Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Delicado equilibrio
Las claves en que los seres humanos nos manejamos son sentidos, formas de comprender el mundo, no tanto verdades que reflejen esa 'Verdad' a la que de tapadillo —o no— le ponemos a menudo unas mayúsculas. Cada cual aporta su sentido del mundo, y esto implica distancias que, al tiempo, permiten crear puentes a los otros, cercanía. El mundo carece de una sola lectura: de no ser así, no sería posible el diálogo y su amplia riqueza, sino un simple ir y venir entre la verdad y la mentira, su ausencia. Y no es el caso.
Hace ya tiempo que entró en crisis el discurso monológico, teológico incluso, del varón, blanco, occidental, propietario, remedo de Dios… Su verdad, única, que siempre fue verdad de unos, los poderosos, ha quedado desnuda, evidenciada como una forma de imposición. Si la verdad es plural, igual estaría bien probar a abandonar los dogmatismos, aprender que nos queda compartir y entretejer sentidos, y que a menudo enriquece escuchar a otros más que atronarlos y atronarnos con nuestro singular sentido.
¿Significa esa pluralidad que vale todo? No, para nada. ¿Significa que no hay mentiras y errores? Tampoco. Significa que la verdad tiene muchas caras, lo cual no es lo mismo que decir que cualquier opinión pueda aspirar a abrir sentido, o que cualquier aserto tenga que ver con la verdad.
Esta semana un centenar de intelectuales y artistas francesas han defendido «una libertad para molestar, indispensable para la libertad sexual», incidiendo en que la insistencia sexual torpe no se debe criminalizar, que los piropos o los intentos de ligue errados o fallidos son condición de la libertad sexual y que en ciertos momentos se está rayando el puritanismo. El límite entre ligar y agobiar puede ser incierto, y les preocupa que se cree un clima de excesiva fiscalización de la vida privada, lo cual no significa, ni mucho menos, defender la violencia sexual, que condenan. Asimismo, temen cierta «ola purificadora» —que no es específicamente feminista, cuestión que no aclaran— que ha llevado a desaprobar desnudos de Egon Schiele, pinturas de Balthus por presunta apología de la pedofilia o la censura de una retrospectiva de Polanski, «en la confusión del hombre y la obra». La verdad es que Henry Miller, por poner un ejemplo, es un cerdo… pero de ahí a que quiera que desaparezcan sus libros hay un abismo.
Es cierto que en la tribuna hay mucho del privilegio que tal vez pisa poca calle, pero no les falta razón al denunciar que la criminalización sistemática y la censura son peligrosas para la libertad, esa condición sine qua non de las relaciones auténticas y tantas otras cosas… Y hay que reconocer, para avanzar, que puede, cabe, quizá, tal vez se esté perdiendo el respeto a censurar, que nada tiene que ver con criticar, un ejercicio racional sanísimo.
Este manifiesto es una respuesta a la campaña #MeToo, y alude particularmente a la versión francesa que ha empleado el hashtag #DelataATuCerdo. Un cerdo es un acosador o un violador, pero también puede serlo el pobre babosete de tu vecino entrado en años. Las denuncias públicas de hechos tan graves son pelín arriesgadas y pueden acabar en la noche en que todos los gatos son violadores, aunque hay que entender que son actos desgarrados, gestos individuales convertidos en un necesario clamor colectivo para transformar una sociedad machista con una justicia machista, en la que la judicatura, por ejemplo, ha sido capaz de disuadir durante décadas —aún hoy— a las mujeres de que presenten denuncias con sus imperdonables sesgos sexistas. Que la justicia, para empezar, se ponga las pilas haciendo que estas denuncias sin garantías para los acusados se conviertan en innecesarias.
La cuestión es que no creo que este manifiesto sea incompatible con el #YoTambién que resume el discurso de Oprah en los Globos de Oro: el discurso del ya está bien, el de ahora es el momento. Su discurso de mujer —y omito intencionadamente el resto de condicionamientos— hoy, por fin, llega, llega a muchas casas, y ella deja bien claro su carácter inclusivo, por cierto: «trasciende la cultura, la geografía, la raza, la religión, la política o el trabajo». Por fortuna, ahí estamos hoy: feminismos fuertes, y mujeres y hombres que abren la posibilidad de que la sociedad mejore en algo, que falta hace.
Por principio, soy enemiga de las cacerías igual que, por cierto, desconfío de las manadas, aunque sean de las mías, porque son tan jerárquicas como irreflexivas y no molan nada cuando se generalizan. Las cacerías, que suelen suponer la generalización de una censura taxativa y pobre en matices, tienden a hacerse indiscriminadas y son más dogmáticas que críticas. Expertos en manadas y cacerías fueron los totalitarismos, siento sacar la carta. Por eso, tácticas que tienen sentido y efecto en cierto contexto no tienen por qué convertirse en estrategias y perpetuarse, y creo que debemos ser cuidadosas con el impacto que pueden tener a la postre.
De la verdad de que en el patriarcado se abusa de las mujeres tenemos aquí varias perspectivas que combinar: la que entiende que hay que priorizar la protección de las mujeres y la que considera que la libertad sexual no está exenta de riesgos, y quiere asumirlos. En realidad, se trata de un delicado equilibrio que implica que lo que vale unas veces no valga otras porque no hay recetas infalibles en el complejo arte de convivir.
El feminismo, que es así de gigantesco, trata de dar respuesta a una discriminación que se ejerce sobre nada menos que la mitad de la humanidad, y para ello tiene que elaborar verdades complejas, tensionadas y plurales, entrelazando sentidos. Igual debería ocurrir con la democracia. Feminismo y democracia sin carnets, plurales, construidos en común, que den sentido a este mundo en el que no dejan de multiplicarse los bandos, las constelaciones e incluso las burbujas. «La verdad puntúa, el sentido encadena», dice la frase de un pensador francés que es lo más bello que he leído en lo que va de 2018.
Las claves en que los seres humanos nos manejamos son sentidos, formas de comprender el mundo, no tanto verdades que reflejen esa 'Verdad' a la que de tapadillo —o no— le ponemos a menudo unas mayúsculas. Cada cual aporta su sentido del mundo, y esto implica distancias que, al tiempo, permiten crear puentes a los otros, cercanía. El mundo carece de una sola lectura: de no ser así, no sería posible el diálogo y su amplia riqueza, sino un simple ir y venir entre la verdad y la mentira, su ausencia. Y no es el caso.
Hace ya tiempo que entró en crisis el discurso monológico, teológico incluso, del varón, blanco, occidental, propietario, remedo de Dios… Su verdad, única, que siempre fue verdad de unos, los poderosos, ha quedado desnuda, evidenciada como una forma de imposición. Si la verdad es plural, igual estaría bien probar a abandonar los dogmatismos, aprender que nos queda compartir y entretejer sentidos, y que a menudo enriquece escuchar a otros más que atronarlos y atronarnos con nuestro singular sentido.