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Alguna escritura vieja vivirá siempre
¿Por qué se sigue leyendo La Ilíada 2.700 años después de ser escrita? Marcos Pereda trae a este medio una cuestión que no es nueva, poniendo en boca de un escritor italiano una respuesta contundente: la leemos porque habla de la guerra y la guerra nos parece hermosa. Pese a toda la admiración que el autor del artículo declara por el escritor, no se corta en decir que esa respuesta le parece una chorrada: bien por Marcos. He leído su artículo más de una vez y estoy de acuerdo también con una afirmación clave que incluye: que no queramos ver la crudeza de la guerra no nos hace más humanos.
Sin compartirlo, no me atrevo a descartar absolutamente que la guerra sea lo que nos gusta de La Ilíada. Entiendo la tesis de De Quincey en Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes de que un incendio es una desgracia, pero que sin ignorar este aspecto podemos disfrutar de sus cualidades como espectáculo. Pero me cuesta aplicarlo a la guerra, no puedo imaginar ninguna belleza en ella. No me atrevo a descartar tajantemente la afirmación porque quizá haya una parte de nosotros que no conocemos, una parte de mí que ignoro, que disfrute con la guerra. Quizá el que no queramos ver su crudeza ayude a que sigamos sin conocer esa parte de nosotros que deseamos ignorar.
Pero estoy seguro de que se sigue leyendo La Ilíada por otras razones. Estoy seguro porque, para empezar, el tema del libro no es la guerra. Su acción ocurre en el último de los diez años que duró la guerra de Troya, cierto, pero no se dedica a contarla, sino que centra su atención en un episodio nada más: la cólera de Aquiles. Y no pierde el tiempo en declararlo: su primera línea es «La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles».
¿Por qué estaba Aquiles encolerizado? Pues porque la gente va a la guerra con la esperanza de conseguir un botín: ahora se intenta disimular un poco más, pero los griegos no tenían empacho en reconocerlo. Una pieza del botín de Aquiles era Criseida, una esclava que el jefe de la hueste aquea, Agamenón, toma para sí. En consecuencia, Aquiles, el mejor de los guerreros, se niega a combatir. No les cuento lo que sigue para que no me acusen de deslizar spoilers, pero este incidente es el tema central del poema de Homero.
Y, como quien no quiere la cosa, este incidente nos enfrenta sin declararlo con una de las cuestiones que recorren nuestra historia de arriba abajo. De pronto Homero coloca a Criseida en un puesto central de una disputa trascendente. Del mismo modo en que Helena es la causa de la guerra, Criseida es la causa de la disputa entre los aqueos. Tiene un papel fundamental en La Ilíada… pero no aparece más en ella. Helena y Criseida son elementos insustituibles de lo que ocurre, pero no hacen nada. Son premios, piezas de botín, valiosísimas figurantes junto a las cuales los actores compiten y pelean, sin que ellas puedan decidir el papel que quieren jugar. El mundo se arma y se desarma a su alrededor, mientras ellas, quietecitas, esperan a saber cuál será su destino. ¿No es este un tema que ha perdurado en nuestra civilización hasta mucho después de que dejaran de usarse lanzas en las guerras? ¿No es este un tema central hoy todavía?
Y no es el único. En las 600 páginas que tiene una edición moderna en castellano hay sitio para temas de todas clases. Insertados en la guerra, sí, pero perfectamente vigentes fuera de ella, en nuestra vida cotidiana.
Los europeos, y por extensión los occidentales, nos declaramos herederos de la Grecia clásica y, en efecto, de ahí vienen muchas de las cosas que nos caracterizan. No solo las cosas, también las explicaciones que les damos, lo cual es quizá tan importante. La Ilíada es gran escritura de la Grecia antigua. Por eso se ha convertido en una seña identitaria que seguimos estudiando, siglo tras siglo, traduciendo de nuevo, volviendo a especular con sus significados.
Seguimos leyendo La Ilíada tantos siglos después de escrita por la misma razón por la que se leerá siempre: porque, como toda gran escritura, habla de nosotros. Y a los humanos nos encanta que los libros, las películas, los telediarios… hablen de nosotros. No conocemos tema más fascinante. Pero, ¿nosotros armamos flotas para invadir países distantes? ¿Tenemos ejércitos, palacios, esclavos…?
No, nosotros compramos diariamente el billete del autobús para ir al taller o a la oficina. Pero para poder hablar de nosotros sin que nos ofendamos, para vernos desde fuera, la narración nos coloca disfraces y escenarios de dimensiones épicas, que nunca ocuparemos en la realidad. Nosotros somos peatones, humildes laborantes de la realidad, y desapareceremos sin dejar rastro. Pero sabemos que los reyes, los forajidos, los héroes de las ficciones perdurables, son nosotros porque su ira, su ambición y su lujuria son las nuestras.
Hay un argumento más para desechar la guerra como motivo para seguir leyendo La Ilíada: La Odisea, otra obra del mismo autor (o por lo menos de la misma época), con el mismo ambiente y aliento, tiene un éxito parejo y no trata de la guerra. Lo que cuenta es un viaje, el de regreso a casa de uno de los héroes aqueos. Por ir a la guerra de Troya Ulises descuida el gobierno de su reino, e inmediatamente unos señores de glotonería inacabable se nutren de su despensa sin contención alguna. ¿No nos suena de nada?
¿Por qué se sigue leyendo La Ilíada 2.700 años después de ser escrita? Marcos Pereda trae a este medio una cuestión que no es nueva, poniendo en boca de un escritor italiano una respuesta contundente: la leemos porque habla de la guerra y la guerra nos parece hermosa. Pese a toda la admiración que el autor del artículo declara por el escritor, no se corta en decir que esa respuesta le parece una chorrada: bien por Marcos. He leído su artículo más de una vez y estoy de acuerdo también con una afirmación clave que incluye: que no queramos ver la crudeza de la guerra no nos hace más humanos.
Sin compartirlo, no me atrevo a descartar absolutamente que la guerra sea lo que nos gusta de La Ilíada. Entiendo la tesis de De Quincey en Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes de que un incendio es una desgracia, pero que sin ignorar este aspecto podemos disfrutar de sus cualidades como espectáculo. Pero me cuesta aplicarlo a la guerra, no puedo imaginar ninguna belleza en ella. No me atrevo a descartar tajantemente la afirmación porque quizá haya una parte de nosotros que no conocemos, una parte de mí que ignoro, que disfrute con la guerra. Quizá el que no queramos ver su crudeza ayude a que sigamos sin conocer esa parte de nosotros que deseamos ignorar.