Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Burocracia
La burocracia es una tela de araña muy tupida que nos atrapa y nos inmoviliza, a veces hasta matarnos. Ken Loach habla de ello en 'Yo, Daniel Blake'. El protagonista de la película es un carpintero que ha sufrido un infarto y que, según la recomendación de sus médicos, debe dejar de trabajar. Pero una funcionaria de la Seguridad Social le dice, tras una entrevista personal, que está en condiciones de hacerlo. Para no perder la cobertura como desempleado, porque el subsidio por incapacidad se lo han denegado, se ve obligado a demostrar que busca activamente unos empleos que no puede aceptar porque su médico le dice que tiene que guardar reposo. Mientras tanto, desesperado y humillado porque es visto permanentemente como un sospechoso, vaga de oficina en oficina, de formulario en formulario, de reclamación en reclamación.
La burocracia, de tan disparatada y cruel, empuja en ocasiones a la trampa, sobre todo a los más vulnerables. Porque los recursos (formación, economía saneada, etc.) facilitan los caminos alternativos (la sanidad privada, por ejemplo) o el afrontar (contratando gente especializada, otro ejemplo) trámites que sin un conocimiento profundo de la administración son retos equivalentes a subir el Everest sin botellas de oxígeno y sin la ayuda de los sherpas.
Para una gran empresa es más fácil tener todo el papeleo que para un pequeño negocio porque la gran empresa puede contratar los servicios de profesionales que se dedican a abrirse paso entre la maleza de los procedimientos, los formularios, los plazos, la documentación y las sanciones. Unos amigos van a tardar más de tres años en tener en regla todos los papeles para una pequeña quesería artesanal. La administración les lleva más trabajo, preocupaciones y energía que el cuidado de las cabras o la elaboración de los quesos. Las normas son las mismas para todos pero los que tienen más recursos van dopados a la hora de hacer frente a la burocracia. El resto acaban agitándose en la tela de araña como insectos frustrados e indefensos.
Kafka adivinó como nadie el futuro. Ni Julio Verne fue tan preciso. Las personas acaban atrapadas y desorientadas en una maraña de reglas en muchas ocasiones ambiguas, complejas, contradictorias, misteriosas, desconocidas y abiertas a la interpretación. Normas a las que uno no puede hacer frente si está en desacuerdo. Es la modernidad del hombre administrado. En uno de sus cuentos Kafka escribe: Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar. -Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora. En el cuento de Kafka el campesino se pasa toda su vida esperando sin que el guardián, al que termina agasajando y sobornando, le permita entrar a la Ley. El problema, por tanto, ya no es sólo la ley sino (quizás sobre todo) quienes la guardan.
Las leyes buscan, en teoría, la creación de un escenario civilizado y justo para la vida mediante la imposición de unas reglas comunes para todos. Y eso está bien. El problema es que, a veces, se acaban estableciendo tantas normas, reglas y sanciones para asuntos de toda índole que se desnaturaliza el propio ejercicio de vivir o, sencillamente, se convierte por exceso de celo cualquier trámite sensato en una carrera de obstáculos para la que no todo el mundo está igualmente preparado. La burocracia, densa y enrevesada, hace que muchas personas renuncien a lo que les corresponde y empuja a otros a hacer como que la norma no existe para sacar adelante sus pequeños proyectos (arriesgándose a la sanción y el castigo). Lograr la ayuda o el beneplácito de la administración, a veces simplemente conseguir aquello a lo que se tiene derecho, nos introduce casi siempre en un laberinto kafkiano en el que, como dice el poeta Robert Lowell, “la luz al final del túnel es la del tren que se nos viene encima”.
La burocracia es una tela de araña muy tupida que nos atrapa y nos inmoviliza, a veces hasta matarnos. Ken Loach habla de ello en 'Yo, Daniel Blake'. El protagonista de la película es un carpintero que ha sufrido un infarto y que, según la recomendación de sus médicos, debe dejar de trabajar. Pero una funcionaria de la Seguridad Social le dice, tras una entrevista personal, que está en condiciones de hacerlo. Para no perder la cobertura como desempleado, porque el subsidio por incapacidad se lo han denegado, se ve obligado a demostrar que busca activamente unos empleos que no puede aceptar porque su médico le dice que tiene que guardar reposo. Mientras tanto, desesperado y humillado porque es visto permanentemente como un sospechoso, vaga de oficina en oficina, de formulario en formulario, de reclamación en reclamación.
La burocracia, de tan disparatada y cruel, empuja en ocasiones a la trampa, sobre todo a los más vulnerables. Porque los recursos (formación, economía saneada, etc.) facilitan los caminos alternativos (la sanidad privada, por ejemplo) o el afrontar (contratando gente especializada, otro ejemplo) trámites que sin un conocimiento profundo de la administración son retos equivalentes a subir el Everest sin botellas de oxígeno y sin la ayuda de los sherpas.