Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Sobre estabilidad y cambio
Las certidumbres, la estabilidad y la pertenencia eran en el siglo pasado asuntos claves en la configuración de la identidad de los individuos: una casa para toda la vida, un trabajo para toda la vida, una pareja para toda la vida, una familia para toda la vida. Los proyectos, casi siempre, consistían en estudiar (los que podían o querían), trabajar y echar raíces: repetición, cotidianeidad, rutinas, lazos estables con el entorno, el trabajo, los espacios y los afectos. En un momento, no sabría identificar cuándo, lo duradero comenzó a ser percibido como un lastre que nos alejaba de una vida en la que, entregados a la incertidumbre y la flexibilidad, podríamos acumular experiencias y, liberados del peso de la estabilidad y la seguridad, ser verdaderamente libres. Los proyectos clásicos de vida encaminados a construir una identidad sólida con vocación de permanencia pasaron a ser no una aspiración sino un problema, un obstáculo. Cabría preguntarse ¿un problema para quién, un obstáculo para qué?
La vida cerrada tenía que dejar paso a la vida abierta. La estabilidad perdió prestigio a favor del movimiento. Lo importante pasó a ser la reinvención, acumular muchas experiencias distintas (reflejo de una vida interesante y plena) frente a la profundización en el conocimiento y cuidado de unas pocas experiencias duraderas (reflejo de una vida conformista y limitada). Mejor el cambio sin fin que las rutinas y las repeticiones; mejor vivir en muchos países distintos y cambiar muchas veces de trabajo y de pareja; mejor cambiar de estilo y de aficiones que vestir siempre igual y hacer siempre lo mismo; mejor cruzar el charco que pasar las vacaciones en el pueblo de los abuelos; el Tíbet mejor que los Pirineos; mejor la levedad que el compromiso; mejor una mochila que una maleta; mejor una maleta que una casa; mejor la aventura que el tedio ante una vida malgastada en un proyecto en el que no haya novedades, cambios y sorpresas permanentes. Adaptarse al entorno, ser flexibles, estar dispuestos a dejar atrás toda nuestra vida, tener iniciativa, salir de la zona de confort, emprender, divertirse y todo eso.
Pensadores como Zygmunt Bauman alertan de que este cambio está generando descontentos, insatisfacciones y ansiedades fruto de un mundo en el que “no existen apenas cosas que puedan considerarse sólidas y fiables, nada que recuerde a la lona resistente en la que uno podía tejer el propio itinerario de vida”. Los individuos, arrojados a la incertidumbre que les otorgará en teoría la plenitud y la libertad, acaban padeciendo una “nostalgia del hogar”, se sienten desorientados e incapaces de narrarse a sí mismos en qué consiste su proyecto de vida, su identidad. Y muchos de los que tienen un proyecto clásico sucumben a la insatisfacción ante la avalancha de mensajes que asocian su forma de vivir con la resignación, la estrechez de miras y el desaprovechamiento de la existencia.
Si hay algo que no nos gusta sería una estupidez no intentar cambiarlo. Ahora bien, el cambio por el cambio, el cambio como modo de vida (muy vinculado, por otra parte, al consumo), tiene consecuencias (algunas serán buenas y otras no tanto). Así que en pleno fragor del movimiento permanente quizá convenga recordar que una cosa es tener experiencias y otra consumir experiencias, conviene recordar que hay sabios que nunca han salido de su pueblo y que una vida también puede ser plena (que no plana) desde la estabilidad, la profundización en las experiencias duraderas y el cultivo de los afectos.
Las certidumbres, la estabilidad y la pertenencia eran en el siglo pasado asuntos claves en la configuración de la identidad de los individuos: una casa para toda la vida, un trabajo para toda la vida, una pareja para toda la vida, una familia para toda la vida. Los proyectos, casi siempre, consistían en estudiar (los que podían o querían), trabajar y echar raíces: repetición, cotidianeidad, rutinas, lazos estables con el entorno, el trabajo, los espacios y los afectos. En un momento, no sabría identificar cuándo, lo duradero comenzó a ser percibido como un lastre que nos alejaba de una vida en la que, entregados a la incertidumbre y la flexibilidad, podríamos acumular experiencias y, liberados del peso de la estabilidad y la seguridad, ser verdaderamente libres. Los proyectos clásicos de vida encaminados a construir una identidad sólida con vocación de permanencia pasaron a ser no una aspiración sino un problema, un obstáculo. Cabría preguntarse ¿un problema para quién, un obstáculo para qué?
La vida cerrada tenía que dejar paso a la vida abierta. La estabilidad perdió prestigio a favor del movimiento. Lo importante pasó a ser la reinvención, acumular muchas experiencias distintas (reflejo de una vida interesante y plena) frente a la profundización en el conocimiento y cuidado de unas pocas experiencias duraderas (reflejo de una vida conformista y limitada). Mejor el cambio sin fin que las rutinas y las repeticiones; mejor vivir en muchos países distintos y cambiar muchas veces de trabajo y de pareja; mejor cambiar de estilo y de aficiones que vestir siempre igual y hacer siempre lo mismo; mejor cruzar el charco que pasar las vacaciones en el pueblo de los abuelos; el Tíbet mejor que los Pirineos; mejor la levedad que el compromiso; mejor una mochila que una maleta; mejor una maleta que una casa; mejor la aventura que el tedio ante una vida malgastada en un proyecto en el que no haya novedades, cambios y sorpresas permanentes. Adaptarse al entorno, ser flexibles, estar dispuestos a dejar atrás toda nuestra vida, tener iniciativa, salir de la zona de confort, emprender, divertirse y todo eso.