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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

¡Excelsior!

Me pregunto si realmente se ha descalzado y ha pisado la arena de La Magdalena.

Me pregunto si se ha parado cinco minutos en Reina Victoria o junto al Museo Marítimo y ha echado un vistazo a la Bahía.

Me pregunto si en algún momento podrá quitarse el traje de política y ser una ciudadana de a pie.

Si no ha hecho nada de esto es fácil de entender las últimas manifestaciones de la alcaldesa de Santander. O igual tiene superpoderes, claro. Porque si pasea por la playa lo hará sobre cascotes y escombro. Porque si se detiene, lo primero que verá no será la imagen serena de la Bahía, si no los espigones. Porque si se para entenderá lo cambiante de los paisajes costeros y sus entornos.

El planeta a escala global, y muy especialmente, a la local tiene memoria. Los elementos que lo componen tienden a recuperar los espacios que el ser humano les ha arrebatado. Vivimos tiempos de cambios intensos. Los expertos ahora ya hablan incluso de actuar con celeridad ante el límite al que hemos sometido a nuestro planeta y rebajar el calentamiento global de 2 a 1’5ºC.

Los ríos, los mares, los océanos… sus aguas pasan sin llamar. No se olvidan de cuál era su territorio. Y en Cantabria no va a ser diferente. Como cantaba Jacques Brel “On n'oublie rien de rien. On n'oublie rien du tout. On n'oublie rien de rien…”. ¿Les suena el calentamiento global? ¿El incremento de las temperaturas? ¿La subida del nivel del mar? ¿La mayor frecuencia de fenómenos extremos? Pues eso, acostúmbrense porque el único superhéroe que hará frente a esto es aquel que luche con eficacia frente al cambio climático a partir del reseteo en los modelos socioeconómicos.

Hace muy poquito se nos fue Stan Lee que además de su obra, dejó alguna que otra joya: “A todos nos gustaría tener superpoderes, a todos nos gustaría hacer más de lo que podemos hacer”, decía. Bien, pues con la naturaleza hay veces que los superpoderes no valen. Y es que a veces el superpoder del entendimiento es el único factible, la reflexión o el razonamiento antes que la mentalidad ingenieril de la acción con premura, sin contemplar otras alternativas.

Hace un tiempo leí un libro que hablaba acerca de un tipo de avanzada edad cuya oreja era verde; verde tipo el Hulk de Stan Lee. Era un tipo maduro, excepto su oreja que permanecía joven. La razón era que era una oreja de niño que le servía para oír cosas que los adultos nunca alcanzaban a entender. Oía lo que las plantas decían, lo que los pájaros cantaban y lo que las aguas y las nubes decían. También escuchaba a los niños, algo que para una oreja madura sería misterioso… En muchas ocasiones se echan en falta estas orejas verdes al oír las manifestaciones de alguno de nuestros dirigentes.

No me fío de lo que pueda resolver el Centro de Estudios y Experimentación de Obras Pública (CEDEX). Como en muchas otras ciudades, desde hace años en Santander las playas son mantenidas artificialmente. Como bien dice Miriam García, una persona de referencia en la materia y que encima tenemos la suerte de tener por la Tierruca, “lo alarmante no es que sigamos culpando al mar de llevarse la arena. La erosión costera es un fenómeno natural y la destrucción de las costas llega por el mal diseño al que se han visto sometidos los entornos costeros por parte del ser humano” y este invento de los espigones sobre La Magdalena es un nuevo ejemplo.

Estamos ante un atentado ambiental y paisajístico que nos sitúa en una esfera casi más ética que técnica. No podemos asumir que tenemos el poder sobre la naturaleza. Ni ella, ni los que vienen por detrás se lo merecen. No sigamos cometiendo los mismos errores.

Me pregunto si realmente se ha descalzado y ha pisado la arena de La Magdalena.

Me pregunto si se ha parado cinco minutos en Reina Victoria o junto al Museo Marítimo y ha echado un vistazo a la Bahía.