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En el filo de la navaja

Es curiosa la política, tanto como lo es la especie humana. Diversa, compleja y un poco loca en ocasiones. Y estos tiempos electorales, apretados y en constante carrera, dan una imagen quizás distorsionada o quizás muy enfocada del momento socio-político que nos ha tocado vivir. Mientras las reivindicaciones llenan estos días las calles, con manifestaciones como la vivida el 8M, el Fridays for Future o las luchas de los pensionistas, los partidos políticos se empeñan en continuar aislados de aquellos a los que pretender gobernar.

Cierto es que en la agenda mediática se ha colado el debate que a la ultraderecha le conviene, aupados por un Ibex 35 que se ha apartado la apuesta más supuestamente centrista. Mientras estamos escandalizados hablando del derecho a portar armas en un país con unos índices de criminalidad bajísimos, ocupando el cuarto puesto de la UE con menor número de homicidios y asesinatos, no hablamos de nada de lo que realmente interesa a la gente, a ti y a mí. Mientras llenan columnas y artículos cuestionando la violencia de género, proponiendo un feminismo liberal o hablando del derecho al aborto, tengo la sensación de que nos la están metiendo doblada. Y así es ¿Dónde están las propuestas del resto del espectro político? ¿Se van a limitar a correr como pollo sin cabeza cada vez que Abascal, Casado o Rivera suelten una barbaridad, escandalizados y rasgándose las vestiduras como única respuesta? Lo siento, pero eso es aceptar las reglas de un juego en el que no deberíamos estar dispuestas a participar. Eso es tragar con una separación de poderes por la que sí que realmente debemos plantar batalla: la separación de la democracia y la ciudadanía de las estructuras de decisión.

Y lo que tenemos que plantearnos de manera urgente es a quién nos dirigimos o quién se siente interpelado por el discurso de la izquierda, un relato que no está llegando a las clases sociales más desfavorecidas. Una izquierda, nueva y vieja, guardiana de las esencias de siglos pasados, que se demuestra inane ante los retos que se nos plantean. En 2015, periodo electoral precedido del movimiento 15 M que sacó a las plazas españolas a miles de personas, la abstención en Santander superó el 25% y en Cantabria el29 %. Si observamos en términos porcentuales el crecimiento de la abstención en Andalucía, como testaje de lo que puede suceder en las próximas elecciones de este año, pasamos de un 36% a un 41%. Es decir, 336.000 andaluces y andaluzas decidieron quedarse en su casa en lugar de ir a votar. Y lo que nos falta es el análisis de porqué suceden las cosas y qué grado de responsabilidad tenemos en ello.

Los pobres votan menos. En el artículo publicado por este mismo medio sobre la abstención en Madrid en 2015 y el análisis por distritos de la participación y la renta media de los mismos, el panorama que arroja es clarificador: no se sienten representados, no participan de una sociedad (y votar en unas elecciones es participar) que les mira con desagrado y rechazo, no encuentran soluciones en los partidos y sus necesidades están fuera de las agendas de los mismos. Y si a esa falta de afección por la vida pública y lo que conlleva, le añadimos la polarización de un debate político en el cual o eres español o no lo eres, mientras ellas sufren en sus propias carnes la exclusión provocada por las políticas de austericidio que han asolado el país y siguen sin respuesta política, nos encontramos con una masa social desmovilizada, caldo de cultivo propicio para las formaciones más reaccionarias.

¿Tenemos la fórmula mágica? ¿Podemos conectar con ellas? Es posible que no tengamos recetas milagrosas. Pero mantengo la esperanza de que todas asumamos un alto grado de responsabilidad en este escenario. Los partidos que supuestamente luchan por los derechos de las precarias, de las desfavorecidas, de las desahuciadas, están sumidos en luchas intestinas por cuotas de poder, por presencia en listas electorales, por la batalla por los recursos económicos que puedan recibir de los resultados de los próximos comicios. De su propia supervivencia. O eso es lo que se percibe desde el otro lado de la barrera. La ciudadanía no comprende por qué no se encierran a negociar las condiciones hasta que les sangren los ojos, poniendo por encima lo común a lo propio. Sinceramente, es poco entendible que no seamos capaces de construir un proyecto colectivo, un frente popular que aúne fuerzas, por no ponerse de acuerdo en quien encabeza ese proyecto. Eso es no entender nada de cómo funciona o debería funcionar un espacio amplio y plural, en el cual no son las personas las que importan, mera correa de transmisión de la voluntad popular, sino las políticas que desarrollan.

Estar encerrados en las miserias humanas, nos hace sordos, ciegos y mudos ante las demandas de una sociedad que grita desesperada por la falta de liderazgos colectivos que asuman retos tan importantes como el cambio climático, el recorte de derechos sociales, la precariedad y el desempleo o el desarrollo de una igualdad plena. No sé si será demasiado tarde, pero dejar a nuestra gente huérfana de referentes solventes que abanderen la lucha contra lo que está por venir, desde las propuestas y marcando nuestra propia agenda mediática, que no es otra que la gente, es un error de consecuencias impredecibles. Es jugar a ser funambulistas en el filo de la navaja, cuando lo que nos espera en la caída es el abismo. Y ahí es donde entra la magia, esas dinámicas colectivas que somos capaces de poner en marcha para formar la red que pare la caída. Estamos a tiempo.

Es curiosa la política, tanto como lo es la especie humana. Diversa, compleja y un poco loca en ocasiones. Y estos tiempos electorales, apretados y en constante carrera, dan una imagen quizás distorsionada o quizás muy enfocada del momento socio-político que nos ha tocado vivir. Mientras las reivindicaciones llenan estos días las calles, con manifestaciones como la vivida el 8M, el Fridays for Future o las luchas de los pensionistas, los partidos políticos se empeñan en continuar aislados de aquellos a los que pretender gobernar.

Cierto es que en la agenda mediática se ha colado el debate que a la ultraderecha le conviene, aupados por un Ibex 35 que se ha apartado la apuesta más supuestamente centrista. Mientras estamos escandalizados hablando del derecho a portar armas en un país con unos índices de criminalidad bajísimos, ocupando el cuarto puesto de la UE con menor número de homicidios y asesinatos, no hablamos de nada de lo que realmente interesa a la gente, a ti y a mí. Mientras llenan columnas y artículos cuestionando la violencia de género, proponiendo un feminismo liberal o hablando del derecho al aborto, tengo la sensación de que nos la están metiendo doblada. Y así es ¿Dónde están las propuestas del resto del espectro político? ¿Se van a limitar a correr como pollo sin cabeza cada vez que Abascal, Casado o Rivera suelten una barbaridad, escandalizados y rasgándose las vestiduras como única respuesta? Lo siento, pero eso es aceptar las reglas de un juego en el que no deberíamos estar dispuestas a participar. Eso es tragar con una separación de poderes por la que sí que realmente debemos plantar batalla: la separación de la democracia y la ciudadanía de las estructuras de decisión.