio desde el Gobierno central y por el odio y la catalanofobia que determinados sectores políticos y mediáticos han creado. Aprovechado con un victimismo tremendo de una burguesía decadente y bastante corrupta, como es la que ha gobernado Cataluña a lo largo de este tiempo, han podido tapar sus vergüenzas y lanzar un proceso que realmente nadie sabe dónde les va a llevar.
-¿Le preocupa esa deriva?
Sí, sí me preocupa. Sobre todo porque es un nacionalismo muy excluyente. Ese nacionalismo pactó y gobernó con el PSOE y el PP durante muchos años. No sé si ahora se han quitado la careta o simplemente es que se han ido radicalizando. Lo cierto es que el propio Jordi Pujol, que era considerado como un hombre de estado, además de sus miserias personales, ha tomado una deriva que le lleva a un callejón sin salida. Me preocupa la ruptura que esta deriva del nacionalismo catalán está provocando. En Cataluña, que es un país muy plural, no se puede imponer un sentimiento. Me recuerda, con todos los respetos, al nacionalismo de la Serbia de Milosevic. Tampoco me gusta que desde Madrid se acerve el sentimiento anticatalanista. Creo que ahora se está actuando con más prudencia desde el Gobierno, pero se han dicho muchas barbaridades.
-¿Ve alguna solución más allá del choque de trenes que parece que se plantea desde ambos extremos?
Las cosas solo se pueden solucionar si hay diálogo. Yo soy partidario de que haya diálogo y no lo ha habido. Sentatos hay en todos los sitios. Espero que se rectifique a tiempo y decidan sentarse para encontrar puntos de acuerdo. Debe haber renuncias de todos. No es bueno tampoco petrificar la Constitución y utilizarla como un arma arrojadiza.
En las últimas semanas, Mariano Rajoy había abierto la puerta a una posible reforma constitucional, una puerta que ha vuelto a cerrar casi de inmediato. ¿Cree que hay margen para introducir cambios en la Constitución?
Lo que no hay es voluntad. Mariano Rajoy representa el inmovilismo. Nunca ha hecho reformas allí donde ha estado. Por su manera de ser y de pensar, no se va a meter en un proceso así. Ahora mismo no es viable. Sin embargo, un Parlamento más fragmentado, que aparentemente puede generar más problemas de gobernabilidad, puede facilitar que se impulsen cambios. El PP no puede utilizar sus millones de votos como una excusa, como un veto que impida las reformas. Eso sí que podría generar reacciones sociales muy fuertes. De todas formas, hay cosas que no requieren un cambio normativo, sino recuperar el espíritu constitucional. La Constitución refleja que España es un Estado social y democrático de derecho. Eso se ha olvidado y hay que recuperarlo. La libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político son valores fundamentales de la Constitución del 78. Esta crisis ha servido también como una excusa magnífica para un Gobierno con un poder casi absoluto, que ha hecho reformas que respondían a planteamientos ideológicos con intereses bastardos. Eso hay que revertirlo.