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El despropósito de la campaña electoral catalana
Han pasado 20 años ya de la primera vez que vi la película 'El gran carnaval'. Yo estudiaba en la Facultad de Ciencias de la Información en Salamanca y una profesora pensó que la mejor manera de explicarnos cómo es el periodismo real era a través de los ojos de Billy Wilder. Todo un acierto.
El film narra la historia de un pobre hombre, Leo Minosa, que queda atrapado en una cueva. A su alrededor, diversos personajes comienzan a aprovecharse de su situación. Desde el protagonista, (un periodista venido a menos que quiere volver a trabajar para los grandes periódicos), pasando por el sheriff (que está en plena campaña de reelección), terminando por los comerciantes de la zona y los turistas. Todo un despropósito para recordar lo lamentablemente lamentable que es el ser humano y en el que puedes descubrir (si los vómitos no te lo impiden) lo que somos capaces de hacer y de decir con la motivación adecuada.
Esta película no puede recordarme más a la campaña electoral que acaba de terminar. Que conste, desde este momento, que no es mi intención hablar de las ideas que cada partido ha defendido. Aunque tengo mis propias ideas, respeto profundamente que haya gente que se sienta muy española, que se sienta muy catalana, que se sienta las dos cosas, que no se sienta ninguna de ellas, que quiera un lugar mejor para vivir o que lo único que le importe sea que construyan una plaza lo suficientemente grande como para albergar las posaderas del primer monstruo devorador de mundos que llegue desde el espacio exterior.
Lo que estáis leyendo trata del lamentable (y desagradable y grotesco) carnaval al que hemos asistido en esta campaña electoral (y más atrás). Un espectáculo sin fin en el que la mayoría de los candidatos ha cocinado sus declaraciones mezclando la chabacanería, las medias mentiras, el absurdo, la falta de gracia y la falta de respeto por la inteligencia de su electorado y de la de los demás.
Sin un programa claro (en lo referente al mundo que es y no al que debería o no ser), algunos de los candidatos se han dedicado a escupir frases de una altura intelectual propia de protozoos sin escolarizar. Atónitos, hemos tenido que tragar a palo seco esputos como “un plato es un plato y un vaso es un vaso”, “grandes jefes venir a la reserva catalana a decir a indígenas qué conviene votar. Gran corte de manga. En el lenguaje de la reserva se le llama gran butifarra”, “la UE no puede echar a 7,2 millones de personas”, “si quieren que le demos sexo a Mas, le vamos a dar látigo”, “el Estado quiere a Catalunya y le garantiza las pensiones”, “¡es la guerra!” o “veo difícil tener un orgasmo votando a cualquiera de los candidatos, yo incluido”.
¿A esto se reduce el nivel político de estos candidatos? ¿A decir estas chocarrerías? ¿A pegarse por poner una bandera u otra en un balcón? ¿A discutir si unos clubs de fútbol pueden jugar la Liga o no? ¿Al lamentable momento televisivo en el que un independentista se agarra a la Constitución mientras un constitucionalista la entierra y pone su pie encima? ¿Al de la contertulia televisiva que posa vestida sólo con una bandera? ¿Qué circo es éste?
¿Acaso no son capaces de discutir democráticamente sobre los temas importantes sin que tengamos que asistir a este bochorno? ¿Sin que aparezcan palabras de más en una ya más que clara declaración de Juncker? ¿Sin que tengan que inventarse la Historia para tratar de justificar sus palabras? ¿Sin que tengamos que esperar 1.000 años a que la famosa “Tercera Vía” abandone el limbo de las ideas y se haga carne? ¿Sin que unos digan que van a vivir en el paraíso terrenal y los otros que van a vivir en Mordor? Todo esto por no hablar de las afirmaciones de un tipo como Cameron que se pone a dar lecciones sobre derecho comunitario cuando él mismo ha convocado un referéndum sobre la permanencia (o no) de su país en la UE.
¡Viva el carnaval! (¡OJO, QUE VA UN SPOILER!)
No puedo ser más pesimista, os repito, no por el fondo de la cuestión (que ya es de por sí delicado), si no porque esta gente va a tener que trabajar desde mañana para que los catalanes salgan adelante. Unos parlamentarios de esta talla política se van a tener que sentar a negociar. ¿Y qué va a suceder? Pues lo que ya han demostrado la mayoría de ellos: que no tienen programa, que están al servicio de quién están y de que harán declaraciones para intentar ser Trendig Topic antes de intentar solucionar la más pequeña de las cosas (salvo que sea ponerse de acuerdo en sus pensiones o en los precios de la cafetería del Parlament).
Al final de la película, el Sr. Minosa muere porque a todos les ha interesado alargar al máximo su agonía (por sus negocios, por su reelección, por su nuevo momento de gloria o por pasar el rato). Un lamentable hecho que debería advertirnos de los peligros que conlleva montar un carnaval sin importarnos el precio. Nada (ni los intereses electorales ni las generales ni el poder ni el 3% ni ser ídolo de la patria ni que sean mis amigos y no los tuyos los beneficiados) justifica que se juegue de esta manera con los ciudadanos. Existe un riesgo muy grande de que la gente quede atrapada en este juego mientras todos estos incompetentes juegan a ver quién la tiene más larga.
Han pasado 20 años ya de la primera vez que vi la película 'El gran carnaval'. Yo estudiaba en la Facultad de Ciencias de la Información en Salamanca y una profesora pensó que la mejor manera de explicarnos cómo es el periodismo real era a través de los ojos de Billy Wilder. Todo un acierto.
El film narra la historia de un pobre hombre, Leo Minosa, que queda atrapado en una cueva. A su alrededor, diversos personajes comienzan a aprovecharse de su situación. Desde el protagonista, (un periodista venido a menos que quiere volver a trabajar para los grandes periódicos), pasando por el sheriff (que está en plena campaña de reelección), terminando por los comerciantes de la zona y los turistas. Todo un despropósito para recordar lo lamentablemente lamentable que es el ser humano y en el que puedes descubrir (si los vómitos no te lo impiden) lo que somos capaces de hacer y de decir con la motivación adecuada.