Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
El festín
A ver cómo lo explico. A lo largo del día hay muchos momentos en los que siento una enorme alegría. Es una alegría íntima, sin carcajadas, una especie de plenitud. Ejemplos: esta semana, por ejemplo, me sentí así al abrir la ventana de la cocina al amanecer y ver la niebla y los árboles y el sol intentando abrirse paso al otro lado de la montaña; o al caminar por la Alameda con los colores de los árboles a punto de explotar, como si gritasen (y eso que soy daltónico, qué espectáculo para los que ven bien); o al contemplar a un milano haciendo equilibrios en el aire.
La lista es innumerable y está repleta de cosas minúsculas que veo, oigo, huelo, toco o siento. Qué placer el ruido de la cafetera nada más despertar, qué milagro el agua del mar en el que me sumerjo; qué maravilla el cielo encapotado y el azul; qué gozo escuchar el canto de los pájaros; qué raro y qué bello es conversar con otro ser; qué sofisticado el lenguaje; qué hermoso es abrazar; qué fantasía el sueño; qué energía zambullirse en la idea de otro en un papel; qué vibración la del cuadro o la canción. Alegrías inmensas que no niegan lo frágil, el dolor, la muerte inevitable y misteriosa.
La vida es un festín al que sólo se puede acceder a través de la extrañeza. El que deja de asombrarse deja de ver. No ve quien ve normal el hecho sorprendente y raro de estar vivo, quien no se queda pasmado al observar que las cosas nacen y se mueven, quien no admira que un orden azaroso haga girar el mundo. Nos asombran las últimas tecnologías, el novedoso hallazgo, y vemos con normalidad la playa y sus mareas, las abejas, la tormenta, las plantas, los ojos que nos permiten ver, que el cerebro ordene y el cuerpo (si las cosas están bien) nos obedezca. Qué trampa la de dar todo por sentado, qué funeral.
A ver cómo lo explico. A lo largo del día hay muchos momentos en los que siento una enorme alegría. Es una alegría íntima, sin carcajadas, una especie de plenitud. Ejemplos: esta semana, por ejemplo, me sentí así al abrir la ventana de la cocina al amanecer y ver la niebla y los árboles y el sol intentando abrirse paso al otro lado de la montaña; o al caminar por la Alameda con los colores de los árboles a punto de explotar, como si gritasen (y eso que soy daltónico, qué espectáculo para los que ven bien); o al contemplar a un milano haciendo equilibrios en el aire.
La lista es innumerable y está repleta de cosas minúsculas que veo, oigo, huelo, toco o siento. Qué placer el ruido de la cafetera nada más despertar, qué milagro el agua del mar en el que me sumerjo; qué maravilla el cielo encapotado y el azul; qué gozo escuchar el canto de los pájaros; qué raro y qué bello es conversar con otro ser; qué sofisticado el lenguaje; qué hermoso es abrazar; qué fantasía el sueño; qué energía zambullirse en la idea de otro en un papel; qué vibración la del cuadro o la canción. Alegrías inmensas que no niegan lo frágil, el dolor, la muerte inevitable y misteriosa.