Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
El crematorio
Manuel Vilas, en su poema 'El crematorio', habla con el hombre que maneja el horno de gasoil en el que van a incinerar a su padre. El hombre le dice: “Dura dos o tres horas, depende del peso del difunto”. Vilas comenta: “Mi padre sólo pesaba setenta kilos”. “Bueno, entonces costará mucho menos tiempo”, responde el hombre.
Me he acordado del poema al leer que la Consejería de Sanidad de Valencia se ha llegado a plantear la prohibición de incinerar a personas con obesidad mórbida, porque contaminan demasiado. El hombre del poema de Vilas ya lo dejaba caer: “Antes hemos quemado a un señor de ciento veinte kilos, y ha tardado un rato largo”. Los que redactaron esa propuesta de Valencia quizá leyeron el poema de Vilas y se vieron invadidos por una repentina lucidez. Argumentaban que incinerar un cuerpo de ese volumen “necesita una cantidad muy elevada de combustible”, lo que conlleva un aumento “considerable de contaminación sobrepasando el umbral de lo permitido”.
Quemar a personas obesas no es recomendable porque hace falta mucho gasoil. Hay que estar delgado hasta para morirse y poder elegir con libertad qué queremos que hagan con nuestro cuerpo. ¿Dónde querían poner el límite? ¿En cien kilos? ¿En ciento veinte? ¿En ciento cincuenta kilos? Al fin y al cabo una persona de ciento cincuenta kilos contaminará lo mismo que dos de setenta y cinco. Tal vez la solución más justa sea poner un límite diario a las incineraciones, como se hace con los coches que pueden entrar o no al centro de las grandes ciudades.
Quizá fuera esa la solución, calcular los kilos que suman todos los difuntos que tendrán que ser incinerados esa jornada y poner un límite de carne que podrá ser quemada. Pasada esa frontera la incineración tendrá que esperar al día siguiente. Si hay carne de más se podrían tomar decisiones por orden de llegada, o echándolo a suertes en una tómbola final, o en función de la primera letra del primer apellido: de la L a la Z tendrán que esperar. El problema de estas normativas (o tentativas de normativas) es que se despoja a la muerte de todo su misterio y se reduce a las personas muertas a kilos de carne cuya desaparición tiene que ser procesada con criterios industriales, técnicos, fríos, despojados de la humanidad.
Lo peor de todo es que si la incineración se calcula al peso habrá que olvidarse ya definitivamente de que dos amantes, si así lo desearan, eligiesen que los incineraran abrazados, como la pareja de Pompeya que entrelazó sus cuerpos huyendo de la soledad ante la inminente llegada de la muerte.
Manuel Vilas, en su poema 'El crematorio', habla con el hombre que maneja el horno de gasoil en el que van a incinerar a su padre. El hombre le dice: “Dura dos o tres horas, depende del peso del difunto”. Vilas comenta: “Mi padre sólo pesaba setenta kilos”. “Bueno, entonces costará mucho menos tiempo”, responde el hombre.
Me he acordado del poema al leer que la Consejería de Sanidad de Valencia se ha llegado a plantear la prohibición de incinerar a personas con obesidad mórbida, porque contaminan demasiado. El hombre del poema de Vilas ya lo dejaba caer: “Antes hemos quemado a un señor de ciento veinte kilos, y ha tardado un rato largo”. Los que redactaron esa propuesta de Valencia quizá leyeron el poema de Vilas y se vieron invadidos por una repentina lucidez. Argumentaban que incinerar un cuerpo de ese volumen “necesita una cantidad muy elevada de combustible”, lo que conlleva un aumento “considerable de contaminación sobrepasando el umbral de lo permitido”.