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El AVE y el pensamiento científico

Alguien dijo que la Historia se repite dos veces; la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. No lo creo, pero hay una historia de tres científicos del CSIC que viajaron a Cantabria en coche. Las fuentes no se ponen de acuerdo en cuál era el objeto de la investigación de este equipo multidisciplinar, unos dicen que la marmita y otros que el cocido montañés. Pero el relato coincide en contar que bajando el Escudo los visitantes divisan una oveja negra pastando en un prado.

—¡Mirad! —dice el astrónomo—, las ovejas en Cantabria son negras.

—No, hombre —contesta con suficiencia el físico—, lo único que podemos saber es que en Cantabria hay algunas ovejas negras.

—Tampoco —menea la cabeza el matemático—. Solo sabemos que en Cantabria hay por lo menos una oveja, y que esa oveja tiene al menos la mitad de la piel negra.

Solo hay una manera de razonar con seguridad, la del matemático. Pero fuera del mundo de las ideas ese método no nos lleva a ninguna parte. Así que todos los demás razonamos por inducción, procedimiento que consiste en generalizar a partir de la evidencia disponible. Eso es lo que hacen el físico de nuestra historia (correctamente) y el astrónomo (¡uf! ¿nos la habrán contado mal y en realidad sería un astrólogo?).

Lo único que sabemos de los tres científicos madrileños es que venían en coche. No sabemos por qué. Pero como razonamos por inducción a partir de la evidencia disponible, en seguida pensamos que lo hacen porque el tren de Madrid a Santander es poco practicable.

La inducción no garantiza el acierto, claro, es como la catenaria de Reinosa a Alar del Rey, que muchas veces transporta la fuerza necesaria para avanzar y otras nos deja tirados. Pero en este caso debemos estar acertando, no hay más que escuchar a Revilla inaugurando un tramo de carretera con la ministra Pastor: ambos representan respectivamente a Santander y a Madrid, y enseguida se ponen a hablar del tren en mitad de la carretera. Parece que está prometido de hace décadas un tren en condiciones, pero de momento lo único que se puede inaugurar son tramos de autovía.

Una urgencia me obliga a entrar en el primer bar que encuentro. En el bar hay un turista, el camarero y un borracho. Y, claro, una televisión. En la televisión está saliendo el presidente Revilla en uno de esos programas de los que es habitual; no sé si la actuación es reciente o reposición de otra suya, pero se le ve como acostumbra: hablador, campechano y próximo.

El turista le dice al camarero: “¡Qué buen presidente tenéis en Cantabria!”, y el camarero contesta: “Sí, y además acabará consiguiendo el AVE”.

No sé de dónde es el visitante ni qué clase de contrato rige el trabajo del camarero, pero estoy seguro de que el borracho es matemático: levanta la vista del vaso que hasta ese momento había estado estudiando con mucho cuidado, me mira y emite, con sorna un tanto pastosa: “Lo único que sabemos es que el presidente a ratos es simpático”.

Alguien dijo que la Historia se repite dos veces; la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. No lo creo, pero hay una historia de tres científicos del CSIC que viajaron a Cantabria en coche. Las fuentes no se ponen de acuerdo en cuál era el objeto de la investigación de este equipo multidisciplinar, unos dicen que la marmita y otros que el cocido montañés. Pero el relato coincide en contar que bajando el Escudo los visitantes divisan una oveja negra pastando en un prado.

—¡Mirad! —dice el astrónomo—, las ovejas en Cantabria son negras.