Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Mi esqueleto ante el espejo
Me miro al espejo y puedo ver mi esqueleto desprovisto de la carne que algún día le debió dar sentido. Tampoco están mis nervios, ni el cerebro donde, supuestamente, todo adquiere orden racional. No me hace falta. Nunca fuimos racionales. O, al menos, no lo parece. El esqueleto tampoco tiene rastro del ADN patriarcal con el que nací programado… nada de rabia, nada de dolor, nada de nada. Parece mentira. Mi esqueleto solo se diferencia en la extensión de tibias y falanges del esqueleto de las mujeres o los niños a las que hombres con un esqueleto tan vacío como el mío matan cada día en este país que se considera civilizado y no es más que un campo de batalla.
Me duele lo que veo. Veo a un hombre y me duele. El hombre no me va a ganar. El dolor no me puede paralizar. El dolor del hombre me imprime responsabilidad. Responsabilidad de desprender a girones la piel patriarcal con la que me parieron, responsabilidad de llegar a mis huesos y reconstruirme. Pero vuelvo a mirarme al espejo y no me puedo ver solo. Soy un hombre al lado de otros hombres. Soy un hombre que convive con mujeres. Soy un ser humano al que hay días que le pesa ser hombre, pero que está decidido a hablar con los otros hombres, con las otras mujeres para decirles que nada tiene por qué seguir siendo así. Animarlos a mirarse al espejo y ver solo el esqueleto y, desde su mortecina frialdad, inventarse otra forma de ser, más decente, más humana, más igual.
Somos diferentes, sí, pero somos equivalentes. Dos piernas, dos brazos, dos pezones, dos orejas… en unas piercing, otras con la cobija del pelo, algunas más cortas que otras, casi siempre en una asimetría personal que se vuelve diversidad cuando nos juntamos con los otros, con las otras.
Somos diferentes, pero para dectarnos en el esqueleto toca recurrir a pruebas de ADN, a los arqueólogos de lo que fuimos, aunque fuera miserable. Y eso, esa dura realidad, también significa que podemos ser cómo decidamos ser.
Me miro al espejo. Soy un hombre. Frente a ese espejo, frente a ese hombre, decidí hace tiempo negarme a ser hombre patriarcal, hombre que nace con privilegios, hombre que posee, hombre que hace todo suyo para satisfacer su bulímico deseo de poder. Miro al espejo de nuestra sociedad y le digo que no acepto ni una mujer muerta más, ni una mujer ninguneada, ni una mujer tratada como propiedad, celada, acosada, piropeada, manoseada, follada en la cabeza mil veces antes que acariciada en la espalda por primera ocasión, utilizada: mujer que amamanta a los hijos de los hombres, mujer que cría a los hijos de los hombres, mujer que trabaja por menos salario para mayor solaz de los hombres, mujer que abre las piernas ante hombres que no saben lo que es el amor, mujer cuidadora a cambio del desdén, mujer encarcelada en su cuerpo, mujer que deja de ser visible cuando su piel deja de ser un reclamo para las bestias que cabalgan en esqueletos masculinos.
Me miro al espejo y me da miedo que en las oquedades vigiladas por mis costillas aún se esconda la violenta reacción patriarcal o, quizá peor, la sutil opresión patriarcal de cada día.
En la televisión que nos habita, en las calles que nos caminan, en los libros que nos hacen leer, en las tertulias que nos colonizan, en el internet que nos moderniza… hay machismo naturalizado, sexismo camuflado de posmodernidad, violencia simbólica con forma de azafata de concurso, violencia directa con la banda de reina de las fiestas, tetas operadas en el regalo de Navidad, reconstrucción de vaginas para seguir el patrón porno de belleza-objeto, cuchillas que afeitan pubis que sólo existen para ser invadidos como si fueran los de niñas que apenas rompen en llanto. Miro en el espejo de los mensajes mediáticos, de la educación y no veo esqueletos, sino carne putrefacta, huellas hediondas de nuestra historia.
Dejo el espejo y me agarro a la responsabilidad. Hay mucho trabajo y mucha humanidad que amasar. Hay mucha estructura que desarmar, hay mucha mentira que denunciar, ventilar…
Ahora que está de moda hablar de los espejos de la ley, de la transparencia, de la democracia… os anuncio que de nada sirven esos espejos si nuestro esqueleto sigue soportando el lastre patriarcal. Siento no escribir con la frialdad o la claridad que requiere el caso, pero no puedo digerir este chaparrón de muerte y dolor contabilizado como si de sucesos aislados se tratase en lugar de como el reflejo de la larga noche de la historia en el espejo opaco del patriarcado.
Me miro al espejo y puedo ver mi esqueleto desprovisto de la carne que algún día le debió dar sentido. Tampoco están mis nervios, ni el cerebro donde, supuestamente, todo adquiere orden racional. No me hace falta. Nunca fuimos racionales. O, al menos, no lo parece. El esqueleto tampoco tiene rastro del ADN patriarcal con el que nací programado… nada de rabia, nada de dolor, nada de nada. Parece mentira. Mi esqueleto solo se diferencia en la extensión de tibias y falanges del esqueleto de las mujeres o los niños a las que hombres con un esqueleto tan vacío como el mío matan cada día en este país que se considera civilizado y no es más que un campo de batalla.
Me duele lo que veo. Veo a un hombre y me duele. El hombre no me va a ganar. El dolor no me puede paralizar. El dolor del hombre me imprime responsabilidad. Responsabilidad de desprender a girones la piel patriarcal con la que me parieron, responsabilidad de llegar a mis huesos y reconstruirme. Pero vuelvo a mirarme al espejo y no me puedo ver solo. Soy un hombre al lado de otros hombres. Soy un hombre que convive con mujeres. Soy un ser humano al que hay días que le pesa ser hombre, pero que está decidido a hablar con los otros hombres, con las otras mujeres para decirles que nada tiene por qué seguir siendo así. Animarlos a mirarse al espejo y ver solo el esqueleto y, desde su mortecina frialdad, inventarse otra forma de ser, más decente, más humana, más igual.