Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La circense virtud de lo versátil
Hay un momento en la vida de un hombre en el que pasa de niño a muchacho, en el que se desprende de la primera capa de inocencia y empieza definitivamente el largo y tortuoso viaje que le lleva a ser adulto. Mi rito iniciático tuvo lugar en el Circo Ruso, hace muchos más años de lo que estoy dispuesto a admitir.
A mí me gustaba el circo. En un universo reducido a una sola cadena de televisión y su encapsulada programación infantil, el circo era una tentación extraordinaria frente a las películas de los sábados y los tebeos del sheriff King. Pero fue precisamente en una de las visitas del Circo Ruso a Santander cuando, una vez acomodado en mi asiento, creí reconocer la cara del tipo que ejecutaba uno de los primeros números, un equilibrista ataviado con un maillot blanco que hubiera sido un must en el fondo de armario de Freddy Mercury. No había ninguna duda, yo conocía a aquel tipo, aunque Queen estaba lejos aún de dar su primer concierto.
Por fin caí, ¡claro, era el mismo individuo que nos había cortado los tickets cuando entramos en la carpa! No hice mucho caso de su prodigiosa actuación porque estaba cavilando, intentando disculparle, pensando que quizá serían hermanos o puede que primos cercanos. Pero entonces vi que la chica vestida con un traje de brillantes lentejuelas cabalgando de pie sobre un enorme caballo gris se parecía sospechosamente a la que nos había vendido las patatas fritas.
Aquello empezaba a pasar de castaño a oscuro. La pesadilla continuó durante toda la función. El domador de leones no parecía tan imponente cuando hacía malabarismos con aquellos bolos de colores y hasta recelé de los payasos, aunque como llevaban la cara pintada no conseguí pruebas tangibles. Fue una tremenda decepción y una dolorosa pérdida de mi primera inocencia. Aquellos honrados artistas que se ganaban el pan con el triple o el cuádruple sudor de su frente perdieron ante mis ojos su condición de héroes por culpa de su pundonorosa polivalencia.
Hoy el circo está casi muerto, así que si queremos encontrar una multidisciplinaridad de semejante envergadura, solo podemos acudir al mundo de la política. Eso es lo que pensaba el otro día cuando el exministro del Interior, Jorge Fernández, fue postulado como candidato a presidir diferentes comisiones de naturaleza diametralmente diferente unas de otras. Y al final de todo el lío, cuando al fin encontró colocación, salió diciendo que él no había pedido nada. Es como si el trapecista del Circo Ruso hubiera dicho que él no tenía ninguna gana de salir en el número del lanzador de cuchillos.
Pero luego vi a Cospedal recién nombrada ministra de Defensa hacerse carne ante los marineros destinados en Sicilia y me acordé de que, en su currículo, figuran habilidades tan dispares como subsecretaria de Estado de Administraciones Públicas, subsecretaria de Estado del Interior, consejera de Transportes e Infraestructuras de la Comunidad de Madrid y un largo etcétera que no les detallo para no aburrirles. Pero en fin, la ostia en vinagre.
O un paisano nuestro, el bueno de José María Lasalle, que ha pasado de secretario de Estado de Cultura a secretario de Estado de la Agenda Digital. Es como si a Messi le pusiéramos ahora de portero. Bueno, a Messi dejémosle aparte, porque este jodido igual no paraba mal.
Ya sé, ya sé, me dirán que son grandes gestores. Grandes no, lo siguiente. Hoy entiendes de infraestructuras y mañana montas un kalashnikov con los ojos vendados. Hoy organizas las fiestas populares y mañana manejas un presupuesto de cuatrocientos millones de euros. Bendito sea el recuerdo del circo, que nos permite mirar estas cosas con los ojos de un niño grande.
Hay un momento en la vida de un hombre en el que pasa de niño a muchacho, en el que se desprende de la primera capa de inocencia y empieza definitivamente el largo y tortuoso viaje que le lleva a ser adulto. Mi rito iniciático tuvo lugar en el Circo Ruso, hace muchos más años de lo que estoy dispuesto a admitir.
A mí me gustaba el circo. En un universo reducido a una sola cadena de televisión y su encapsulada programación infantil, el circo era una tentación extraordinaria frente a las películas de los sábados y los tebeos del sheriff King. Pero fue precisamente en una de las visitas del Circo Ruso a Santander cuando, una vez acomodado en mi asiento, creí reconocer la cara del tipo que ejecutaba uno de los primeros números, un equilibrista ataviado con un maillot blanco que hubiera sido un must en el fondo de armario de Freddy Mercury. No había ninguna duda, yo conocía a aquel tipo, aunque Queen estaba lejos aún de dar su primer concierto.