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La heroicidad de ser mayor en una sociedad edadista, machista y capacitista

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Hace algo más de tres décadas, el 14 de diciembre de 1990, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 1 de octubre Día Internacional de las Personas Mayores. Más reciente es el plan presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) titulado Década del Envejecimiento Saludable 2020-2030, que se ajusta al calendario de la Agenda 2030 para los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y en el que el eje central son las personas mayores tratando de aunar los esfuerzos de los gobiernos, la sociedad civil, los organismos internacionales, los y las profesionales, las instituciones académicas, el tercer sector, los medios de comunicación y el sector privado en aras de mejorar la vida de la población mayor, así como las de sus familias y comunidades.

Documentos, planes y estrategias no faltan para promover un envejecimiento activo y satisfactorio, aunque todavía el hecho mismo de envejecer, de hacerse mayor o de ser una persona mayor siguen envueltos en un edadismo que estigmatiza el proceso del envejecimiento, anula el éxito que supone envejecer transformándolo en una derrota total y discrimina a las personas mayores con representaciones sociales negativas como personas enfermas, dependientes, tristes, cascarrabias e improductivas.

Todavía somos incapaces de sentir a la persona mayor que llevamos dentro a medida que transitamos cada etapa de la vida, a medida que envejecemos, porque seguimos sin querer envejecer y utilizamos eufemismos para no nombrar la vejez. De hecho, en realidad, las Naciones Unidas no celebran el Día Internacional de las Personas Mayores, si no el de las Personas de Edad, como si solo la “edad” fuera una característica exclusiva de las personas mayores.

Esto incide en cómo se sienten las personas mayores con el hecho mismo de su edad cronológica y en cómo se nombran a sí mismas. Desde luego, viejas no es la más aceptada, ya que a pesar de situarse por edad en la etapa de la vejez, consideran que sus vidas siguen teniendo importancia, significado y autonomía, algo que parece que no se puede tener si se es viejo, y no digamos vieja. Por ello, es un lugar común escuchar a personas que podemos considerar mayores que “se sienten jóvenes”.

Esta expresión implica la idea de que hay una manera de sentirse según la edad, y si se tiene ilusión, ganas de hacer cosas, proyectos por realizar o simplemente ganas de vivir, entonces no puedes sentirte mayor. Y no digamos la cantidad de frases prejuiciosas que circulan por todas partes como las que destacan que “ya no tienes edad para…” -vestirte así, tener deseos sexuales, viajar sola, etcétera-, o las frases que desprecian el hecho mismo de envejecer como “se envejece cuando se deja de aprender”.

Este edadismo o discriminación por edad nos impregna a toda la sociedad provocando que convirtamos el envejecimiento en un proceso patológico, casi como un fenómeno “curable” -de ahí las terapias “antienvejecimiento”- que definen el mismo hecho de envejecer como algo dañino, perjudicial y necesariamente evitable. Y que lo sitúa casi de manera exclusiva en el cuerpo que envejece convirtiendo la longevidad en un castigo en lugar de una oportunidad. Además, tiende a una homogenización de todas las personas mayores, como si llegar a una determinada edad, anulara las diversidades vividas en cada trayectoria vital.

Sin embargo, si algo caracteriza a las personas mayores es su heterogeneidad, porque envejecer es un proceso que recorre nuestro curso vital, de manera que cuanto más tiempo vivimos, más diversidad encontramos a edades avanzadas. Por eso resulta tan complejo definir qué es ser mayor, ya que la respuesta va a depender de la dimensión que abordemos de la edad.

Si atendemos a la dimensión cronológica, es decir, los años transcurridos desde el nacimiento, no hay acuerdo a la hora de marcar una edad concreta a partir de la cual una persona “es mayor”. Pueden ser los 60 años, los 65 años, los 75 o cualquier otra edad. Además, la cosa se complica si adoptamos una perspectiva de género, pues existe un doble rasero para envejecer, ya que los hombres pueden hacer gala de sus años, mientras que las mujeres están abocadas a enmascararlos. El mensaje que se transmite a las mujeres mayores es que deben esforzarse en seguir pareciendo jóvenes. Por lo tanto, además del edadismo tenemos que atender a otras discriminaciones como el machismo si queremos abordar el envejecimiento en toda su complejidad.

