Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Huelga del metal y primavera sindical
Llevan camino a dos semanas renunciando al salario y sus complementos, dietas, indemnizaciones y parte correspondiente a las pagas extraordinarias, y lo hacen para mejorar un convenio para los y las que están y para los y las que vendrán. La huelga del sector del metal cántabro está teniendo un seguimiento de en torno al 95%, lo que demuestra un compromiso probablemente proporcional a la necesidad de las 20.000 familias que hay detrás de quienes luchan por un convenio que no los hunda en la pobreza.
Pero tienen que aguantar la comidilla esquirola y criminalizadora que tacha sistemáticamente a los piquetes de violentos, la cantaleta cobarde del “si yo veo bien que hagan huelga pero que no molesten —en tercera persona siempre— …”, el chisme de la silicona en las cerraduras del negocio que cualquiera diría que es Goma-2… La ignorancia, en definitiva, de lo que supone la lucha sindical, de en qué consiste el derecho a huelga, reconocido constitucionalmente y que o molesta o no es nada. Y esa comidilla antisindical no la pone en circulación sólo la patronal, que también, pero cuenta con el apoyo —ese sí, incondicional— del ciudadanismo incívico, ese estilo comodón de habitar la sociedad de quien nunca se ve en la necesidad de reclamar nada, porque ha llegado a ver normal su propio vivir a rebufo de las luchas de los demás. Tanto es así, que no es capaz de admirar el sacrificio de quienes ponen el cuerpo en las calles y el sueldo en la cuerda floja para conquistar la dignidad y los mínimos materiales necesarios para una vida que merezca la pena vivir. Un poco de José Martí le haría bien a este tipo de vecino ruin que, si no lucha, debería tener al menos la decencia de respetar a quien sí lo hace.
El convenio anterior del sector del metal concluyó en 2016, y ya entonces arrancaron las negociaciones, siempre infructuosas. La del convenio colectivo estuvo mucho tiempo paralizada y en diciembre de 2017 expiró la cláusula de ultraactividad que garantizaba a los trabajadores la cobertura del anterior acuerdo. Desde entonces, han estado sin cobertura y viendo la inflación crecer, comprobando, compra a compra, como el dinero cada vez vale menos. En los momentos de crisis económica, sindicatos y trabajadores llegaron a firmar acuerdos de congelación salarial y aumentos de jornada; pero cuando la cuenta de resultados del sector ha mejorado, no ha habido gesto de compensación del sacrificio para colocar el nivel de vida de los trabajadores y trabajadoras en su sitio, haciéndoles partícipes del crecimiento económico. Se trata de un clásico empresarial neoliberal: socializar las pérdidas, pero no los beneficios.
Pymetal, en su condición de patronal más representativa del sector y encargada de negociar los dos convenios colectivos aplicables en el sector de la siderometalurgia y el comercio del metal de Cantabria, no parece, pues, dispuesta a que se compartan los beneficios, a apostar por una actitud solidaria como antes hicieran los trabajadores. Pretenden aplicar criterios de época de vacas flacas, pero la producción industrial creció de media un 10,6% en Cantabria en 2021, lo que supone 3,6 puntos porcentuales más que la media nacional, cerrándose el año con el tercer mayor incremento de todas las comunidades, encontrándose el sector que reúne producción, primera transformación y fundición de metales entre las agrupaciones de actividad que más contribuyeron al total de las ventas en Cantabria ya en 2017. El año pasado ya se apuntó que el sector del metal repunta, a pesar de la fuerte subida de las materias primas. No, no estamos en vacas flacas.
