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Guiños, gritos y susurros de Somontano

Apagar un ordenador es un acto banal. Casi todos lo hacemos a diario, sin darle importancia. Pero cuando en la película '2001: Odisea del espacio' el dr. Bowman apaga el de la nave espacial, el ordenador protesta. Siente cómo va perdiendo facultades a medida que el astronauta desconecta módulos y emplea su menguante inteligencia recordando quién es («I am a HAL 9000 computer») y se ofrece a cantar una canción que le enseñó su instructor en sus primeros tiempos. Bowman le anima a ello y HAL canta Daisy, con voz progresivamente desfalleciente: «Daisy, Daisy, give me your answer do. I’m half crazy all for the love of you». Hasta que calla.

Apagar un ordenador es un acto banal. Casi todos lo hacemos a diario, sin darle importancia. Es la voz lo que aporta al apagado de HAL emociones que lo equiparan con un asesinato. HAL no habla con la voz electrónica de otros ordenadores, habla con voz humana (la de Felipe Peña, en su versión española). Por tanto, sentimos nosotros, es humano.

Lo que la voz puede aportar es una cuestión candente en el sector editorial. El año pasado, en la sexta edición del Congreso del Libro Electrónico de Barbastro, se habló principalmente de audiolibros, textos previamente publicados en papel y transformados ahora en locución reproducible a voluntad. La gran ventaja de los audiolibros es que pueden usarse mientras se hace otra cosa, del mismo modo que podemos cocinar oyendo la radio. Lo que abrió una pregunta que se ha oído repetidamente: si puede llamarse lectura a escuchar audiolibros o no.

Bueno, pues antes de que se la respondiera concluyentemente esta pregunta ha desaparecido, al menos de la séptima edición del Congreso del Libro Electrónico, celebrada la semana pasada. De lo que se ha hablado en Barbastro este año es de las posibilidades de transmisión de emociones mediante la voz. Por eso además de los audiolibros se ha hablado mucho de los podcasts, de los altavoces inteligentes y del branding empresarial mediante voz.

Escribir o publicar libros ha dejado de ser un negocio rentable, con tantas excepciones como se quiera, hace tiempo. Pero hay mucha obra ya impresa a la que se le puede sacar partido por otros medios, y la edición de obra nueva se planifica ya teniendo en cuenta las posibilidades que ofrecen otros soportes, como audiolibros y podcasts, además de las versiones para el cine, en el caso de la ficción. El VII Congreso del Libro Electrónico de Barbastro trató de esto, pero añadió algunas cosas más: la posibilidad de darle un perfil humano a las empresas mediante la voz, y el creciente empleo de altavoces inteligentes.

Un día alguien empezó a hacer ruido con la boca y las cabezas de la gente a su alrededor empezaron a llenarse de ideas: se había inventado el lenguaje hablado. Los paleoestudiosos dicen que esto ocurrió entre 50.000 y 100.000 años atrás. ¿Que cómo lo saben? Lo ignoro, quizá encontraran algunas palabras fósiles a las que pudieron aplicar el carbono 14. No me sorprendería, porque en el lenguaje de hoy día se encuentran muchas.

La escritura es joven, tiene 5.000 años de antigüedad y fue una tecnología muy laboriosa de implementar. Dotar a cada individuo de capacidad para leer y escribir es un esfuerzo titánico que repite cada generación. Incluso los lectores avezados saben, sienten, que cuando leen se enfrentan a un artefacto. La escritura es una mediación no natural, una representación codificada del habla, no habla en sí misma.

Con independencia de que sean 50.000 o 5.000 años el esfuerzo para aprender a entender lo que nos dicen de viva voz y el de aprender a leer no es comparable. Hasta los animales pueden entender palabras oídas. De nuevo: el habla es natural; la escritura, no.

