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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Un mal español

Los nominados a los Goya celebran el "maravilloso" año del cine español

Javier Lezaola

Tras el éxito internacional de una de las punzantes películas en blanco y negro de Berlanga, un ministro de la dictadura nacionalcatólica mostró sus quejas al jefe del Estado sobre “el comunista ese de Berlanga”, a lo que Franco se limitó a responder con su habitual laconismo: “Berlanga no es un comunista, es algo mucho peor que eso, es un mal español”.

Desde el año pasado, quienes presentan la gala de los Goya y entregan los premios del cine español deben firmar antes un contrato de cesión de sus derechos de imagen, que incluye una cláusula que no les permite modificar el guión de la ceremonia. El año pasado algunos de esos directores, actores y cómicos se negaron a convertirse en autómatas incapacitados para hacer suyo un guión y decidieron no firmar el contrato, a pesar de lo cual les fue permitido participar en la gala, pero como ésta acabó marcada por las críticas al ministro Wert y a sus políticas, este año los organizadores de la ceremonia han decidido tomarse las cosas más en serio que el alcalde de Bienvenido, Mister Marshall. El año pasado Wert no asistió a la gala. Este año sí lo hizo. Y es que sabía que el riesgo de que algún mal español le amargara la velada esta vez tendía a cero.

Este año el actor Carlos Areces (uno de los amiguetes de la saga de Torrente; el que tiene cara de no haber roto nunca un plato) tuvo que abandonar el Palacio de Congresos de Madrid antes de que comenzara la ceremonia, después de que el productor ejecutivo de los Goya, Emiliano Otegui, le informara –a última hora– de que no podía entregar –como estaba previsto– una de las estatuillas ni seguir el desarrollo de la gala desde el backstage (que es desde donde lo siguen quienes reparten los premios, por lo que Areces había cedido su asiento en el patio de butacas), precisamente por haberse negado a firmar un contrato que está dando más vueltas que el motocarro de Plácido, pero que la Academia del Cine sigue sin querer hacer público, a pesar de las numerosas peticiones al respecto.

El productor ejecutivo de los Goya argumenta que el documento sólo pretendía que la ceremonia no se alargara demasiado (resulta curioso, teniendo en cuenta que duró casi cuatro horas), pero los sectores más concienciados y comprometidos del cine español coinciden en que estos Goya 2015 han marcado un punto de inflexión, como lo hicieron los Goya 2003 del No a la guerra, pero esta vez en sentido contrario. En estos sectores no se duda de que detrás del contrato que Areces se negó a firmar hay un acuerdo entre Televisión Española y la Academia del Cine –Otegui ejerce precisamente de 'puente' entre la Academia y TVE, que retransmitió la ceremonia en directo– para evitar que los titiriteros vuelvan a pasarse de la raya. Aún colea el malestar por un nombramiento que hizo más ruido que el maletín de El Verdugo –el de Porfirio Enríquez como director general de la Academia el año pasado; sorprendentemente, sólo unos días antes de celebrarse las elecciones a la Presidencia de la institución– y nadie olvida tampoco que Televisión Española está cada día más controlada por el Gobierno de Mariano Rajoy.

Pero TVE –pública, aunque cada vez más privada– no fue la única televisión presente en los Goya 2015. Sin cuestionar la calidad de La isla mínima y El niño, el hecho de que las dos grandes protagonistas de la noche hayan sido producidas, respectivamente, por Atresmedia (propietaria de Antena3 y LaSexta) y Mediaset (propietaria de Telecinco y Cuatro y productora también de Ocho apellidos vascos, tercera protagonista de la noche y película más taquillera de la historia del cine español) justifica la preocupación por las crecientes y a menudo insalvables dificultades que las películas pequeñas -muchas de ellas, de gran calidad– encuentran para poder competir con esos gigantes en las salas de exhibición.

En los Goya faltaron también muchos trabajadores del mundo del cine –nadie en el Palacio de Congresos levantó la voz para apoyar a Areces porque, de los directores, actores y cómicos menos acostumbrados a transigir, unos no estaban invitados y otros se negaron a acudir–, quienes fueron sustituidos por muchos otros de la televisión. Las televisiones privadas mantienen con la Academia una relación tanto o más estrecha que la de TVE, y el comedimiento de los principales galardonados –quienes, al contrario que los presentadores, no tienen que firmar el contrato que no permite modificar el guión de la gala, y cuyo discurso es personal– podría no ser casual.

Lo cierto es que –con cada vez más productoras independientes al borde del cierre por los severos recortes en las ayudas a la amortización de largometrajes– los Goya 2015 acabaron convertidos en un interminable desfile de modelitos –muchos de ellos, prestados–, donde prácticamente nadie excepto Pedro Almodóvar dijo una palabra más alta que otra y solo se vieron dos lazos naranjas en apoyo a los trabajadores de TVE que a las puertas del edificio denunciaban los recortes y la manipulación que sufre la televisión pública: el que portaba el propio Areces hasta que se marchó antes de tiempo y el que lució Alberto Rodríguez (ganador del Goya al mejor director por La isla mínima), pero solo a su llegada a la gala.

Y es que en el Palacio de Congresos no faltaron las advertencias sobre la necesidad de separar la política de la fiesta del cine español (¿es necesario recordar a alguien que eso de que los trabajadores del cine español son todos millonarios es más falso que las apariciones de Los jueves, milagro, por mucho que lo repita la TDT party?) ni las insinuaciones sobre la conveniencia de desprenderse del lazo naranja.

Enrique González Macho –partidario de reivindicar en los despachos y de que los tirones de orejas queden circunscritos a su discurso oficial– alegó ayer “motivos estrictamente personales” para justificar su dimisión como presidente de la Academia (cargo en el que fue reelegido el año pasado y en el que será sustituido por el actual vicepresidente primero, Antonio Resines), pero cuesta desvincular la renuncia de este hombre poco amigo de ruidos de lo revueltas que bajan las aguas en una institución más dominada que nunca por los intereses y las camarillas.

Antes de entregar el Goya de Honor a Banderas, Almodóvar arrancó su discurso con un “buenas noches, amigos de la cultura y del cine español… Señor Wert, usted no está incluido en esto”. El productor ejecutivo de los Goya, Emiliano Otegui, asegura que el director manchego se pronunció así porque las palabras de quien entrega el Goya de Honor siempre son personales y por eso escapan a su control. Pero caben pocas dudas de que ni Otegui ni nadie se atrevería a dar a firmar al oscarizado cineasta el contrato que la Academia del Cine no ha mostrado aún y que se negó a suscribir un actor de la escuela de Muchachada Nui. Un señor con ninguna gana de participar en enjuagues ni de reír gracias enlatadas delante de un ministro de cabeza brillante y sonrisa puesta que no desentonaría en el acartonado paisanaje de La escopeta nacional. Un tipo que no quiso formar parte de una tramoya. Un digno representante de la mejor estirpe de cómicos. Un mal español.

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