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Boinas y faralaes

Una de las ventajas de estar un tiempo sin aparecer por estos lares es que a la vuelta se te van acumulando los temas. La otra es, claro, que te das un descanso a ti mismo y a los lectores, que igual ya se iban agotando un poco de que le des vueltas siempre a las mismas tres o cuatro ideas. Porque es así. Quienes les intentan convencer de la gran cantidad de ocurrencias que aletean dentro de su cabeza son, por lo general, personas de poca confianza. Banales. Porque todos tenemos solo unas poquitas convicciones y ahondando en éstas, dándoles mil y un matices, vamos construyendo el asunto. Lo demás es cosa de listillos. Además, para que algo revolotee tiene que haber espacio vacío. Ya saben.

En fin, que me desvío. Decía que hay un montón de temas en el tintero. Los tengo aquí delante, en una libretita donde apunto los acontecimientos sobre los que quiero hablar. Casi siempre negativos, ustedes me entienden. Y entre eso y la mala hostia que me dejan las altas temperaturas… pues vaya, que van a venir amables los primeros artículos.

Una de las cosas que más me llamaron la atención (frotar de manos, resoplido ahogado, ligero gesto de perversidad en el rostro) fueron las declaraciones de Rubén Gómez, el número uno de Ciudadanos (antes Ciutadans) en Cantabria (al menos en el Parlamento de Cantabria). El simpático muchacho tuvo a bien decir, en pleno 28 de julio, algo así como que “quienes hablan de cantabrismo se deberían quitar la boina”. Digo algo así porque, pese a que he buscado el tuit (joder, qué horrenda palabra) en cuestión no he tenido la suerte de encontrarlo. Lo que solo puede significar dos cosas: o yo empiezo a olvidar cosas o lo han borrado. La verdad es que mi memoria tampoco es muy allá, así que lean lo siguiente como si fuera una ucronía…

Bien, entiendo el sentido de lo que quiere decir. Claro, no lo comparto, pero lo entiendo. El nosotros somos modernos, estamos por encima de todas estas cosas, somos integradores, liberales, internacionalistas, queremos alejarnos del pasado para construir el futuro y demás proclamas... Al menos creo que va por ahí. Lo que me chirría más es el tema de la boina, oigan. Y es que ya son muchas veces las que he oído o leído asimilar lo cántabro con la boina. De forma despectiva, por cierto, como si algo malo tuviera esa prenda. Que luego van los modernos y bien que se la ponen, así, en diagonal como si estuvieran en mitad de Montmartre.

Y no, no admito lo de identificar Cantabria con lo cateto, boina mediante. Como (¿ven? Sobre esta idea he hablado un montón… si es que tengo tres o cuatro, no más) si los de pueblo fueran tontos o algo así, y quienes viven en la ciudad los apesebraran con fingido paternalismo. Más o menos. La idea me repugna. Pero, además, me parece ridícula, porque dibuja más a quienes la emiten de lo que lo haría la susodicha boina a quienes la llevasen. Creo que me he explicado.

Era una tontería, apenas una anécdota. O no. Pero me pillaba ya, aquellos días, un poquito con el sentimiento a flor de piel. Seguramente por la sobreabundancia de trajes de faralaes que se encuentra uno en la capital durante sus fiestas, esas que son las de todos los cántabros y por eso mismo tienen que acarrear día de asueto en la comunidad autónoma, para que los mozos de Reinosa, Soba o Castro Urdiales acudan a dejarse los cuartos a las casetas.  Otra historia, seguramente.  Pero decía que vi tanta sobreabundancia de trajes “de sevillana” (incluso fuera de ese biotopo tan particular que es la Feria de Santiago, un cofre temporal que permanece casi inalterado con el paso de los años como si del sueño de cualquier arqueólogo se tratase) como ausencia de trajes tradicionales de Cantabria. A lo mejor por temor a que algunos te vinieran con lo de “desenroscarse la boina”. O el pañuelo.

A mí no me importa que la gente se vista de faralaes, cante flamenco y se ponga hasta arriba de rebujito. Ya ven, mientras haya diversión, por mí perfecto, jijijaja y todos amigos. Como si traen vikingos. Pero yo, que soy mal pensado por nacimiento, formación y convicción, acababa viendo constantes entre tal sobreabundancia de atuendos externos y el tuit (por favor, que alguien me pegue un tiro si lo vuelvo a escribir) del señor Gómez. Y si fuera de natural melancólico me pondría triste, muy triste. Pero como soy así, se me iban engalanando las palabras de mal humor. Y luego, gracias a todos, me dejaron venir aquí a escribirlas.

No vean qué alivio. Ni publicar un buen tuit.

Pum.

Una de las ventajas de estar un tiempo sin aparecer por estos lares es que a la vuelta se te van acumulando los temas. La otra es, claro, que te das un descanso a ti mismo y a los lectores, que igual ya se iban agotando un poco de que le des vueltas siempre a las mismas tres o cuatro ideas. Porque es así. Quienes les intentan convencer de la gran cantidad de ocurrencias que aletean dentro de su cabeza son, por lo general, personas de poca confianza. Banales. Porque todos tenemos solo unas poquitas convicciones y ahondando en éstas, dándoles mil y un matices, vamos construyendo el asunto. Lo demás es cosa de listillos. Además, para que algo revolotee tiene que haber espacio vacío. Ya saben.

En fin, que me desvío. Decía que hay un montón de temas en el tintero. Los tengo aquí delante, en una libretita donde apunto los acontecimientos sobre los que quiero hablar. Casi siempre negativos, ustedes me entienden. Y entre eso y la mala hostia que me dejan las altas temperaturas… pues vaya, que van a venir amables los primeros artículos.