Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Angustia
La angustia o la ansiedad son primas hermanas, dos mellizas que se parecen en casi todo (una más mental con consecuencias físicas, otra más física con sus reflejos en la mente). Cuesta distinguirlas pero detrás de ambas hallamos inquietud, inseguridad, excitación nerviosa, confusión mental, temores fuera de control y sensaciones físicas desagradables que desenchufan a las personas de su entorno cotidiano, que las alejan de su experiencia y que, incluso (en casos extremos) las inhabilitan para hacer, comer, escuchar, ver, ilusionarse o amar.
La angustia y la ansiedad oprimen a las personas hasta encogerlas, como esas botellas de plástico a las que quitamos el aire y luego les ponemos el tapón para que ocupen menos en el cubo de la basura. Una persona angustiada y con ansiedad es una persona que inevitablemente se arruga porque está llena de miedos. ¿Miedos a qué? Hay miedos anticipatorios en los que se teme lo que puede pasar en el futuro desconocido (el desempleo, la enfermedad, la soledad, la vejez, la muerte). Pero también están las insatisfacciones asociadas a nuestro presente: pensar que la vida que se vive está lejos de la vida que se desea (o que se cree desear). Y luego están las encrucijadas en las que hay que tomar decisiones y ante las que algunas personas se paralizan. Ante una encrucijada se puede sentir angustia o ansiedad derivada de la posibilidad de elegir y del temor, claro, a equivocarse. Por eso hay personas que se sienten relajadas renunciando a su libertad para vivir bajo límites, normas y certezas impuestas desde fuera (el ejército, las religiones, las tribus urbanas, los dogmas o las sectas son algunos ejemplos).
La angustia y la ansiedad pueden no tener su origen en el pensamiento (a veces sí) pero pensar demasiado puede ser un acelerante, como la gasolina que se echa al fuego. ¿Pensar es bueno? En general, sí. Ahora bien, pensar una y otra vez en una misma cosa, como el perro que da vueltas siempre alrededor del mismo sendero, solo lleva una percepción deformada de la realidad y esa deformidad de la percepción hace agujeros en el estómago y en la cabeza y en el pechohasta acabar igual (o peor) que un queso gruyer. Frente a los pensamientos obsesivos están las acciones: hacer cosas (pasar del pensar en hacer algo a hacer) es una de las mejores maneras de relajar la mente y el cuerpo.
Si uno se para a pensar con calma en esta vida (en su brevedad y fugacidad, en el azar que tantas veces la determina, en el absurdo, en la insignificancia, en sus paradojas y en un montón de cosas más) lo normal es que acabemos todos presa de la ansiedad y la angustia pues son inabarcables las amenazas y la proximidad de la nada es un vacío al que es muy difícil asomarse sin llegar a sentir vértigo. Las personas que sufren mucha angustia y ansiedad hablan de una presión que ahoga pero también de una sensación de estar cayendo. Es una fatalidad pero el mero hecho de estar vivos ya implica cierta angustia por existir, es inevitable. Así que, más que pelear contra una angustia que parece asociada a la propia existencia humana, quizá sea más razonable aceptarla e integrarla de la mejor forma posible en la propia vida. Pessoa, que transitó una y otra vez los caminos del desasosiego, lo dejó claro: “En mi corazón hay una paz de angustia, y mi sosiego está hecho de resignación”.
La angustia o la ansiedad son primas hermanas, dos mellizas que se parecen en casi todo (una más mental con consecuencias físicas, otra más física con sus reflejos en la mente). Cuesta distinguirlas pero detrás de ambas hallamos inquietud, inseguridad, excitación nerviosa, confusión mental, temores fuera de control y sensaciones físicas desagradables que desenchufan a las personas de su entorno cotidiano, que las alejan de su experiencia y que, incluso (en casos extremos) las inhabilitan para hacer, comer, escuchar, ver, ilusionarse o amar.
La angustia y la ansiedad oprimen a las personas hasta encogerlas, como esas botellas de plástico a las que quitamos el aire y luego les ponemos el tapón para que ocupen menos en el cubo de la basura. Una persona angustiada y con ansiedad es una persona que inevitablemente se arruga porque está llena de miedos. ¿Miedos a qué? Hay miedos anticipatorios en los que se teme lo que puede pasar en el futuro desconocido (el desempleo, la enfermedad, la soledad, la vejez, la muerte). Pero también están las insatisfacciones asociadas a nuestro presente: pensar que la vida que se vive está lejos de la vida que se desea (o que se cree desear). Y luego están las encrucijadas en las que hay que tomar decisiones y ante las que algunas personas se paralizan. Ante una encrucijada se puede sentir angustia o ansiedad derivada de la posibilidad de elegir y del temor, claro, a equivocarse. Por eso hay personas que se sienten relajadas renunciando a su libertad para vivir bajo límites, normas y certezas impuestas desde fuera (el ejército, las religiones, las tribus urbanas, los dogmas o las sectas son algunos ejemplos).