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El AVE está mejor en el cielo

El presidente de Cantabria sacó finalmente bandera blanca en su ya larga y agotadora guerra de guerrillas a favor de la construcción del AVE que iba a unir nuestra comunidad con Madrid. No lo lamento: una retirada a tiempo puede ser una gran victoria si sabemos gestionarla, si Revilla sabe gestionarla, porque hay muchas otras opciones para reducir nuestra distancia con la capital y todas ellas son considerablemente más baratas.

Hay muchos Revillas, pero están en este. Su cruzada por el AVE, por los AVES -porque llegó un momento en que le prometieron no uno, sino dos trenes de alta velocidad- ha tenido un mucho de eslogan político, con fiestuki incluida en Monzón de Campos, pero también un bastante de tozuda ingenuidad. Aquellas carreras por los pasillos ministeriales, persiguiendo su tren, las hemos mirado algunos con el paternal cariño por el niño que se esfuerza saltando a los pies de un árbol intentando recoger una manzana inalcanzable. Pero no se equivoquen, esas mismas carreras las protagonizó también nuestro presidente detrás de Ardanza para cantarle las cuarenta sobre los pecados del nacionalismo vasco. Lo que nadie se atrevía a decirle al lehendakari, se lo decía Revilla bien clarito.

Pero volvamos al AVE, o al no-AVE. Insisto, no derramemos una lágrima por él. Estudiemos otras opciones. Es del todo cierto que, secularmente, el aislamiento ha sido el gran problema de Cantabria. Las montañas que un día defendieron a nuestros antepasados de las invasiones de otros pueblos, terminaron siendo también nuestra cárcel. Y en términos modernos, rajaron la línea de flotación de nuestra competitividad. Hasta no hace tantos años, si mirábamos al sur, las nieblas del Escudo nos atemorizaban. Si poníamos la vista en Asturias, las curvas y los atascos nos mareaban. ¿Y qué decir de la ruta al País Vasco? En mi niñez era impensable viajar a Bilbao sin hacer un alto en Castro Urdiales, tales eran las dificultades de la carretera que nadie en su sano juicio hacía el camino sin reconfortarse con un café y un croissant en el Kansas.

Por eso, para mí, uno de los mayores hitos en la historia de Cantabria, desde que se marcharon los romanos –o quizá es que se quedaron y nos convirtieron en romanos- fue el establecimiento de las líneas aéreas low cost en Parayas. Fue eso, mucho más que las autopistas, lo que nos abrió al resto de España, a Europa, al mundo entero. Reflexionen, ahí está nuestro verdadero AVE, en el ahora bien nombrado aeropuerto Seve Ballesteros.

Pero nos lo tenemos que currar, y bien currado además. Nos quedamos sin tren de alta velocidad, de acuerdo. Y estamos dispuestos a hablar del famoso tren de los 400 millones de euros, pero lo que de verdad necesitamos es una buena conexión aérea con Madrid. No, una buena no, una inmejorable. Sé que se han reforzado los vuelos, pero puestos a renunciar al AVE, en justicia nos merecemos lo mejor de lo mejor. No menos de dos frecuencias diarias de ida y otras dos de vuelta, en horarios razonables y no en los slots más miserables. Y sobre todo, tienen que ser a precios verdaderamente populares. Si estamos bien conectados con Madrid, estamos conectados con el mundo. Los vuelos a Roma, a Londres, a Málaga, a Canarias son estupendos, pero necesitamos ir y volver a Madrid como quien coge el autobús de La Albericia.

Y hablando de autobuses, ahí tenemos otra buena vía para explorar. Antes de gastarnos 400 millones, bien cabe explorar todas las posibilidades. Trabajemos con Alsa en una buena línea, con las frecuencias necesarias, las paradas imprescindibles en los puntos oportunos y, de nuevo, con los precios que los cántabros nos merecemos después de todas esas renuncias.

Pero es que el tren también llevará mercancías, me dirán… De acuerdo, pero las empresas que enviarán esas mercancías no necesitan tanto la protección de la Administración como los ciudadanos de a pie. Es la persona que tiene un hijo trabajando en Madrid quien necesita ayuda, el que tiene a sus nietos viviendo en Coslada, los montañeses que necesitan tramitar determinados asuntos en la capital. Incluso los que precisan la conexión en Madrid para acceder a Mallorca, a Granada o a Melilla. Las empresas que transportan mercancías se las valen ellas solitas para negociar con Renfe. Son los ciudadanos, los que no tienen tiempo de soñar con el AVE, los que necesitan que les echen una mano con el billete.

Quizá llegue el día en que podamos viajar con el pensamiento, quizá nuestra comunidad sea tan próspera que seamos autosuficientes. Quizá nos visiten tantos turistas que tengamos que limitar los vuelos desde otros aeropuertos para no vernos tan agobiados… pero hoy no es ese día.

El presidente de Cantabria sacó finalmente bandera blanca en su ya larga y agotadora guerra de guerrillas a favor de la construcción del AVE que iba a unir nuestra comunidad con Madrid. No lo lamento: una retirada a tiempo puede ser una gran victoria si sabemos gestionarla, si Revilla sabe gestionarla, porque hay muchas otras opciones para reducir nuestra distancia con la capital y todas ellas son considerablemente más baratas.

Hay muchos Revillas, pero están en este. Su cruzada por el AVE, por los AVES -porque llegó un momento en que le prometieron no uno, sino dos trenes de alta velocidad- ha tenido un mucho de eslogan político, con fiestuki incluida en Monzón de Campos, pero también un bastante de tozuda ingenuidad. Aquellas carreras por los pasillos ministeriales, persiguiendo su tren, las hemos mirado algunos con el paternal cariño por el niño que se esfuerza saltando a los pies de un árbol intentando recoger una manzana inalcanzable. Pero no se equivoquen, esas mismas carreras las protagonizó también nuestro presidente detrás de Ardanza para cantarle las cuarenta sobre los pecados del nacionalismo vasco. Lo que nadie se atrevía a decirle al lehendakari, se lo decía Revilla bien clarito.