Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Sin cuadrigas de alta velocidad
Parece que la tierra de los cántabros, esos bastardos irreductibles que hace años desvelaron el sueño de la inmortal capitolina, no tendrá definitivamente conexión por cuadrigas de alta velocidad para saltar hasta los mares de trigo del sur de Hispania. Así lo ha anunciado recientemente DelaSernum, cónsul honorario de Roma.
Pongámonos en antecedentes. Tras la conquista concluida en el año 733 ab urbe condita, o en el año 36 desde la reforma juliana, o en el año octavo desde la llegada al poder del primer Augusto (escoja el lector la fecha que desee según cuales sean sus preferencias políticas), la cual supuso entre otras cosas el glorioso cierre de las puertas en el Templo de Jano, la empresa bélica en Hispania se dio por concluida. Se iniciaba en ese momento lo que algunos perros llaman “romanización”, y que, como los ilustrados lectores de este medio saben, aquí preferimos denominar “civilización”. Tender vías por todo el territorio, mejorar el comercio, hacer que se hable en una lengua culta como el latín y no en esos borborigmos que manejan en tierras desnudas de pasado, poetas y moral. De eso debe preocuparse Roma, pues si ella, oh siempre serena y sensata, no lo hace nadie lo hará.
Sucede que en ese proceso los agrimensores de la República (denostamos a esos piojosos que se empeñan en mostrar que lo que hoy disfrutamos es un imperio unipersonal, y no una lógica y civilizada evolución de las antiguas formas y modos del gobierno republicano, que como todas las instituciones debe de adaptarse a los nuevos tiempos) dejaron de lado la tierra de los cántabros, quizá por lo fragoso del terreno, o por su escasa importancia económica o porque alguno de ellos perdió a familiares desollados vivos en las ya legendarias guerras contra aquellos belicosos bárbaros. Y eso, que parecía ser omisión temporal, ha acabado deviniendo en problema que llaman estructural en el septentrión hispánico.
La implantación de las cuadrigas de alta velocidad es uno de los proyectos estrella del Imperio (perdón, República) de Roma en los últimos años. Mediante la conexión de diferentes puntos clave se logra un enorme avance en comodidad y tiempo empleado en tales trayectos. Es éste segundo punto, el de la duración del viaje, especialmente importante en la tierra de los cántabros, que aun sufren de infraestructuras anticuadas en cuanto a su conexión, vía cuadriga, con centros tan importantes como Emerita Augusta, Pallantia, Septimanca o Toletum.
Cabe recordar que a esa petición se sumó, hace algún tiempo, el hoy cónsul DelaSernum, que en aquellos días ocupaba el cargo de duumviri en Portus Victoriae. Desempeño particular, además, porque al sobrarle la cualidad de “viri” se hizo de menos la de “duum”, y terminaba ejerciendo en solitario lo que en otras circunstancias debió de ser poder colegiado. Pero esa es otra historia y no hemos venido aquí a hablar de aburridas municipalidades. El caso es que en aquellos años el duumviri DelaSernum no dudaba en afirmar que la línea de cuadrigas de alta velocidad debía de llegar hasta la misma bahía de Portus Victoriae, por ser ésta la más importante urbe de la zona, y además haber mostrado siempre su lealtad para con el Imperio (perdón, República evolucionada), como bien atestiguan sus buenas costumbres, su estatua en honor del nunca suficientemente bien ponderado Octavio Augusto y la sobreabundancia de estandartes que muestra, gallarda, en sus balcones. Estandartes, aclaramos, de los decentes, y no esos espantajos con aires celtas que algunos bárbaros portan ya hasta en las legiones romanas. Cosas del progreso mal entendido, del libertinaje, de la pérdida de buenas costumbres. Pero de eso no hay, decía el DelaSernum duumviri, en Portus Victoriae, por lo que es totalmente indispensable que las cuadrigas de alta velocidad arriben hasta el mismo beso de las aguas.
El cónsul DelaSernum parece pensar diferente, lo que no es extraño, puesto que bien sabido es que los aires del Foro donan sapiencia a quienes los respiran, alejándoles de costumbres campesinas y visiones que parecen beneficiosas para un lugar concreto pero que, a la larga, se muestran perjudiciales para la evolución de la gran Roma, invicta e inmortal, que es lo único que realmente importa. Así que, salvada ya ese enfoque rural del mundo, el hoy cónsul honorario de Roma DelaSernum propone que las cuadrigas de alta velocidad no lleguen hasta Portus Victoriae, sino que se queden en Julióbriga. Y ya desde allí hasta el Cantabricus Oceanus a velocidad más normal, como hizo el inmortal Augusto en aquellas guerras de tan victorioso recuerdo. Tampoco hace falta tener prisa, parece contarnos. De esta forma se salva un espacio agreste, nuboso y complicado. Y, además, se evitan tentaciones a los habitantes que aun hay, según nuestras fuentes, en los muchos castra que recubren las montañas cercanas, y que quién sabe si, belicosos como son con el avance y la cultura, no acabarían ocasionando problemas con los acaudalados patricios que acuden habitualmente desde el interior de Hispania hasta esas tierras bajas, y aun no del todo civilizadas, en busca peces en salmuera, hojaldres rellenos y un aire vivificante que llega por el inmenso mar.
Desde esta líneas aplaudimos la postura del cónsul honorario DelaSernum, como hemos hecho siempre al considerar que solamente atiende al bien común (al bien común de Roma, vaya) y que sus cambios de opinión vienen provocados, únicamente, por la mutación en las condiciones objetivas para afrontar el problema de las cuadrigas de alta velocidad. O, en otras palabras, que hacía lo correcto antes y ahora, aunque esas opiniones sean aparentemente contradictorias. Algo que son, pero solamente para las mentes limitadas de los bárbaros, entre quienes no se han de contar nuestros lectores.
Por eso aquí reiteramos nuestro apoyo, incondicional y entregado, a la gestión del cónsul honorario, y lamentamos profundamente que en otros foros (estos sin “f” mayúscula) la misma sea objeto de críticas. Invectivas que, por otra parte, vienen siempre de salvajes que parecen añorar los momentos previos a la muy gloriosa incorporación al Imperio (perdón, República), y que seguramente sean de esos que se lavan los dientes con orines de sus caballos. Afortunadamente este corresponsal escribirá siempre sus crónicas en el diario (personal) con toda la honradez y civilización que su condición de romano (aun no honorario, pero todo se andará) le permiten.
Parece que la tierra de los cántabros, esos bastardos irreductibles que hace años desvelaron el sueño de la inmortal capitolina, no tendrá definitivamente conexión por cuadrigas de alta velocidad para saltar hasta los mares de trigo del sur de Hispania. Así lo ha anunciado recientemente DelaSernum, cónsul honorario de Roma.
Pongámonos en antecedentes. Tras la conquista concluida en el año 733 ab urbe condita, o en el año 36 desde la reforma juliana, o en el año octavo desde la llegada al poder del primer Augusto (escoja el lector la fecha que desee según cuales sean sus preferencias políticas), la cual supuso entre otras cosas el glorioso cierre de las puertas en el Templo de Jano, la empresa bélica en Hispania se dio por concluida. Se iniciaba en ese momento lo que algunos perros llaman “romanización”, y que, como los ilustrados lectores de este medio saben, aquí preferimos denominar “civilización”. Tender vías por todo el territorio, mejorar el comercio, hacer que se hable en una lengua culta como el latín y no en esos borborigmos que manejan en tierras desnudas de pasado, poetas y moral. De eso debe preocuparse Roma, pues si ella, oh siempre serena y sensata, no lo hace nadie lo hará.