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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Fitipaldi

Hay personas que simbolizan cosas. Sus nombres y apellidos se convierten entonces en adjetivos que tienen un significado. Es lo que le sucedió a Emmerson Fittipaldi, piloto de carreras de los años setenta cuyo apellido se utiliza desde hace décadas en nuestra lengua para denominar a quienes van por la vida veloces, alegres y un tanto alocados. ¿Por qué de entre todos los pilotos de Fórmula 1 fue Fittipaldi el elegido a pesar de no ser el más laureado, quizás tampoco el más rápido? ¿Por qué Fittipaldi y no Senna o Prost o Fangio o Brabham?

Tenemos, por una parte, la sonoridad. Fittipaldi está cargado de íes que asoman afiladas, veloces, de nuestros labios. Schumacher pesa como un tanque cada vez que lo pronunciamos, Vettel tiene algo de funeral. Fittipaldi, en cambio, es una palabra que sale disparada con su forma de flecha. Fittipaldi se dice como si se acelerara porque cabalga a lomos de su propia velocidad.

La sonoridad fue importante, sí, pero no sólo. ¿Quién era el Emmerson Fittipaldi de los años setenta? Era un piloto veloz como tantos pero era, además, un joven que sonreía. Frente a la gravedad de otros pilotos Fittipaldi tenía una sonrisa grande, contagiosa, franca, que atravesaba su cara enmarcada por dos patillas prodigiosas. Su risa parecía hecha a la medida de un apellido que suena a celebración y a fiesta. Se lo pasaba bien Fittipaldi. Escuchas Fittipalti y te entran ganas de irte de vacaciones con él.

Por todo ello ser un fitipaldi es algo más que un mero ir deprisa. El fitipaldi va rápido pero va feliz y alocado y es inofensivo y disfruta. Fitipaldi, en estos tiempos en los que las imprudencias al volante (menos mal) están penalizadas a nivel social, no es despectivo. Fitipaldi tiene algo de lagartija. Fitipaldi va más allá de las carreteras y los motores y los volantes. Fitipaldi está cargado de cariño, significa velocidad pero también lo mejor de la diversión, la travesura y la inocencia.

Hay personas que simbolizan cosas. Sus nombres y apellidos se convierten entonces en adjetivos que tienen un significado. Es lo que le sucedió a Emmerson Fittipaldi, piloto de carreras de los años setenta cuyo apellido se utiliza desde hace décadas en nuestra lengua para denominar a quienes van por la vida veloces, alegres y un tanto alocados. ¿Por qué de entre todos los pilotos de Fórmula 1 fue Fittipaldi el elegido a pesar de no ser el más laureado, quizás tampoco el más rápido? ¿Por qué Fittipaldi y no Senna o Prost o Fangio o Brabham?

Tenemos, por una parte, la sonoridad. Fittipaldi está cargado de íes que asoman afiladas, veloces, de nuestros labios. Schumacher pesa como un tanque cada vez que lo pronunciamos, Vettel tiene algo de funeral. Fittipaldi, en cambio, es una palabra que sale disparada con su forma de flecha. Fittipaldi se dice como si se acelerara porque cabalga a lomos de su propia velocidad.