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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Un hombre y una cueva

Hay en Santander un hombre que vive en una cueva. No diré dónde, para qué. No he entrado en esa cueva aunque ganas de hacerlo sí he tenido. Afuera de su caverna hay una mesa, unas sillas, una bombona de butano y un tendal. No conozco a ese hombre pero estoy tentado de irme a pasear por los alrededores de la gruta en la que vive a ver si me lo encuentro y me invita a entrar. Me han dicho que su cueva es alargada, que tiene una buena orientación y que cuenta, incluso, con una ventana desde la que se puede ver el mar. Me lo ha dicho una persona que conoce a alguien que conoce a alguien que dice que ha estado dentro de esa cueva en una ocasión.

No sé si ese hombre será feliz, si estará loco, si será desdichado, si pasará hambre, si estará satisfecho, si tendrá frío, si le dolerán los huesos por la humedad. Desconozco si se despertará en medio de la noche y le invadirá una tristeza hecha ya piedra o si le crecerá dentro la alegría al oler el salitre del mar y escuchar el sonido de las olas rompiendo contra los acantilados.

Vivir con poco y en contacto con la naturaleza es una fantasía que muchos hemos tenido en alguna ocasión. Leemos 'Walden' y fantaseamos con una cabaña escondida en el bosque. Cobijo, alimento, combustible y poco más. Una existencia austera para alcanzar algo que se parezca a la libertad. ¿El hombre de la cueva es un Thoreau de Santander o sólo una persona que no tiene un lugar digno en el que poder vivir? ¿Estará sólo o tendrá a veces compañía? Repasemos de nuevo los detalles: fuera de la cueva hay una bombona de butano, un tendal, una mesa de plástico y unas sillas. Unas sillas, sí, como si esperase a alguien, como si recibiera visita alguna vez.

Hay en Santander un hombre que vive en una cueva. No diré dónde, para qué. No he entrado en esa cueva aunque ganas de hacerlo sí he tenido. Afuera de su caverna hay una mesa, unas sillas, una bombona de butano y un tendal. No conozco a ese hombre pero estoy tentado de irme a pasear por los alrededores de la gruta en la que vive a ver si me lo encuentro y me invita a entrar. Me han dicho que su cueva es alargada, que tiene una buena orientación y que cuenta, incluso, con una ventana desde la que se puede ver el mar. Me lo ha dicho una persona que conoce a alguien que conoce a alguien que dice que ha estado dentro de esa cueva en una ocasión.

No sé si ese hombre será feliz, si estará loco, si será desdichado, si pasará hambre, si estará satisfecho, si tendrá frío, si le dolerán los huesos por la humedad. Desconozco si se despertará en medio de la noche y le invadirá una tristeza hecha ya piedra o si le crecerá dentro la alegría al oler el salitre del mar y escuchar el sonido de las olas rompiendo contra los acantilados.