Reflexionar, manejar ideas abstractas, es una actividad complicada. Cuando arrancamos el coche y le decimos al GPS que nos dirija a Barbastro, nuestro córtex prefrontal nos dice que el que habla desde el salpicadero es un aparato sofisticado que se comunica con unos satélites y nos va encaminando electrónica y correctamente hacia nuestro destino. Pero al córtex hay que llegar, está arriba del todo, en la cabeza, e ir hacia arriba supone un esfuerzo. Lo natural es dejarse llevar por la ley de la gravedad e ir hacia abajo, hacia la tripa. Y la tripa no entiende de GPS. Lo que la tripa nos dice, y en consecuencia lo que sentimos nosotros, es que agazapado en el salpicadero hay un maromo listísimo o una gachí de lo más espabilado que sabe ir a todas partes y amablemente nos va diciendo cómo tenemos que hacerlo nosotros. Algo así como: «Diríjase al norte y en la rotonda tome la segunda salida» (gracias a la internacionalización el verbo 'coger' desaparecerá del diccionario. Imagino que los tangos de Cádiz en un futuro no lejano digan «y en vez de tomar los duros lo que tomó fue una pulmonía»).

Sentimos que los discursos elaborados para nosotros por máquinas provienen en realidad de humanos. Las empresas que nos los colocan fomentan esta familiaridad dándoles nombre propios. Le preguntamos a Alexa, a Siri, no a un chip de silicio.

Ahora mismo incluso los lectores habituales estamos leyendo menos de lo que solíamos. En un futuro no lejano la voz, grabada o generada al momento para nosotros, va a ocupar un espacio mucho mayor que el de ahora. Será habitual que nos representemos mentalmente a las empresas por el sonido de la voz que la identifique, no tanto por su logotipo, ahondando en la tendencia que conocemos tan bien de darles un relato para vincularlas emocionalmente con nosotros.

Dice Manuel Gil, director de la Feria del Libro de Madrid: «La cita de Barbastro debería ser obligatoria para toda la industria del libro». Ciertamente el Congreso tiene un valor incalculable para un sector inmerso en dudas, que debe mirar hacia adelante ineludiblemente. Y es muy de admirar que una provincia que tiene abundantes golosinas para atraer visitantes (no se pierda las recomendaciones de Manuel, que sabe de lo que habla) asuma esta celebración, que uno esperaría encontrar en una capital industriosa y no en un hermoso entorno rural: bravo por Huesca.

El VII Congreso del Libro Electrónico de Barbastro se planteó por primera vez dejar atrás la palabra libro en su nombre. No sorprende; si pensamos en lo hablado, muy especialmente en las conversaciones con los altavoces inteligentes, que a su vez nos servirán los audiolibros y los podcasts, vemos que en realidad no estamos hablando de libros. De lo que estamos discutiendo es del viejo tema de la relación del humano con la máquina. De lo que ya hablaban Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick en 1964, cuando empezaron a trabajar en lo que sería '2001: Odisea del espacio' y ni siquiera ellos podían imaginar los ordenadores personales.

Apagar un ordenador es un acto banal. Casi todos lo hacemos a diario, sin darle importancia. Pero cuando en la película '2001: Odisea del espacio' el dr. Bowman apaga el de la nave espacial, el ordenador protesta. Siente cómo va perdiendo facultades a medida que el astronauta desconecta módulos y emplea su menguante inteligencia recordando quién es («I am a HAL 9000 computer») y se ofrece a cantar una canción que le enseñó su instructor en sus primeros tiempos. Bowman le anima a ello y HAL canta Daisy, con voz progresivamente desfalleciente: «Daisy, Daisy, give me your answer do. I’m half crazy all for the love of you». Hasta que calla.

Apagar un ordenador es un acto banal. Casi todos lo hacemos a diario, sin darle importancia. Es la voz lo que aporta al apagado de HAL emociones que lo equiparan con un asesinato. HAL no habla con la voz electrónica de otros ordenadores, habla con voz humana (la de Felipe Peña, en su versión española). Por tanto, sentimos nosotros, es humano.