Hace poco más de un año por fin fue realidad la Ley 4/2023 para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, que ha hecho posible que las personas trans sean reconocidas oficialmente según su identidad sin tener que declararse enfermas —con disforia de género— y atravesar largas validaciones médicas, algo que hacen solo 16 países en el mundo —Colombia, Brasil, Argentina, Uruguay, Islandia, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Irlanda, Bélgica, Suiza, Portugal, Malta, Luxemburgo y Nueva Zelanda—. En este año, sin duda, habrán sido muchas la personas que por fin habrán visto reflejada en su DNI la identidad en que habitan, que sienten que es la suya. Algo que puede parecer poca cosa, pero que es mucho cuando no puedes tenerlo. Y la ley no ha ampliado derechos solo a las personas trans, sino a todo el colectivo LGTBQI+.
Hecha la ley, claro, hecha la trampa: al parecer, ha habido un número no pequeño, aunque no confirmado oficialmente, de individuos, muchos de ellos, curiosamente, de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado,—¿gente que no teme perder su puesto de trabajo por un cambio de mención en el registro?—, que han decidido cambiar su sexo en el registro sin cambiar absolutamente nada más en su vida, en un clarísimo fraude de ley, con el objetivo de beneficiarse de los esqueléticos beneficios que pudiera tener una mujer por el hecho de serlo en los casos en los que se aplica la discriminación positiva.
Son, por supuesto, ejemplares extremos de 'machirulo' que se niega a vivir en un mundo de equivalentes, incapaces de habitar con normalidad el respeto al diferente, que añoran los tiempos en que podían pellizcar el culo a la vecinita o lanzar improperios a las personas con otra identidad afectivo sexual sin que viniera una ley o una mujer a tocarles las razones, 'señoros' que llevan pataleando por las esquinas desde que los feminismos y las luchas LGTBQI+ han entrado con fuerza en la agenda política gracias al trabajo del movimiento feminista y a empujones estratégicos como el compromiso de Irene Montero en el Ministerio de Igualdad.
Pero se ve que estos aprendices de la reivindicación, que se aprenden la ley trans para sacarle punta hasta descontextualizar su motivación, pero del resto de la legislación, sospecho, no saben casi nada, no han contado con el artículo 7.1 del Código Civil, que exige que los derechos se ejerciten siempre conforme a las exigencias de la buena fe, o con el artículo 6.4 del Código Civil y el artículo 11.2 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, que establecen que en los casos en que se retuerza una ley para beneficiarse de algo a lo que no se tiene derecho, el beneficio que haya procurado el retorcimiento de la ley sea nulo de pleno derecho.
Incluso algunos no han leído bien la ley, porque, para los casos en que el objetivo sea librarse en procedimientos abiertos por violencia de género, la propia 'Ley Trans' recoge en su artículo 46 los usos que se prohíben a su amparo. En su punto 3 aclara: “La rectificación de la mención registral relativa al sexo y, en su caso, el cambio de nombre, no alterarán el régimen jurídico que, con anterioridad a la inscripción del cambio registral, fuera aplicable a la persona a los efectos de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género”. Pues eso, que no libran. Si se demuestra que el cambio de sexo registral se ha hecho para intentar conseguir alguna de las medidas que la propia ley prohíbe y que se ha ejercido un derecho sin buena fe y en fraude de ley, según la jurisprudencia, se anulará el cambio registral y todo aquello que se haya hecho con el sexo registral cambiado quedará sin efecto, pudiendo incluso exigirse responsabilidad civil o administrativa.
Como muestra, un botón: el magistrado del registro civil de Las Palmas de Gran Canaria, Juan Avelló, denegó el septiembre pasado la solicitud de cambio de sexo registral presentada por un sargento del Ejército del Aire que buscaba aprovecharse de las políticas de discriminación positiva. Claro está, con el pack completo de ser mujer no quiso cargar: se ve que sospechaba que vivir como mujer no compensa. El magistrado consideró que de la comparecencia se pudo deducir que en la petición no existía “una voluntad real de expresión de género como mujer” pues ni existía cambio físico, ni se refería a sí mismo en femenino ni nada que hiciera pensar que era cierto lo que planteaba.
Lo cierto es que resulta muy difícil que una ley anticipe todo tipo de fraudes y, para combatirlos tal vez sea necesario poner en marcha algún tipo de dispositivo de prevención y persecución del fraude dirigido a quienes se empeñan en evitar que en este país “se pueda vivir la orientación sexual, la identidad sexual, la expresión de género, las características sexuales y la diversidad familiar con plena libertad”, como reza el preámbulo de tan necesaria ley. Una vacuna contra esa gente que me recuerda un poema de Machado cuando decía: “Este hombre no es de ayer ni es de mañana, sino de nunca; de la cepa hispana no es el fruto maduro ni podrido, es una fruta vana”.
Tristemente, no son estos 'machirulos' los únicos en fomentar un ruido ambiental que, no obstante, no logrará evitar que evolucionemos, como personas y como sociedad, ni impedirá que celebremos la transinclusión, al menos formal, luchando porque sea real y cada vez en más ámbitos, luchando codo a codo, el movimiento feminista y el LGTBQI+. Por desgracia, también lo alimentan ciertas compañeras feministas, que por fortuna son pocas, pero muy amigas de hacer ruido y marcar su postura siempre que se pueda —incluso un 8M, un día para luchar y celebrar el movimiento de todes—, y pretenden arrogarse el título de “radicales” defendiendo ideas tan reaccionarias que sonrojan, desde postulados identitarios y transexcluyentes que hacen el juego a la extrema derecha. Son ese feminismo que en Píkara, revista feminista de trayectoria, se retrató muy bien hace un tiempo como “de bromitas de puro y carajillo” porque hacen chascarrillos de muy mal gusto y poca inteligencia política, como acusar a Liz Duval de mansplainer, cuestionando que sea, como es, una mujer, y tratan con paternalismo, cuando no silencian, a las trabajadoras sexuales cuando les dicen que no confundan interesadamente prostitución con trata y les exigen que no hablen por ellas.
Es un ruido, el de unos y otras, que me resulta tan identitario como violento, pero que, no obstante, no pienso dejar que opaque la alegría contenida de vivir en un momento en el que, a pesar de que queda todo por hacer, es mucho lo que se está logrando. El compromiso te enseña a disfrutar de cada pequeña victoria, sea tuya o de tus compañeros y compañeras, así que hoy celebro la 'Ley Trans' sin dejar de desear y caminar hacia un mundo en que se elimine el binarismo en todas las gestiones administrativas, en el que al multiplicar los géneros dejen de pesar las identidades, y en el que reine la tolerancia y la diversidad. ¿Dónde estaría entonces “la lucha de las mujeres”? Pues calculo que luchando por la equidad y los derechos humanos, defendiendo un mundo habitable, de relaciones cuidadosas, protegiendo el planeta y sus moradores, humanos o no…defendiendo la justicia, en fin, que es donde las mujeres feministas hemos estado y estaremos siempre. Feliz 8M a todes.