Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
De complejos y trasplantes
Cuando llegué a Bruselas por primera vez, me di cuenta de que la fuerte influencia del castellano (en mi pronunciación y en mi manera de estructurar las frases) y las escasas posibilidades que había tenido de practicar el inglés en mi vida cotidiana habían hecho de mi “nivel medio” un vulgar cuento chino. Sí, sí, no te rías; exactamente igual que el de tu curriculum vitae.
Me bastaron unos pocos minutos para descubrir que la lengua de la pérfida Albión no se parecía mucho a la que yo había aprendido en el colegio y en las canciones de Queen. Cuando no eran los dichosos phrasal verbs, era la colocación de la “sh” en mi boca (por no hablar de los idioms o del caótico uso de las preposiciones). Todo un entramado de herramientas lingüísticas creado por los británicos para poder mirarte por encima del hombro en todo momento.
Con el tiempo comprendí que no podía deambular por el mundo de aquella manera y decidí mejorar mi nivel de inglés. Volví a estudiar, intenté ver películas en versión original y me propuse practicarlo lo máximo posible.
Complejos
Sin embargo, lejos de sentirme mejor, cuanto más profundizaba en la lengua del difunto David Bowie, más me daba cuenta de mis errores. Sin querer, comencé a desarrollar un gran complejo de inferioridad con respecto a todos aquellos interlocutores que ponían esos acentos tan british y que hablaban con la soltura de los años.
Con el miedo atenazando mis cuerdas vocales, intentaba hablar con frases cortas sin dar rienda suelta al Shakespeare que llevaba dentro. Era importarme ir lento, no equivocarme, no olvidarme de ninguna “s”, pronunciar bien y todo para no aparecer como el pobre chico que se ha plantado en Bruselas y no es capaz de emplear el segundo condicional.
Red Tape
Un día me explicaron en clase lo que significa la expresión red tape (viene a ser el aburrido papeleo burocrático que tienes que rellenar para cualquier cosa). Con mi nuevo término en mi cabeza me lancé a la calle e intenté emplearlo a la primera oportunidad. La ocasión llegó tomando una cerveza con un amigo alemán, Klaus, que trabaja en la Comisión Europea. Su idioma de trabajo habitual es el inglés.
Pues bien, allí estaba yo, en el Monk, con mi timorato inglés de los suburbios en las manos, con una cerveza Duvell en el alma y con un tipo que habla cuatro idiomas al otro lado de la mesa. Después de los típicos minutos de fútbol, chicas y clima, Klaus me preguntó si había ya obtenido la tarjeta de residencia y si me había llevado mucho tiempo el papeleo.
- The red tape?- pregunté yo cuan centella del sur de Dublín.
- Wha’s that?- dijo Klaus con su ensayada cara de asombro de funcionario europeo.
Tras unos segundos de duda, mi desvencijada mente comprendió una importante lección aplicable a casi todos los ámbitos de la vida: los que habitamos Bruselas hablamos inglés bien o mal pero a nuestro modo (salvo que sea nuestra lengua materna, claro). Se ha estandarizado un lenguaje en el que se han eliminado las palabras y expresiones más elevadas y donde todo el mundo emplea más o menos el mismo registro. Complejos… get out of my kitchen!!!
Número uno en trasplantes En fin, que si os cuento todo esto es porque siempre estamos diciendo que somos un desastre, que todo es mejor en otros países (salvo la comida y el vino), que tenemos los políticos más corruptos del mundo (igual en esto tenemos razón), que estamos divididos, que nunca llegaremos a nada y que si Franco y que si tal y cual.
Y, claro, las cosas importantes pasan desapercibidas entre tanto estiércol y no les damos la importancia necesaria. Por ejemplo, esta misma semana hemos conocido que un año más estamos en los primeros puestos del planeta en donaciones y trasplantes (el doble de la media europea y muy por delante de los EEUU).
No podemos seguir obviando nuestro espíritu solidario, nuestra manera de entender el mundo y la calidad de nuestro sistema sanitario (mientras no nos lo privaticen). Tenemos motivos suficientes para sentirnos orgullosos de algo que estamos construyendo entre todos, con nuestros impuestos y que posibilita que se produzca en nuestro país un trasplante cada dos horas (casi 5000 donaciones, un 10% más de donantes que en el 2014).
No debemos olvidar que cada trasplante es una vida salvada y cada vida salvada es una nueva oportunidad de disfrutar de todo lo que nos rodea; incluido el bochornoso espectáculo de la formación de la mesa del Congreso, los diputados que te presto a ti para que formes grupo pero a ti no, las no audiencias reales, los juramentos de Barrio Sésamo, los piojos, los corruptos, los bebés polémicos, etc.
Al igual que yo con mi nivel de inglés, es importante saber dónde estamos para poder mejorar. Diría que es la única manera. Por este motivo tenemos que interesarnos por nuestros fallos pero, del mismo modo, es fundamental que empecemos a valorar lo que tenemos, lo que nos une y que dejemos de arrastrarnos por el fango a nosotros mismos continuamente.
Si algo he aprendido en el extranjero es que ningún país es perfecto, que todos los sistemas pierden combustible por algún lado y que la imagen que tienen de nosotros fuera es mucho mejor que la que nosotros tenemos dentro. Así que nada, a aprender, a mejorar, a depurar, a no tener miedo de ser nosotros mismos y a respetarnos un poco más todos… que ya nos va tocando.
Cuando llegué a Bruselas por primera vez, me di cuenta de que la fuerte influencia del castellano (en mi pronunciación y en mi manera de estructurar las frases) y las escasas posibilidades que había tenido de practicar el inglés en mi vida cotidiana habían hecho de mi “nivel medio” un vulgar cuento chino. Sí, sí, no te rías; exactamente igual que el de tu curriculum vitae.
Me bastaron unos pocos minutos para descubrir que la lengua de la pérfida Albión no se parecía mucho a la que yo había aprendido en el colegio y en las canciones de Queen. Cuando no eran los dichosos phrasal verbs, era la colocación de la “sh” en mi boca (por no hablar de los idioms o del caótico uso de las preposiciones). Todo un entramado de herramientas lingüísticas creado por los británicos para poder mirarte por encima del hombro en todo momento.