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Carta a un votante-espectador

Estimado votante-espectador: yo te comprendo. La vida es un zapear, un devenir catódico entre series de héroes y villanos bien definidos y derrotas del equipo en domingos ya repartidos durante la semana. Esa vida, tu vida, no es fácil. Eres sometido a un intenso bombardeo (de imágenes y declaraciones) que aturden tus sentidos y limitan tus entendederas. Sabes, porque lo sabes, que tu único deber es seguir sobrio en esta borrachera de realidad fragmentada, que debes llegar al próximo domingo ya no para ser sino para votar como buen espectador al ganador (aquí no puedes elegir ganadora) del debate sobre la nada en el que has estado inmerso.

Para hacerlo, estimado y despreciable votante-espectador, deberás cultivar el olvido. Claro, que tienes práctica gracias al gimnasio diario de la amnesia en el que, por el hecho de ser ciudadano, tienes la matrícula libre. La tabla de ejercicios es tan efectiva que ya no sabes si las imágenes con miles de refugiados a las puertas de este infierno era real o fue soñada; que dudas de que Cataluña exista y de que estuviéramos a punto de enviar allí nuestros tanques importados para salvar la patria; que ya has olvidado que Francia está en guerra y que París fue un tanatorio; que Siria es un relámpago intermitente que aparece en la lista de paraísos para inmolados en uno de cada seis informativos; que si te preguntaran por los feminicidios deberías ir al calendario para ver qué ocurrió el 25 de noviembre…

Los seres humanos somos olvido. Así lo indica la poética oficial y los partes de guerra. Pero en época de elecciones, estúpido votante-espectador, debes cultivar esta condición con especial fruición. Es imprescindible que así lo hagas para poder depositar tu papeleta sin manchar con tus vómitos a los pobres miembros de la mesa electoral de tu barrio, tan inocentes como tú por su indolencia y su candidez. Debes hacerlo para poder votar olvidando que tu partido es un nido de corruptos y patanes que sólo saben repetir el mantra mentiroso de la economía (aunque lo hagan tan serios), o para confiar en tu candidato, ese que imposta la voz y cuenta su primera masturbación sin pecado mientras confiesa que no le gusta hablar de sí mismo, o para pensar sólo por un instante que el niño repelente del arriba España camuflado puede ser presidente de algo más que no sea un círculo católico, o para olvidar que el rebelde sin chaqueta ha olvidado casi todo lo que prometía para poder ganar en peso y ser alguien en este juego sin tronos, o para votar al niño de Málaga, camuflado entre la nada tupida unidad para prometer el paraíso en esta orgía de programas incumplibles.

Estimado votante-espectador, sé consciente de que tu papel es tan decorativo como imprescindible. Si tu no asistes a la fiesta de la democracia no hay fiesta y si asistes podrás cumplir con tu función de farolillo sin luz junto al resto de tus conciudadanos. Tu único consuelo es el de los borregos: somos muchos los que apagaremos el televisor para ir a las urnas y seríamos muchísimos más si el poder hubiera entendido que solo sustituyendo anticuados sobres por modernas pantallas táctiles acabaría con el abstencionismo de los díscolos democráticos.

Es verdad que eres cómplice necesario, verdugo por omisión, antídoto contra las revueltas, consumidor imprescindible, ciego resignado a las sombras, manco con brazos para el voto y el mando…. pero gracias a eso, a tu olvido reflejo y a tus actos sin memoria, la maquinaria sigue funcionando y tus hijos, y mis hijos, podrán algún día llegar a ser espectadores sin apellidos en esta película de guión cutre y final apocalíptico sin sorpresas.

Surte el domingo… y cuidado con las arcadas.

Estimado votante-espectador: yo te comprendo. La vida es un zapear, un devenir catódico entre series de héroes y villanos bien definidos y derrotas del equipo en domingos ya repartidos durante la semana. Esa vida, tu vida, no es fácil. Eres sometido a un intenso bombardeo (de imágenes y declaraciones) que aturden tus sentidos y limitan tus entendederas. Sabes, porque lo sabes, que tu único deber es seguir sobrio en esta borrachera de realidad fragmentada, que debes llegar al próximo domingo ya no para ser sino para votar como buen espectador al ganador (aquí no puedes elegir ganadora) del debate sobre la nada en el que has estado inmerso.

Para hacerlo, estimado y despreciable votante-espectador, deberás cultivar el olvido. Claro, que tienes práctica gracias al gimnasio diario de la amnesia en el que, por el hecho de ser ciudadano, tienes la matrícula libre. La tabla de ejercicios es tan efectiva que ya no sabes si las imágenes con miles de refugiados a las puertas de este infierno era real o fue soñada; que dudas de que Cataluña exista y de que estuviéramos a punto de enviar allí nuestros tanques importados para salvar la patria; que ya has olvidado que Francia está en guerra y que París fue un tanatorio; que Siria es un relámpago intermitente que aparece en la lista de paraísos para inmolados en uno de cada seis informativos; que si te preguntaran por los feminicidios deberías ir al calendario para ver qué ocurrió el 25 de noviembre…