Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Barba
No cepillo a mi perro. No al menos en los últimos tiempos. Su pelo crece y crece y se enreda y se enreda y acaba formando nudos, rastas, masas compactas en las que no puede penetrar ni el sol, ni la lluvia, ni una bala podría atravesarlas, ni un misil. Lo baño y mis manos no pueden llegar a tocar su piel. Mi perro tiene once años y me pregunto cómo sería hoy si en esos once años nunca le hubiera cortado el pelo, nunca lo hubiera bañado o cepillado. Imagino una masa de pelo áspero, algo como una coraza, y enterrados bajo ese pelo apelmazado y sucio sus ojos tristes. Su estado natural estaría muy alejado de su plácido aspecto de mascota un tanto asilvestrada.
Lo que vemos está casi siempre moldeado por la intervención humana: los jardines, los ríos, los bosques, los pastos. Todo está intervenido, domesticado no porque domar a la naturaleza no es posible aunque tengamos la ilusión de que sí lo es. Es muy difícil mirar algo en donde no haya huellas de los seres humanos, empezando por nosotros mismos y nuestros rituales de limpieza y acicalamiento. Tal vez esa pureza solo se halle en el cielo cuando no es atravesado por las estelas de los aviones. Tal vez en las estrellas cuya luz nos llega de tan lejos.
Miro a mi perro, su aspecto un tanto abandonado. Luego me miro en el espejo. La barba cerrada de dos semanas comienza a ocultar mi rostro. Imagino cómo sería mi aspecto si nunca hubiese ido a la peluquería, si mi barba hubiese crecido sin que semanalmente una máquina eléctrica me devolviera la imagen de un hombre civilizado. Cada vez que dejo crecer mi barba me pongo un poco hosco, como si lo salvaje se adueñara de alguna manera de mí. Me miro y un poco me parece como si acabara de salir de una caverna y me acuerdo de Eduardo García, ese poeta estupendo, y de su poema 'Ritual': “Esta mañana me encontré / en el espejo al hombre-lobo. / Receloso observaba mis facciones / con destellos de bosque en la mirada, / con aliento de fauces entreabiertas, / conteniendo un aullido, / vigilante”.
No cepillo a mi perro. No al menos en los últimos tiempos. Su pelo crece y crece y se enreda y se enreda y acaba formando nudos, rastas, masas compactas en las que no puede penetrar ni el sol, ni la lluvia, ni una bala podría atravesarlas, ni un misil. Lo baño y mis manos no pueden llegar a tocar su piel. Mi perro tiene once años y me pregunto cómo sería hoy si en esos once años nunca le hubiera cortado el pelo, nunca lo hubiera bañado o cepillado. Imagino una masa de pelo áspero, algo como una coraza, y enterrados bajo ese pelo apelmazado y sucio sus ojos tristes. Su estado natural estaría muy alejado de su plácido aspecto de mascota un tanto asilvestrada.
Lo que vemos está casi siempre moldeado por la intervención humana: los jardines, los ríos, los bosques, los pastos. Todo está intervenido, domesticado no porque domar a la naturaleza no es posible aunque tengamos la ilusión de que sí lo es. Es muy difícil mirar algo en donde no haya huellas de los seres humanos, empezando por nosotros mismos y nuestros rituales de limpieza y acicalamiento. Tal vez esa pureza solo se halle en el cielo cuando no es atravesado por las estelas de los aviones. Tal vez en las estrellas cuya luz nos llega de tan lejos.