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El gen rojo
El olvido en ocasiones es un alivio y hay una justicia no solo poética en él. En otras ocasiones, las más, el olvido es injusto. La sociedad, como si se tratara de un individuo, también tiene mecanismos psicológicos para segregar y meter en el cajón del desván de su memoria aquello que no le interesa conservar, pero también aquello que le interesa olvidar.
Uno de los casos más clamorosos de olvido justificado son las obras delirantes de Antonio Vallejo-Nájera. No hay que confundirle con el también psiquiatra Juan Antonio, su hijo. Este ancestro de la psiquiatría española que traemos a colación no fue menos famoso en su época, por más que la época que representó haya quedado recluida en las catacumbas de la infamia.
Antonio Vallejo-Nájera fue un prominente nazi español que fue encumbrado por el franquismo a la Universidad española después de haber prestado cuantiosos servicios en el campo ideológico-pseudociéntífico tan propio de unas décadas en donde los totalitarismos no solo creían sino que se pusieron manos a la obra para poner de revés el mundo y exterminar físicamente toda disidencia o titubeo.
Tres son las cosas que más me llaman la atención del corpus teórico de este hombre: su racismo biológico tan en boga durante el nazismo, el odio a las mujeres y su propuesta de recuperar la Inquisición en pleno siglo XX. Con estas perlas, cabe suponer la abracadabrante obra que legó, ya en el olvido, y el tipo de enseñanza que predicó desde su cátedra, así como el influjo que tuvo como intelectual del régimen franquista.
Aquí va una de sus perlas:
“A la mujer se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de la isla de Kerguelen, ya que su misión en el mundo no es la de luchar en la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella”,
que no tiene nada que envidiar a esta otra:
“El imbécil social incluye a esa multitud de seres incultos, torpes, sugestionables, carentes de espontaneidad e iniciativa, que contribuyen a formar parte de la masa gregaria de las gentes anónimas”.
El comandante franquista y psiquiatra no menos franquista, uno de los principales artífices de la represión durante y después de la guerra civil, había conocido a los nazis de cerca, ya que estuvo en Alemania 'asesorando' en los campos de prisioneros. También fue jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejército sublevado, con un especial campo de interés en los prisioneros republicanos, a los que veía como microbios con los que trabajar y una peculiar obsesión con las raíces biológicas del marxismo, o lo que denominó el 'gen rojo'. Su obsesión por la pureza racial y la eugenesia o ingeniería social («multiplicar los selectos y dejar que perezcan los débiles») le llevó al convencimiento de que la ideología marxista era una patología hereditaria, un subproducto del ser humano que había que extirpar. Los rojos no solo tienen hijos, sino que hay que separarlos de sus padres, entre otras recomendaciones de este pelaje, bajo la pseudociencia del racismo biológico.
“La idea de las íntimas relaciones entre marxismo e inferioridad mental ya la habíamos expuesto anteriormente en otros trabajos. La comprobación de nuestras hipótesis tiene enorme trascendencia político social, pues si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación de estos sujetos desde la infancia podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible”.
Antonio Vallejo-Nájera, más nazi que lo nazis, realizó estudios de campo con prisioneros republicanos, concretamente con 300 presos de las Brigadas Internacionales, y con 50 presas malagueñas, en búsqueda del gen rojo. Incluso llegó a barajar la exhumación de cadáveres del Valle de los Caídos para seguir buscando el bicho causante de la democracia.
No dio con el gen y se tuvo que contentar con seguir con su tarea de explorar las raíces biopsíquicas del marxismo, o en sus palabras, de «individuos mentalmente inferiores y peligrosos en su maldad intrínseca». Pero estaba firmemente convencido de que si la disidencia podía ser localizada en un cuerpo, también era extirpable, no sólo en sentido metafórico. Y no solo marxistas, sino todos aquellos que no sean adictos a las dictaduras:
“La inferioridad mental de los partidarios de la igualdad social y política o desafectos. La perversidad de los regímenes democráticos favorecedores del resentimiento promociona a los fracasados sociales con políticas públicas, a diferencia de lo que sucede con los regímenes aristocráticos donde solo triunfan socialmente los mejores».
Ya no hay dictadura y nadie en sus cabales diría que los rojos tienen un defecto genético y que son más feos, más viciosos y más perversos, pero subsiste un pensamiento, que solo en raras ocasiones se evidencia verbalmente, de que todo disidente con el gobierno es un enfermo peligroso. Si recurrimos a la semántica, y echamos mano de la hemeroteca, sin necesidad de remontarnos muy atrás, asistimos a cómo el opositor es anatemizado y excluido como aspirante al poder por el simple hecho de desearlo.
El poder es patrimonial y hereditario, bien de familias, bien de clases, bien de partidos que hacen y deshacen a su antojo. Quien lo critique es 'radical', 'antisistema' y un largo rosario de epítetos peyorativos que se usan para dejar bien claro que se trata de un peligro para el bien común, y un peligro objetivable, no opinativo.
Las recientes campañas electorales dejan claro que, si no sus teorías estúpidas, sí que la manera de pensar del comandante de la raza y la ideología franquista sigue gozando de buena salud entre muchos españoles. Por utilizar un símil: el Gobierno en España es genéticamente de derechas. No existe el gen rojo, pero muchos adictos al poder están convencidos de contar con un gen aristocrático. Y para ellos, todo lo demás es patología.
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