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La dictadura de las multinacionales
Hace unos meses asistí a una exposición artística que incluía un vídeo en el que una especie de virus, compuesto por los logotipos de las multinacionales que cotizan en las principales bolsas del mundo, iba devorando sucesiva e implacablemente, con un inquietante zumbido como fondo musical, las banderas de una serie de estados, hasta reducirlas todas a negro.
Junto a esa pantalla, otra mostraba un inquietante futuro en el que todos los ejércitos del mundo capitalista dependían ya directamente –no sólo indirectamente, como ahora– de las grandes corporaciones empresariales. Las fuerzas armadas de los estados habían sido sustituidas por el ejército de tal o cual banco o de tal o cual petrolera. Se había pasado ya de la actual democracia de los mercados a una futura dictadura de las multinacionales.
Enseguida pensé que todo aquello ejemplificaba bastante bien lo que persigue el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP –Transatlantic Trade and Investment Partnership–, por sus siglas en inglés), tratado de libre comercio que están negociando la Comisión Europea –en nombre de los estados miembros de la UE– y el Gobierno de Estados Unidos a puerta cerrada. En secreto. Sin ofrecer a los parlamentos estatales detalles de los textos sometidos a negociación y entorpeciendo todo lo que pueden la labor de control de los miembros del propio Parlamento Europeo.
Y es que el principal objetivo del neoliberal TTIP es precisamente hacer realidad un viejo sueño de las élites dominantes: transferir poder político de las instituciones europeas –de ámbito autonómico, estatal y continental– a las multinacionales. En otras palabras, conceder un poder prácticamente ilimitado a las grandes corporaciones empresariales, eliminando las pocas trabas legales y burocráticas que aún existen a su libertad de explotar el trabajo asalariado y precarizar los derechos y las condiciones de vida de los trabajadores. Es cierto que antes de la aprobación del TTIP los estados europeos se están limitando a responder sí, bwana a las ambiciosas pretensiones de las multinacionales, pero es que después de la aprobación del TTIP ni siquiera serían preguntados.
El TTIP tiene dos posibilidades: acabar aprobado, como el NAFTA, o sin aprobar, como el ALCA.
El neoliberal Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA –North American Free Trade Agreement–, por sus siglas en inglés) entre Estados Unidos, Canadá y México provocó la insurgencia del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el estado mexicano de Chiapas el 1 de enero de 1994, día de la entrada en vigor del acuerdo. Y es que la aprobación del NAFTA, que a la oligarquía mexicana sí le supuso una oportunidad de negocio, a los trabajadores –y muy especialmente a los campesinos indígenas–les supuso la ruina económica.
Por su parte, el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) pretendió expandir el NAFTA de Estados Unidos, Canadá y México al resto de estados del continente americano –con la exclusión de la bloqueada y resistente Cuba–, pero el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela frenó en seco ese tratado de libre comercio y Venezuela y Cuba pusieron en marcha el ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América - Tratado de Comercio de los Pueblos), alianza antiimperialista y de comercio justo y colaboración solidaria entre los pueblos de Latinoamérica y El Caribe de la que hoy también forman parte otros Estados como Bolivia, Nicaragua o Ecuador y que acabó con los esfuerzos de Estados Unidos para imponer el ALCA en la región.
Lo que Estados Unidos presenta como apetecibles e inofensivos tratados de libre comercio en realidad son poderosos instrumentos de desregulación y flexibilización del mercado para garantizar libertad de movimientos y las más altas tasas de ganancia a las grandes corporaciones empresariales –la mayor parte de ellas de origen estadounidense–, a costa de precarizar hasta el paroxismo los derechos y las condiciones de vida de las clases populares.
El TTIP tiene dos posibilidades: acabar en el basurero de la Historia como el ALCA o salir adelante como el NAFTA. La democracia de los pueblos o la dictadura de las multinacionales. Que partidos como PP, PSOE o Ciudadanos apoyen el TTIP no es casual. Europa, la vieja Europa, tiene la palabra.
Hace unos meses asistí a una exposición artística que incluía un vídeo en el que una especie de virus, compuesto por los logotipos de las multinacionales que cotizan en las principales bolsas del mundo, iba devorando sucesiva e implacablemente, con un inquietante zumbido como fondo musical, las banderas de una serie de estados, hasta reducirlas todas a negro.
Junto a esa pantalla, otra mostraba un inquietante futuro en el que todos los ejércitos del mundo capitalista dependían ya directamente –no sólo indirectamente, como ahora– de las grandes corporaciones empresariales. Las fuerzas armadas de los estados habían sido sustituidas por el ejército de tal o cual banco o de tal o cual petrolera. Se había pasado ya de la actual democracia de los mercados a una futura dictadura de las multinacionales.