Los sindicatos proponen una revisión salarial año a año, con pago de los atrasos y teniendo como referencia el IPC real de cada ejercicio. Con una inflación superior a 8 puntos, hablan de subidas de sueldos no inferiores al 5 % este año. Y no es algo extraño: los salarios de los trabajadores del Metal en Huesca y Teruel se incrementaron el 7,4% en enero y los de Zaragoza verán actualizadas sus nóminas a fin de año, según el convenio que han firmado. La patronal concreta su propuesta en una irrisoria paga única de 600 euros por trabajador en 2021, no consolidable, un incremento salarial del 4,5% y revisión a tablas en el 60% del IPC real del año, sin pago de atrasos (para un IPC estimado de 8%, a final de año habría que revisar un 1,1%) en 2022, y en 2023 y 2024, un incremento salarial del 3,5% y de nuevo revisión a tablas en el 60% del IPC real del año, sin pago de atrasos… Una revisión salarial, subrayan los sindicatos, que implicaría una pérdida de poder adquisitivo inadmisible. Pretenden, además, acabar con derechos consolidados en el convenio colectivo como el plus de distancia, o prolongar los años de obligatoriedad del contrato de relevo. Propuestas que resultan peores que las anteriores, que significan pasos atrás, pero Pymetal parece disponer de muy poca voluntad negociadora, y ha rechazado incluso la propuesta del Gobierno de Cantabria.
Al preside Revilla le parece que la huelga “está erosionando la imagen de Cantabria”: se ve que quiere transmitir que somos una Comunidad de trabajadores dóciles y a precio de saldo. También ha expresado, en su habitual bochornoso atrevimiento, que “es una cosa un poco incomprensible porque no se está dando en ningún otro sitio del país”. Se ve que no se enteró de que en Cádiz los trabajadores estuvieron en huelga, que el gobierno envió tanquetas y policía armada con pelotas de goma, que se apoyaron admirablemente en la lucha haciendo una caja de resistencia que no hacía distinciones entre sindicatos, y que firmaron finalmente un convenio que no les parecía tan insultante como el que Pymetal ofrece, desoyendo y despreciando las propuestas de su propio gobierno. Parece que desconoce, además, que uno de los retos del sector del metal es la necesidad de aumentar las vocaciones, que los oficios metalúrgicos se encuentran entre los puestos de trabajo que más cuesta cubrir en la región: soldadores, caldereros, fresadores, torneros y mecánicos, según un estudio de la empresa de recursos humanos Adecco. Un sector prometedor que puede no prosperar por las malas condiciones que ofrece.
La lucha del metal cántabro se une a una efervescencia que va adquiriendo visos de oleada de huelgas: del sector del metal en Cádiz y Alicante antes que en Cantabria, el sector cántabro del 'contact center', trabajadoras de la atención domiciliaria por todo el Estado, por el ERE de Tubacex en País Vasco, la plantilla de Inditex en Zaragoza, contra el ERE de Pilkington en la Comunidad Valenciana, por el impago de salarios atrasados de Aluiberica en Galicia y Asturias… Pese a crisis, guerras y pandemias, parece que somos capaces de despertar del letargo: quienes ahora luchan ya marcan el camino.
Llevan camino a dos semanas renunciando al salario y sus complementos, dietas, indemnizaciones y parte correspondiente a las pagas extraordinarias, y lo hacen para mejorar un convenio para los y las que están y para los y las que vendrán. La huelga del sector del metal cántabro está teniendo un seguimiento de en torno al 95%, lo que demuestra un compromiso probablemente proporcional a la necesidad de las 20.000 familias que hay detrás de quienes luchan por un convenio que no los hunda en la pobreza.
Pero tienen que aguantar la comidilla esquirola y criminalizadora que tacha sistemáticamente a los piquetes de violentos, la cantaleta cobarde del “si yo veo bien que hagan huelga pero que no molesten —en tercera persona siempre— …”, el chisme de la silicona en las cerraduras del negocio que cualquiera diría que es Goma-2… La ignorancia, en definitiva, de lo que supone la lucha sindical, de en qué consiste el derecho a huelga, reconocido constitucionalmente y que o molesta o no es nada. Y esa comidilla antisindical no la pone en circulación sólo la patronal, que también, pero cuenta con el apoyo —ese sí, incondicional— del ciudadanismo incívico, ese estilo comodón de habitar la sociedad de quien nunca se ve en la necesidad de reclamar nada, porque ha llegado a ver normal su propio vivir a rebufo de las luchas de los demás. Tanto es así, que no es capaz de admirar el sacrificio de quienes ponen el cuerpo en las calles y el sueldo en la cuerda floja para conquistar la dignidad y los mínimos materiales necesarios para una vida que merezca la pena vivir. Un poco de José Martí le haría bien a este tipo de vecino ruin que, si no lucha, debería tener al menos la decencia de respetar a quien sí lo hace.