Las personas mayores son diversas y heterogéneas. Ser mayores no las hace vulnerables y frágiles, pero sí pueden vivir en sociedades, entornos y condiciones que impactan en sus vidas generando situaciones de vulnerabilidad

Si atendemos a la dimensión fisiológica de la edad, expresada fundamentalmente a través del estado de salud, varía mucho en cada persona mayor, ya que dependerá de cómo haya sido su salud a lo largo de todo su curso de vida. En la actualidad se comienza a diferenciar una primera etapa de la vejez o de la segunda adultez, caracterizada fundamentalmente por la autonomía personal y funcional, de la propiamente definida como ancianidad que puede llevar asociados en mayor medida problemas de salud. Aunque de nuevo, el hecho de llegar a edades avanzadas no significa de manera automática dependencia, sino mayor probabilidad de padecerla, lo que no se da en todas las ocasiones.

De nuevo, observamos que el edadismo esconde otras discriminaciones como el capacitismo que tiende a asociar envejecimiento con dependencia. Pero, además, la falta de una mirada feminista sobre la salud invisibiliza cómo el desempeño de determinados roles de género como es el cuidado que prestan de manera constante las mujeres a lo largo de su vida, incluso hasta edades avanzadas, tiene importantes consecuencias sobre su salud. Esta disonancia entre lo que hacemos las mujeres y lo que nos ocasiona lo que hacemos en nuestros cuerpos es una de las cuestiones más importantes que se deben abordar en las políticas públicas, especialmente debido a la feminización de la vejez.

Si atendemos a la dimensión social de la edad, el acontecimiento más relevante de la entrada en la vejez es la jubilación. Pero dado que hay personas que se prejubilan, otras que pierden su trabajo antes de llegar a la edad de jubilación, otras que siguen trabajando hasta edades avanzadas y muchas mujeres que han trabajado solo como amas de casa no se jubilan nunca, digamos que en la actualidad resulta difícil justificar que jubilación y vejez van unidas. Por tanto, ser una persona mayor no parece que sea necesariamente sinónimo de estar jubilado o jubilada.

Así pues, la respuesta a la pregunta “¿qué es ser una persona mayor?” es tan compleja como lo es la vida de cada persona que envejece. Si no reducimos el fenómeno del envejecimiento a un hecho esencialmente cronológico y biológico, sino a un hecho personal, social y político, ser mayor puede significar muchas cosas. Dependerá de cuestiones individuales y personales, de los patrones y roles de género, de la visión que tenga la sociedad acerca del envejecimiento y la vejez, y de la relevancia que tengan estos fenómenos en la agenda de las políticas públicas.

Por todo ello, desde UNATE y la Fundación PEM defendemos que las personas mayores son diversas y heterogéneas. Ser mayores no las hace vulnerables y frágiles, pero sí pueden vivir en sociedades, entornos y condiciones que impactan en sus vidas generando situaciones de vulnerabilidad. Reivindicamos que se deje de tratar de manera diferencial a las personas en función de su edad. Las personas mayores tienen derechos y deberes, los mismos que el resto de la ciudadanía adulta de nuestra sociedad. Es inaplazable que se repete su autonomía y toma de decisiones, en definitiva, que se defiendan y respeten sus derechos. Hacerlo además es defender a nuestro yo del futuro.

Hace algo más de tres décadas, el 14 de diciembre de 1990, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 1 de octubre Día Internacional de las Personas Mayores. Más reciente es el plan presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) titulado Década del Envejecimiento Saludable 2020-2030, que se ajusta al calendario de la Agenda 2030 para los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y en el que el eje central son las personas mayores tratando de aunar los esfuerzos de los gobiernos, la sociedad civil, los organismos internacionales, los y las profesionales, las instituciones académicas, el tercer sector, los medios de comunicación y el sector privado en aras de mejorar la vida de la población mayor, así como las de sus familias y comunidades.

Documentos, planes y estrategias no faltan para promover un envejecimiento activo y satisfactorio, aunque todavía el hecho mismo de envejecer, de hacerse mayor o de ser una persona mayor siguen envueltos en un edadismo que estigmatiza el proceso del envejecimiento, anula el éxito que supone envejecer transformándolo en una derrota total y discrimina a las personas mayores con representaciones sociales negativas como personas enfermas, dependientes, tristes, cascarrabias e improductivas.