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Y hoy es el día de…

Somos sociedades perezosas. Se nos olvida lo importante casi tan rápido como pasan al olvido los nombres de los corruptos, de los represores y de sus aplicados vástagos. Quizá por eso Naciones Unidas se inventó la ñoñada esta de los días internacionales. Para cada día un lema y para cada lema un olvido. Durante 24 horas calzamos ora el lazo rosa (contra el cáncer de mama), ora el lazo rojo (contra el VIH/Sida), ora el lazo morado (hurtado al feminismo), ora el lazo blanco. Hay días para los que no nos alcanza la lazada de esta horca cotidiana. Los que vamos de alternativos preferimos las chapas, pero caemos en el mismo exhibicionismo performático con hora de caducidad.

Soy consciente de que ya pasó el día de la eliminación de la violencia contra la mujer, el día del VIH/Sida, y el día del voluntariado y que pasado mañana es el día internacional contra la corrupción y que, curiosamente, el jueves coinciden el día de los derechos humanos y el día de los derechos de los animales… Me inclino por los segundos porque hace tiempo olvidamos los primeros. Estos días los recuerdo gracias al calendario de plástico que cuelga de mi nevera, vacío de contenido pero con abundante capa de grasa. Por eso, quizá, hoy me animo ya a escribir algo sobre la violencia contra la mujer, eso que lleva a ayuntamientos a alquilar luces de colorines y que, por arte de la conmoción general por los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas masculinas, une en algunas manifestaciones a feministas de vieja data, mujeres inconscientes de nueva conciencia e, incluso, alguna militante del Partido Popular que piensa que ya no hay “caballeros como los de antes” y alguna rezandera convencida de que esto no es más que un castigo divino por nuestro exceso de laicismo.

La muerte siempre distorsiona todo, especialmente cuando gracias a los medios de comunicación y a los políticos de lazo morado logra invisibilizar todo lo demás. Este efecto suele ocurrir con toda violación de derechos humanos: la violencia física (la tortura, la desaparición, el asesinato…) hace que nos centremos en denunciar las consecuencias y perdemos la brújula respecto a las causas.

No voy a entrar en la confusión semántica que vivimos y que es tan ideológica (la violencia de género, la violencia contra las mujeres, la violencia contra las mujeres por parte de sus parejas, la violencia machista o la violencia intrafamiliar son violencias con sustanciales diferencias entre sí…), prefiero apuntar algunas de las profundas raíces de la violencia cultural y estructural que subyace a cada muerte, a cada humillación, a cada asimilación, a cada ninguneo a las mujeres.

La protección policial o las medidas judiciales de nada sirven en sociedades que, estructuralmente, son patriarcales. Las mujeres, de forma mayoritaria, siguen siendo menos en este país (y en la avanzada civilización cristiano-capitalista-occidental), siguen condenadas a una vida que pasa por los cuidados de los otros, la procreación para otros, el culto de su cuerpo para el goce de otros, el trabajo fuera del hogar solapado con el trabajo en la casa para los otros, el sexo pensando en alguien que no habita su piel, el sueño en el que no caben los anhelos no contaminados. Si le parece muy poético se lo traduzco: menores salarios, cosificación en lo público, humillación en lo privado, casi ningún poder real, ninguna sorpresa por su ausencia en la política, toda la perplejidad cuando triunfan, toda la normalidad cuando nos cuidan…

No digo –quede claro- que el feminismo no haya logrado cambiar cosas. Claro que sí. Pero una vez avanzado en lo urgente (divorcio, aborto, libertad de expresión, igualdad aparente ante la ley…) parece que hemos abandonado la presión sobre lo estructural. El medio centenar de mujeres asesinadas en lo que va de año hace de cortina opaca que oculta la violencia cotidiana (simbólica, cultural, sicológica, económica, física, mediática, etcétera) a la que las mujeres de este país son sometidas por el Estado, por sus empresas, por las agencias de publicidad, por los periodistas, por sus parejas (hombres o mujeres) por los políticos, por las universidades, por los editores, por los jueces, por sus hijos, por las madres que las parió…

Françoise Collins ya lo explicó de forma sencilla: “El mundo está hecho de dos sexos, pero es pensado por uno solo. ¿Cómo podría sometérsele a crítica desde la feminidad cuando estas es una fuerza subalterna?”. Somos los hombres los que ejercemos el poder real y los que seguimos siendo incapaces a cederlo. Somos los hombres los que dirigimos las universidades y los medios que, de forma contradictoria, balbucean reclamos en contra de la violencia contra la mujer. Somos nosotros y este estado de cosas no se solucionan con un día internacional, ni con lucecitas de colores. Se soluciona con lucha, con osadía y con muchas verdades sobre la mesa. ¿Nos atrevemos a afrontarlas (las verdades) y así vamos desaprendiendo juntas (las personas)?

Somos sociedades perezosas. Se nos olvida lo importante casi tan rápido como pasan al olvido los nombres de los corruptos, de los represores y de sus aplicados vástagos. Quizá por eso Naciones Unidas se inventó la ñoñada esta de los días internacionales. Para cada día un lema y para cada lema un olvido. Durante 24 horas calzamos ora el lazo rosa (contra el cáncer de mama), ora el lazo rojo (contra el VIH/Sida), ora el lazo morado (hurtado al feminismo), ora el lazo blanco. Hay días para los que no nos alcanza la lazada de esta horca cotidiana. Los que vamos de alternativos preferimos las chapas, pero caemos en el mismo exhibicionismo performático con hora de caducidad.

Soy consciente de que ya pasó el día de la eliminación de la violencia contra la mujer, el día del VIH/Sida, y el día del voluntariado y que pasado mañana es el día internacional contra la corrupción y que, curiosamente, el jueves coinciden el día de los derechos humanos y el día de los derechos de los animales… Me inclino por los segundos porque hace tiempo olvidamos los primeros. Estos días los recuerdo gracias al calendario de plástico que cuelga de mi nevera, vacío de contenido pero con abundante capa de grasa. Por eso, quizá, hoy me animo ya a escribir algo sobre la violencia contra la mujer, eso que lleva a ayuntamientos a alquilar luces de colorines y que, por arte de la conmoción general por los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas masculinas, une en algunas manifestaciones a feministas de vieja data, mujeres inconscientes de nueva conciencia e, incluso, alguna militante del Partido Popular que piensa que ya no hay “caballeros como los de antes” y alguna rezandera convencida de que esto no es más que un castigo divino por nuestro exceso de laicismo.