Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Las islas
Llevo días dándole vueltas al porqué de mi desasosiego. ¿Soy ingenuo? ¿Quizá no acepto que la Humanidad siempre ha sido su propia enemiga? ¿Me cuesta entender las guerras y la destrucción como mecanismos de regulación y ampliación de mercados? ¿Soy incapaz de convivir con al mentira o con las verdades trucadas que nos ofrecen la ciencia, las religiones y sus apologetas?
Es probable. Sin embargo, también es posible que no esté tan errado, que la devastación contemporánea o que el suicidio colectivo que practicamos cada día no sean comparables a los progromos del siglo XX o con el exterminio de los Cátaros en el siglo XIII en la cruzada albigense en el mismísimo sur de Francia o con la conquista americana y su etnocidio aún no narrado. Quiero pensar que los seres humanos hemos evolucionado, que ahora, en el siglo XXI, son los derechos humanos, la educación o la belleza motores más poderosos que la sed imperial, la venganza contra los otros o la eugenesia que soporta el racismo de sangre, de religión o de piel. Son otros tiempos, tiempos de “civilización”, de poblaciones educadas en institutos y universidades, de internet, de acceso a la información, de luz…
Y una mierda… (y perdónenme la digresión escatológica). Si somos ahora más miserables que hace un siglo o que hace 13 es porque hoy no tenemos disculpa. Tenemos el conocimiento y los recursos financieros suficientes para solucionar la mayoría de problemas sociales, ambientales o humanos del planeta; tenemos comida para alimentar a dos humanidades pero sólo la utilizamos para engordar a un quinto de los seres humanos; tenemos tecnología para evitar la mayoría de enfermedades comunes pero cada año dejamos que mueran 760.000 niños menores de 5 años por diarrea; tenemos casi de todo y seguimos siendo casi nada…
Trato de buscar entonces las razones para este sinsentido. Leo a Chomsky y anoto su advertencia de que la Humanidad vive su momento histórico más delicado, en el que se puede acabar la oportunidad para las mayorías de tener una vida digna. E insisto frente al espejo… ¿por qué no queremos verlo?, ¿por qué no hacemos nada?, ¿por qué vence el onanismo de la clase media frente a las urgencias de la media mundial?.
Creo que la clave está en el individualismo: el más importante cimiento del capitalismo global, el germen instalado en nuestras cabezas con la revolución industrial y perfeccionado de forma acelerada en los últimos 50 años. El hombre no siempre fue un lobo para todos los hombres. Hubo pequeñas comunidades de afecto, redes de solidaridad vecinal o grupal que salvaron de la tristeza, el hambre y de la muerte a una buena parte de la especie. De eso ya no queda. Al meternos a las fábricas y amarrarnos a la dictablanda del salario nos convencieron de que nuestra obligación era trabajar para con el dinero recibido a cambio de nuestro tiempo y nuestra alma garantizar el futuro de nuestra familia. De lo demás (de lo público, de los ríos, de las basuras, del mantenimiento de las vías, de la salud, de los conflictos sociales…) ya se encargarían otros: el Gobierno, los políticos, las fundaciones, las iglesias o el padre que los parió. Nos encerramos en nuestras pequeñas y miserables islas y delegamos todo lo colectivo en entes con más nombre que rostro.
La realidad, y ya o siento, es que el porcentaje de personas que saben navegar es escaso. Y es el mar el único magma de conexión entre islas. La mayoría de personas somos islas y conectarnos con las otras islas requeriría de capacidades náuticas que no tenemos. Vivimos, pues, aislados en un pequeño espacio de confort desde el que podemos ver el amanecer y el ocaso pero en el que el rumor de nuestros iguales sólo se escucha en los pocos días sin ruidos que la tormenta mediática nos regala.
Somos islas (miserables) y no podemos imaginar una forma de vida ni un paisaje diferente a ese mínimo ecosistema pensado por Ikea. Como en una distopía, la única conexión con el exterior es a través de dispositivos tecnológicos: la televisión, la tableta, el teléfono móvil… No hay tacto en el archipiélago infinito de la clase media; no hay olor en el aséptico universo paralelo de las clases bajas que se creen medias; no hay sabores diferentes cuando el menú es único y repetido todos los días de nuestra existencia. Los expertos le llaman a esa isla la zona de confort y sacar un pie de la arena para probar la temperatura del agua que nos rodea es un acto de osadía para el que ya, cada vez, hay menos personas preparadas.
Nos da miedo físico salir de la zona de confort, abandonar nuestra isla para visitar el atolón del vecino. Hemos olvidado construir puentes porque nos da miedo lo que por ellos pueda llegar a nuestra ínsula. Nos hemos doctorado en levantar muros porque creemos, con una ingenuidad patética, que nuestra cárcel confortable es más amable que las otras que flotan en este pesado y denso mar de soledades.
Si hay un triunfo que le abono al sistema capitalista occidental es ese: el habernos aislado, el haber roto los lazos de conexión, el haber dinamitado las pontanas en las que nos encontrábamos al caer el sol para re-conocernos humanos. Si ese es su éxito, ese será su final. La reconexión, por imposible o lenta que parezca, es la única opción de supervivencia, de decencia, de dignidad: la empatía, la implicación, la incómoda participación en lo colectivo, la imprescindible exposición al centelleo de las otras islas…
Al igual que la conformación del Istmo de Panamá o la ruptura del puente de Beringia (el ahora Estrecho de Bering) cambiaron el planeta para siempre, la construcción de nuevos vínculos (uno a uno, poco a poco) puede suponer el inicio de un nuevo tiempo no exento de conflicto sino repleto de oportunidades para esta Humanidad. Esta sociedad no necesita navegantes, precisa de albañiles.
Llevo días dándole vueltas al porqué de mi desasosiego. ¿Soy ingenuo? ¿Quizá no acepto que la Humanidad siempre ha sido su propia enemiga? ¿Me cuesta entender las guerras y la destrucción como mecanismos de regulación y ampliación de mercados? ¿Soy incapaz de convivir con al mentira o con las verdades trucadas que nos ofrecen la ciencia, las religiones y sus apologetas?
Es probable. Sin embargo, también es posible que no esté tan errado, que la devastación contemporánea o que el suicidio colectivo que practicamos cada día no sean comparables a los progromos del siglo XX o con el exterminio de los Cátaros en el siglo XIII en la cruzada albigense en el mismísimo sur de Francia o con la conquista americana y su etnocidio aún no narrado. Quiero pensar que los seres humanos hemos evolucionado, que ahora, en el siglo XXI, son los derechos humanos, la educación o la belleza motores más poderosos que la sed imperial, la venganza contra los otros o la eugenesia que soporta el racismo de sangre, de religión o de piel. Son otros tiempos, tiempos de “civilización”, de poblaciones educadas en institutos y universidades, de internet, de acceso a la información, de luz…