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Construyendo un mundo propio

Cuando yo era pequeño nevaba siempre en navidad. Recuerdo salir en Nochebuena a hacer muñecos con esa nieve un poco sucia que se empeña en ponerse a las ciudades, cuando el gris es blanco y el blanco deja de estar. Igual los niños de ahora no lo entienden, porque en Cantabria ya no nieva, ni hace frio, y el único viento que hay en estas fechas es el sur, y hasta se nos está calcinando media región sin que nadie parezca preocuparse demasiado ni darle excesiva importancia (ojo, aquí se ha hablado de ello). Y es que hoy el invierno-verano está en pleno apogeo, y uno teme, incluso, oleadas de turistas de esos que vienen a llenar las calles de pantorrillas peludas y mofletes enrojecidos.

O a lo mejor no, a lo mejor me traiciona la memoria. Y le pregunto a mis amigos, que son la misma panda de gañanes desde hace treinta años, y me dicen que sí, que no me acuerdo bien, que antes tampoco nevaba en Navidad, que hacía más frío, vale, pero que ni de coña se cubría la ciudad con un manto de copos cada año, y que les deje en paz, vaya, que estamos de fiesta y no es plan de ponernos con ese tono tan nostálgico, que hay que ver, siempre igual el pesado este… Y yo no puedo replicar nada, porque realmente en mi cabeza aquello sucedió así, pero ellos son más y (algunos) apenas han brindado…

Uno de los ejes sobre los que gira el arte posmoderno es la puesta en cuestión no solamente de las herramientas que tenemos para acercarnos y comprender la realidad, sino de la realidad misma. Es lo que se llama la pregunta ontológica, que viene a sustituir a la epistemológica. En otras palabras (menos largas), lo posmoderno (la pintura, el cine, la literatura, sí, pero también la propia sociedad) pone en tela de juicio al mundo que nos rodea, y no da por sentado que lo que palpamos, leemos, vivimos…sea la realidad unívoca. ¿Y si el libro que estoy leyendo es lo “real” y yo solamente un personaje de un perverso juego metaliterario? Más o menos es la idea. Aproximadamente…

Con los recuerdos nos pasa lo mismo. Aquí, en realidad, lo que estamos haciendo es construir entre todos un pasado común que nos parece existió, pero que, en realidad, no es sino una suma de diferentes fragmentos. Y, aunque yo crea que todas las navidades estaban llenas de nieve y guerras de bolas, y mis amigos piensen que jamás nos tiramos en trineo, ninguna de esas dos versiones es la auténtica. Aunque una pasara “realmente”. Porque la sociedad que nos rodea, el holograma en el que vivimos, es mutable, cambiante, y se está dibujando de forma continua. Hacia el futuro, nos dice el constructivismo filosófico, pero también hacia el pasado. Y entonces todos los estímulos que recibimos, por muy neutros que nos parezcan, tienen para cada uno significación distinta dependiendo de nuestra cultura, nuestros valores o hasta nuestro estado de ánimo en ese instante concreto.

Todo este asunto del posmodernismo, que a mí me apasiona cuando lo toqueteo en páginas impresas, me venía el otro día a la cabeza al hilo de las recientes elecciones, esas donde, como siempre, todos han ganado y nadie ha salido perdedor. Y pensaba que, quizás, es que los políticos eran fervientes seguidores de Derridá y pensaban que la realidad tiene forma de rizoma, y que lo que para unos es negro puede ser oscuro para otros, y, en definitiva, que no hay mayor verdad que la verdad personal y la “Verdad” (con “v” mayúscula) es intangible o inalcanzable o, como poco, tan propia que deja de tener sentido alguno. No sé si me explico.

No les mentiré, yo me siento muy cómodo en este mundo “intransferible”, lleno de incertidumbre, vacío por completo de certezas. Un mundo muy a la Vila-Matas, o a la Pynchon, un espacio insondable que tampoco merece la pena explorar porque mañana es posible, no probable pero sí posible, que los accidentes dibujados con precisión milimétrica en nuestros mapas se hayan movido de lugar. Pero mi comodidad debe de ser la excepción, porque precisamente a raíz, de nuevo, de esas elecciones (¿se han enterado que hubo?) también he escuchado verdades inquebrantables, visiones certeras ante las que es imposible oponerse, doctrinas a seguir, monolitismo. Realidad. Con lo que cansa lo de la realidad real.

Construir el mundo en cada mirar no es solamente una obligación, sino también un placer. Crear un universo propio, un sitio donde la luz tiene un brillo diferente, más tenue o más vivo, eso depende de ti. Golpear con fuerza la realidad hasta descubrir que es un saco vacío, un truco de magia. Y llenarlo. De lo que sea, de lo que tengamos. No dejemos que nos arrebaten, también, esa libertad. Por favor.

Cuando yo era pequeño nevaba siempre en navidad. Recuerdo salir en Nochebuena a hacer muñecos con esa nieve un poco sucia que se empeña en ponerse a las ciudades, cuando el gris es blanco y el blanco deja de estar. Igual los niños de ahora no lo entienden, porque en Cantabria ya no nieva, ni hace frio, y el único viento que hay en estas fechas es el sur, y hasta se nos está calcinando media región sin que nadie parezca preocuparse demasiado ni darle excesiva importancia (ojo, aquí se ha hablado de ello). Y es que hoy el invierno-verano está en pleno apogeo, y uno teme, incluso, oleadas de turistas de esos que vienen a llenar las calles de pantorrillas peludas y mofletes enrojecidos.

O a lo mejor no, a lo mejor me traiciona la memoria. Y le pregunto a mis amigos, que son la misma panda de gañanes desde hace treinta años, y me dicen que sí, que no me acuerdo bien, que antes tampoco nevaba en Navidad, que hacía más frío, vale, pero que ni de coña se cubría la ciudad con un manto de copos cada año, y que les deje en paz, vaya, que estamos de fiesta y no es plan de ponernos con ese tono tan nostálgico, que hay que ver, siempre igual el pesado este… Y yo no puedo replicar nada, porque realmente en mi cabeza aquello sucedió así, pero ellos son más y (algunos) apenas han brindado…